
Un láser traspasa una esmeralda tallada en quince ángulos. Un vector reúne esa multiplicidad en una luz magnífica, de un verdor acuoso, sobre un trozo de poliuretano y se forma, lentamente, la burbuja. De paredes transparentes. Bellas como un amanecer legendario. Probé con animalillos simples. Una libélula, un par de moscas, un pajarillo asustado. Al comienzo, la burbuja explotaba y su huésped se desparramaba por la habitación, destrozado.
Graduando el láser logré estabilizarla. Un ratón blanco sostuvo la vida. Cuando apagué el láser, todos sus sistemas habían rejuvenecido. Dentro de la burbuja el tiempo no había transcurrido. Probé con otros animales, cada vez más complejos. Los resultados se sostenían: Ausencia de tiempo, rejuvenecimiento, mayor fortaleza. No sé cómo llamarlo. Fuente de Juventud. Control de la vida. No sé. Ahora llegó el gran momento. No tengo voluntarios. Seré yo quien se introduzca en la burbuja esmeraldina. Una mañana lo hice. Dentro de ella, la paz y el silencio. No hay recuerdos. Nada ocurre. La vida se ha quedado en suspensión. No hay hambre. Ni sensaciones. Ni necesidades. Ni futuros reclamando explicaciones. Estuve allí hasta que se agotaron las fuentes electrónicas. Un paréntesis de tres meses. Un tiempo del que no tengo huellas ni conciencia. Ahora estoy preparando la máquina con pilas de alta duración. Tal vez un año o dos. Cuando el experimento termine, el mundo habrá cambiado. Pero yo no. Estoy pensando en algo mayor. Materiales que me permitan crear una burbuja de gran tamaño para hacer entrar en ella a todo mi pueblo. Tengo fe en que todo es posible. Todo...
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