miércoles, 30 de julio de 2008

EL UMBRAL

Tardé dos años en dar al problema su formulación definitiva. En los tres siguientes, intenté falsar su enunciado, las asociaciones que provoca y las consecuencias de su aplicación. Las hipótesis se sostenían, como cepillos, contra viento y marea. Estaba en el umbral del descubrimiento más impactante de toda la historia. El asunto es simple, dentro de su inmensidad cósmica. El error que hemos cometido es pensar que el espacio y el tiempo son parte de un sistema indestructible. No es el uno sin el otro. Mi hipótesis los separa, los escinde, destruye esa unidad. Busqué una técnica para controlar el tiempo. Me llevó diez años. La Facultad, escandalizada, me eliminó. También lo hizo mi esposa. Vivo en un rincón de la casa de uno de mis tíos. Allí, en esa precariedad, continué trabajando. Y tuve éxito.
Un láser traspasa una esmeralda tallada en quince ángulos. Un vector reúne esa multiplicidad en una luz magnífica, de un verdor acuoso, sobre un trozo de poliuretano y se forma, lentamente, la burbuja. De paredes transparentes. Bellas como un amanecer legendario. Probé con animalillos simples. Una libélula, un par de moscas, un pajarillo asustado. Al comienzo, la burbuja explotaba y su huésped se desparramaba por la habitación, destrozado.
Graduando el láser logré estabilizarla. Un ratón blanco sostuvo la vida. Cuando apagué el láser, todos sus sistemas habían rejuvenecido. Dentro de la burbuja el tiempo no había transcurrido. Probé con otros animales, cada vez más complejos. Los resultados se sostenían: Ausencia de tiempo, rejuvenecimiento, mayor fortaleza. No sé cómo llamarlo. Fuente de Juventud. Control de la vida. No sé. Ahora llegó el gran momento. No tengo voluntarios. Seré yo quien se introduzca en la burbuja esmeraldina. Una mañana lo hice. Dentro de ella, la paz y el silencio. No hay recuerdos. Nada ocurre. La vida se ha quedado en suspensión. No hay hambre. Ni sensaciones. Ni necesidades. Ni futuros reclamando explicaciones. Estuve allí hasta que se agotaron las fuentes electrónicas. Un paréntesis de tres meses. Un tiempo del que no tengo huellas ni conciencia. Ahora estoy preparando la máquina con pilas de alta duración. Tal vez un año o dos. Cuando el experimento termine, el mundo habrá cambiado. Pero yo no. Estoy pensando en algo mayor. Materiales que me permitan crear una burbuja de gran tamaño para hacer entrar en ella a todo mi pueblo. Tengo fe en que todo es posible. Todo...

jueves, 24 de julio de 2008

LA ABUELA

Hace unos días tuve claridad respecto de la trampa. Mi abuela... araña en el trapecio... Los seis nietos estábamos a su merced. Recibíamos nuestra mesada a cambio de alguna producción. Yo tenía la obligación de entregarle, cada mes, un relato. Me entregaba un sobre con tres palabras. Eran el foco de la narración... el viejo truco del pie forzado, pero esta vez no en redondillas suaves y perfectas. Para este mes eran: "erizo, inmolar y espontáneo..." ...¡Qué maldita relación podía haber entre ellas! Pero al pensarlas, de pronto entendí de qué se trataba el juego. Ay, abuela, tanto tiempo bajo tu tortura mensual cuando el problema era de tan fácil resolución. Sentí un temblor en el vientre y, por primera vez, en mucho tiempo, en mi cabeza gobernó la ilusión.
Era como un rito. Le entregábamos la tarea y ella, desde su cama, abría la puerta de hierro de su gran caja fuerte. Era una puerta redonda, con cierres eléctricos, guardando una habitación inmensa, llena de valores. En el umbral un sobre con el dinero. Esa tarde entregué mi tarea. Sólo contenía una frase. La abuela la leyó y sonrió. Así que por fin te decidiste, murmuró. ¿Y cómo lo harás? No importa la forma, dije. Me abalancé sobre la anciana y puse la almohada sobre su cara. El desmayo vino pronto. Encontré el panel y abrí la puerta. Corrí hacia la habitación y empecé a registrar. Había recursos para vivir tres vidas. Encontré escrituras de innumerables propiedades. En las cajas, había joyas de un potentado hindú. En las gavetas, miles de billetes de alto valor, de moneda europea, norteamericana, japonesa, alemana y francesa. Creí que me volvía loco.

Pero entonces, escuche la risa. Al comienzo era apenas un susurro, un malévolo estrechar de dientes. Luego el diapasón fue aumentando hasta transformarse en una carcajada bestial. Entre tanto, exclamaba: Mal hecha la tarea, mi niño... Tu inteligencia es débil, blanda como la crema de un pastel... Debieras haberlo hecho mejor... Y volvía a reir, mientras la puerta empezaba a cerrarse, dejándome en una habitación en la que no habría una gota de oxígeno. Envuelto en fajos de dinero también empecé a reir. No me era posible alcanzar la salida. La anciana había vencido... Repetí la frase escrita en la hoja que le entregué: ¡Es hora de morir!... Seguí riendo mientras la puerta terminaba de cerrarse y la oscuridad me envolvía como un sudario.

UNA CLEPSIDRA ROTA

¡Justamente hoy me quedo dormido!... Casi las ocho... la peor hora. Avanzo a velocidad mínima. ¡Maldición! La oficina.... Debo exponer el informe... tres semanas de trabajo. ¡Mierda!...Luz amarilla, son las siete con cincuenta,. Alcanzo a pasar. Espontáneamente acelero. Con el rabillo del ojo los veo, pero acelero más.... Queda un espacio donde puedo ganar unos segundos...o unos minutos. Hay chirridos de neumáticos, fierros destrozados y gritos e insultos, pero no importa, puedo seguir. Mi atraso será mínimo.
Emilia no está bien. No quiere comprender. Tenía que dar mi tiempo al informe. En él puse ilusiones. Pero todo explotó ayer. Nos comprometimos con los amigos a beber unos tragos en el bar de Ricardo, "Los Erizos". Era una ocasión especial... Ricardo y Alicia, su compañera, son antropólogos . Y publicaron una investigación que llamaron "El Trapecio" y ayer era un lanzamiento privado, para el grupo de amigos que hemos estado unidos desde el liceo. Pero faltaban unos malditos detalles sin los cuales mi informe perdía claridad y no tendría como argumentar y en dos de ellos no encontraba la manera de decirlo. Mi amor, no puedo ir, pero si quieres, vas sola. En alguna hora de la noche yo me incorporo. Si tú te quedas embobado en el computador te estás inmolando. Se va todo a la mierda. Quiere decir que no te importo. Por favor Emilia, compréndeme. Ya no me queda tiempo. A nosotros se nos acabó el tiempo. La verdad es que ya no puedo seguir soportándote. Emilia....cálmate....y déjame trabajar. Mañana... ¡Mañana, nunca! ¡Se acabó! Y se fue. Furiosa. No sé dónde. Y yo, turbado, con dolor en el vientre, continué trabajando hasta las cinco de la mañana. Nada de Erizos. Sólo quería dormir antes de ir a la ducha y vestirme para mi reunión en la oficina a las ocho de la mañana. Y el Ernesto es un maldito jodido que no acepta atrasos. ¡Mierda!...Luz amarilla, son las siete con cincuenta. Acelero. Con el rabillo del ojo los veo, pero acelero más... Queda un espacio donde puedo ganar unos segundos...o unos minutos. Los chirridos de neumáticos y fierros y gritos e insultos, pero no importa, puedo seguir. Mi atraso será mínimo. Y Emilia no está bien. No quiso comprender. Y la luz amarilla....Acelero... alcanzo a pasar... y el chirrido de los neumáticos... fierros destrozados... los gritos....Y la luz amarilla...alcanzo a pasar....

lunes, 21 de julio de 2008

VENTANAS Y ESPEJOS

Desde mi casa, a este lado del río, observo el mundo a través de los grandes ventanales. Las ventanas son como espejos. Reflejan todo lo de afuera. Pero hoy es un espejo extraño. El mundo de allá afuera se ha quedado quieto. Es una quietud enfermiza. Ironía incomprensible. Las aguas no corren hacia el mar océano. Nada ocurre en el puente. Nada en los espacios aledaños. Es como una diapositiva, Colores llenando formas en el espacio vacío. Repentinamente, unos segundos de movimiento y de regreso a la diapositiva en otro ángulo. Es decir, nada.
Los espacios y el tiempo no son entes semejantes, ni paralelos. Los espacios son espesos, formales, pardos, continuos. Por más que todo cambie en el universo, en ellos el cambio se produce lentamente, tan lentamente que no es posible darse cuenta. El tiempo, en cambio, es juguetón. Lúdico. Navegador. No me doy cuenta cuando me está mostrando los hechos del pasado, o inventando futuros plenos de esplendor y de mentira.

Es el tiempo el que me trae a la memoria, sobre el puente, al hombre que grita. Los colores, en la tela, esconden descargas eléctricas, moviéndose vertiginosas sobre el tiempo para apoyar la desesperación de este hombre sin formas, a punto del infarto. No sé por qué te gustaba tanto, es lo único que pusiste en tu maleta cuando me dejaste. Pero, ¿En verdad me dejaste?... ¿O yo te abandoné?... Es pura insanía instalada en el centro del puente, mientras el río se decide a avanzar dos o tres metros. Extraño tus manos de sacerdotisa. Pero no comprendiste que debía venir, con mi soledad, a esta casa, en espera que la pesadilla termine y me deje vivir, otra vez...

Ventana... o espejo... ¡qué más da!... si de todas maneras me transforma en el hombre de detrás del espejo... Sé perfectamente que si doy dos pasos entraré allí al universo, sin suburbios, que hay entre la ventana y el espejo y el mundo de allá afuera. Es una idea que me subyuga. Si lo hiciera, no sé si podría regresar... ¡Temor!... Aunque hay días en que me pregunto si tiene sentido regresar para sentarme aquí detrás de los ventanales y observar las diapositivas inermes del mundo de allá afuera. ¿Habrá algún significado en cambiar una cárcel por otra?... Nada sobre el puente... nada en la atmósfera... nada dentro del río... nada dentro de mi...

DANIELA

Audaz navegador de posibilidades, su padre intentó ordenar los seis relés, habitantes de la caja negra. Por alguna razón los conmutadores acumularon miles de voltajes y lo golpearon salvajemente. Sintió su cuerpo quemado en mil lugares y un infarto masivo acabó con su conciencia y con su vida.
- ¿Te fijas? ? dijo con su voz suave ? Mira la forma de las nubes. Es como si la mano de mi padre las estuviera ordenando.

- Daniela... ¿por qué tu padre?... Se fue hace dos años...

- No lo sé... Está allí, en el orden ófrico de los grises del cielo... El lo habría pintado así.

Daniela era una mujer excepcional. Bella e inteligente. Con su estudios de Estética había agregado a su sensualidad un estado de maestría en el hablar, en el susurrar, en el sonreir. Durante dos años había acallado el nombre de su padre. Ninguna mención a su historia. A su amor. Y ahora, como una resaca en el borde del río, rememoraba su mano, capaz de ordenar los pardos de las nubes. Lo demás se desencadenó rápidamente. Su ausencia a la oficina se hizo crónica. Las pocas veces que iba me susurraba su temor. Están en todas partes. Me acosan. Me gritan pidiendo que vaya con ellos... son reales, ófricos, maléficos. Le hice ver que había utilizado dos veces la palabra ófrico en menos de dos semanas. Me miró con ironía... Es una palabra que no se entendería en los suburbios, dijo.

Un lunes nos dieron la noticia. Daniela había sido internada. Los médicos fueron incapaces de concordar un diagnóstico. Daniela regresó a su departamento en el décimo piso del edificio nuevo, en la calle Calatrara. Una tarde me llamó por teléfono. Pone atención a las noticias, me dijo. Es posible que lo filmen. Mi padre viene por mi en una hora más. Corrí en mi automóvil. Supe que Daniela estaba mal. Pero no alcancé a llegar. Los testigos dijeron que se había mostrado en su ventana, de pie sobre el barandal y que, luego de unos minutos, se había lanzado al vacío. Con los brazos abiertos, como si danzara. Lo prodigioso es que se había sostenido en el aire. Decían que su danza era circular y bella, antes de despeñarse en las honduras de lo desconocido. Su cuerpo cayó con alta velocidad. A cinco metros del pavimento ralentizó casi hasta detenerse. Fue entonces que desapareció. Nadie la pudo encontrar.

UN VIAJE INTERESANTE

El señor G inició su periplo en el centro del Golfo de Nacimiento, al oeste de su hogar, en el centro mismo del poblado de Quimey. No tenía claridad absoluta respecto del punto de llegada. Entre conversaciones con los más ancianos de la caleta, una que otra lectura y los relatos sobre quienes iniciaron su misma ruta y jamás regresaron, pensaba que muy al sur debía encontrarse el desfiladero de la Redención. Hacia allá, sin mapas, ni planos, ni estrellas a qué dirigir la mirada, empezó a caminar.
Al tercer día observó que no iba solo. La verdad es que una multitud de hombres y mujeres, un poco alucinados, caminaban en la misma dirección. A veces, uno se descalabraba al pisar un guijarro y abandonaba la ruta. Otras veces, varios tomaban un camino diferentes, ilusionados por las naranjas y manzanas y cerezos percibidos en la lejanía. Se apartaban y nunca más se volvían a ver.

El señor G pertenecía al pequeño grupo que persistió en la ruta más difícil. Entre dientes murmuraban "Ya falta poco"... "Tengo que llegar"... "La Redención me espera"... El señor G no entendía que todas las frases que llegaban a sus oídos se refirieran siempre a un yo disuelto entre las brumas del caminillo al borde de las aguas marinas. Era como un rito inexorable que no admitía variación. Un machacar la conciencia con el desafío que les obligaba a seguir, incansables, hasta el fin.

Una fría mañana, el señor G advirtió que ya no había compañeros. Quizás me he perdido, murmuró. Pero no había vuelta atrás. Cerro y precipicio le flanqueaban obligándolo a persistir en una única ruta posible. Siguió caminando.

El señor G era anciano y estaba muy enfermo cuando comprendió que la Redención era imposible. La bruma le permitía ver a no más de un metro de distancia. El cerro y el precipicio seguían siendo ruta o tentación de despeñarse. Abajo, el mar sollozaba espumas, invitándolo. Más adelante, las nubes, inmensa pared turbia destrozando espacios y horizontes, bajaban y lo envolvían, abriéndose para el único caminante.

Se perdió entre ellas.

viernes, 11 de julio de 2008

LUCAS TAGO

(La Leyenda.)
Don Antonio, padre de Lucas Tago, era obrero. Escuchó hablar de minas de oro en los desiertos del norte y abandonó, sin retroceder, bienes y familia. Volveré rico, Adriana, dijo a su mujer. No logró su sueño, así que regresó al puerto vilipendiado, derrotado y enfermo. Lucas tenía once años y comprendió que debía trabajar. Se empleó como mozo de aseo en el diario La Razón, heraldo del periodismo democrático. Trabajaba en el tercer piso, donde tenían sus escritorio los columnistas y los fotógrafos que, por esos años, intentaban crear un periodismo de imágenes, dinámico y nuevo. Rápidamente se hizo indispensable. A los compañeros de la prensa no les faltaba el café, ni los cigarrillos, ni los papeles, ni el orden en los escritorios. En broma le ordenaban poner las tazas en la cornisa y Lucas lo hacía. Rosales, el Viejo, le decía: Cuando seas grande te pasaremos una cámara y saldrás a la calle a reportear...
Te enseñaré lo que sé...
A mediados de julio se produjo el terremoto en el sur. Las comunicaciones quedaron cortadas. Las radios, mudas. Los caminos, inexpugnables. El primer día todo era confusión y miedo. El gobierno completó un mercante con ayudas y técnicos que observarían los daños y propondrían soluciones. El mercante zarpaba en la mañana del segundo día. Lucas abandonó el trabajo. En el tercer piso, las muecas encarnaron desencanto y las miradas, tristezas.

El rapaz había robado tres cámaras y cincuenta rollos de película virgen. Rosales pidió que no lo denunciaran. Se comprometía a encontrarlo y a devolver lo robado.

El mercante regresó al puerto dos días después. Traía un bolso con rollos no revelados y una nota de Lucas para Rosales. Le decía que se había colado en el mercante y prometía enviar más fotografías del desastre. Las fotos mostraban diversos ángulos de la ciudad destruida, casas en el suelo, transformadas en montículos de barro. Hombres, mujeres y niños transitando alucinados entre las ruinas. Cadáveres. Patrullas de ayudistas en la tarea de salvar y limpiar. La Razón fue el primer periódico que estuvo en el corazón de las ruinas. Su director escribió una editorial en la que hablaba del joven periodista gráfico. Sus fotografías recorrieron el mundo. Desde entonces, Lucas fue conocido como "el Terremoto". Y formó parte del equipo de periodistas gráficos que lo apadrinaron. Rosales, orgulloso, decía tuve la premonición que era bueno. Lo demás fue empezar a crecer.


(La Leyenda - 2 - )

Las primeras semanas de la pos guerra fueron intensamente reporteadas por La Razón. Lucas viajó a París e hizo un breve periplo por otras ciudades. Es como entendía su trabajo. La verdad que buscaba estaba en el impacto inexpugnable de los hechos en los hombres marginales. En los pueblos ponía en juego sus premoniciones a través de la conversaciones y de las expresiones, de los extensos paisajes nubosos, del personaje al trasluz de las hojas de encinas enrojecidas en el otoño temprano.

En esos días de ausencia, don Antonio hizo el último y vilipendiable negocio de su vida. El hijo de un antiguo amigo, a la sazón coronel de la policía, le pidió a la tía Melita. No es para casarnos, don Toño; usted comprende. Sí, comprendía. Pidió una cantidad razonable que el coronel Lorca entregó gustoso y la tía Melita, por esa época de bellos diecisiete años, abandonó el hogar. Los primeros días, en casa del coronel, fue empleada del aseo. Dos semanas más tarde, ama de llaves de la elegante casona. Una tarde, el mayordomo fue despedido y la Melita asumió esas funciones. Cuando Lucas regresó de Europa, la Melita ya dormía, oficialmente, en la cama del coronel y faltaba muy poco para que fuera declarada señora de la casa. Entretanto don Antonio había entregado una cantidad de dinero a doña Adriana para mejorar la alimentación de los niños y el resto lo había dilapidado con sus amigos.

Lucas, estremecido de rabia fue a la casa del coronel Lorca para encararlo y deshacer el trato al precio que fuera.

- Melita ? preguntó - ¿Volverás a casa?

- ¿Para qué? respondió la Melita.

- ¿Me quieres decir que estás enamorada de este depravado?...

- Hermano...hermano...¿Para qué iba a estar enamorada?... -

Entonces, ¿te da lo mismo?...

La Melita hizo un mohín con sus hermosos labios...

- ¿Te quedas a almorzar, hermano?


No se quedó a almorzar. Decidió que jamás volvería a entrometerse en la vida de nadie... aunque, como la Melita estuviera en la cornisa, bordeando la prostitución... ¡Y qué...! ¡Cómo encontrar una explicación a lo inexplicable...! Por último, ella tenía razón... para qué retroceder... qué encontrar en el hogar... ¡Por la gran siete! Además, en Europa... ¡Pero qué tengo que hacer con Europa...! Buscó a Rosales que le llevó a un Bar. Se emborracharon mientras le contaba lo ocurrido. Rosales le dijo... No te pongas a llorar, huevón... y empezaron a cantar, como heraldos enloquecidos, la Marsellesa...


(La Leyenda - 3 -)


El llamado de Rosales , a las once de la noche, no es cómodo cuando las calles están siendo patrulladas por los temibles lanceros del Presidente. En las noches con toque de queda , cualquier transeúnte es víctima del galope a todo dar y su cuerpo queda ensartado y agónico. Antes de morir alcanza a escuchar las risotadas de los otros jinetes. Y la pregunta del lancero: ¿Quién "erai"? Lucas pone sus credenciales de periodista en todas partes y camina, sereno, pegado a las paredes. Logra llegar a la casa de su maestro.

Rosales ha estado bebiendo. Su voz es opaca, casi asfixiada. Se trata de la Ana, Luquita... Se me murió... Me dejó un papel... Una sola frase, Luquita... una sola... "Me cagaste la vida, papá"... La llevé a la Posta, pero ya no había caso... Llegó para morirse... Cincuenta pastillas con el aguardiente envejecido... No pude mirarme en sus ojitos negros... ya se había ido... La hicieron vomitar... Era como anilina brotando de sus labios... El médico intentó un lavado por el ano... Pero no había nada... Y es verdad, Luquita... Le cagué la vida... ¡Mierda!... Lo hice... ¿Te acuerdas de las fiebres, hace tres años?... Ella tenía catorce... La enfermera me enseñó a darle un baño seco... con toallas apenas húmedas... Su cuerpo, Luquita, empezaba a nacer... Y... ¡Mierda!... la toqué... y la toqué... Y eran capullos frescos, como frutas... y seguí tocando, Luquita... ¡Ah... Dios...! Esa noche... en medio de su fiebre la Anita me llamó y me dijo que no quería verme sufrir... y abrió su cama... y abrió su pequeño cuerpo... Reverberaban sus ojos... de sus cabellos emanaba fuego... Después... cuando sanó... ¡Mierda!... lo seguí haciendo, Luquita, hasta ahora que me pidió terminarlo... porque había aparecido un muchacho recién promovido a sargento y quería matrimonio... Y empecé a emborracharme porque nunca supe otra forma de enfrentar mis miedos ni mis pecados... Y la Anita se mató, Luquita porque le cagué su vida y ni aunque rallara en carne viva uno a uno mis órganos podría pagar, Luquita... Lucas le acompañó hasta la salida del sol. A esa hora Rosales se durmió.

Aquella mañana un hombre de ojos enloquecidos enfrentó a una patrulla de lanceros. Alcanzó a hacer tres disparos antes de ser ensartado por tres lanceros. La pistola era un juguete inofensivo. El hombre, un periodista de apellido Rosales.

ARREANDO LA HORA DE SIENTA

El cuchillo, ancha hoja de luz, no tembló en mi mano. Trinaba de miedo, de espanto, de rabia incontenible. Lo hundí en la mitad del pecho, señor juez. Mi mano, la de un cirujano experto en la búsqueda del mal, señor cura. Creí que ahí terminaba todo. Su cuerpo hacía ridículos movimientos y, al verla, sentí intolerables ganas de reír. Es que había sido tan segura, siempre. Ella, que caminaba por la vida con la frente altiva y golpeando duros los tacones contra el piso, ahora hacía gestos de marioneta. Algo de sangre, babeante, fluía de su boca, transformada en alcuza. No podía hablar, pero ya no tenía importancia aunque sus ojos me dijeran que me había equivocado, que otra vez, el error empañaba mi visión de todas las cosas. Que el mundo no era como yo lo ensoñaba. Y no tengo de qué arrepentirme. Cuando vi su pecho abierto, todavía palpitando y sus ojos que se apagaban en cada estertor, comprendí que también se había acabado para mi. Y todo estaba sereno y calmo. Todas las armonías recuperadas. Y no sé por qué me piden que lo medite y que por lo menos diga que lo siento, que fue un momento de locura, de irracionalidad. Pero no. Simplemente ocurrió. Le dije que eran las tres de la madrugada. Ella sonrió y me respondió: "Sí... Y vienen las cuatro" Ella sabía lo que estaba haciendo y yo también. Tomé el cuchillo e hice lo que tantas veces en mi imaginación había soñado. ¿Qué fue un rapto de locura? ¿Por qué habría de ser locura?... Si es lo único racional que he hecho en los últimos siete años. Que te tienes que defender de alguna manera. ¿De qué? ¿Para qué, señor abogado? Que entonces la sociedad se vengará y seré consignado a la peor de las penas. Pero si no he hecho nada a la sociedad, señor Juez. Sólo enterré el cuchillo en la mitad del pecho y saqué su maldito corazón a la intemperie. La sangre sale de su cuerpo como canto prístino. Y en mi, no queda canción alguna para ponerla entre mis labios. Sólo era un problema entre ella y yo, señor Juez; sólo conjugábamos la palabra amor de modo distinto. Ella ya no está señor cura. Se acabaron los pecados. Que cada cual haga lo que debe hacer, señor abogado... Es hora de mi siesta...

MIENTRAS TE ESPERO

Crónicas Urbanas.


Cuatro o cinco grillos, ocultos, mansos, cantan e imitan a los chalchaleros. Una y otra vez, incansables. Cubren la mañana. Humillan mi conciencia.

Te recuerdo. Te miraba a través del espejo inocuo de los vidrios. Y no sabías que yo existía. Y me mordía los labios soñando tu nombre.

Unos cuantos canguros se hacen dueños de la encrucijada entre Rivera y Maruri. Se detienen y luego, con saltos prodigiosos, esquivan a los rinocerontes. De sus bolsas marsupiales salen lagartos que se arrastran sobre los adoquines y los tiñen de un verde que brilla contra el sol de octubre.

Te busco y ya no estás... (Qué tristes son las horas si no estás...) Pero no te he dicho nada. La hora del regreso viene. La siento próxima. No sé si lograré mirar tus ojos. Tal vez entonces, tampoco estarás.

¡Cascarrabias! Me decías. Y yo, soberbio, lleno de pasión alborotada, me subía sobre las nubes y aparecía, montado sobre ellas, haciéndolas que cambiaran de forma; modificando el espacio ahí mismo donde te sentabas, en el cruce de las dos calles, y el día transcurría y pasaba el ferrocarril urbano, dos carros repletos de miradas. No te veían. Tampoco tú a ellos. Y las gallinas clocaban, incansables: casca - rabias... casca - rabias... hasta que la tarde agonizaba entre tus manos.

¡Motemeiiiiiiii!. Pelao....laoooo....calentiiiiitoooo... Y nada. Ni siquiera te conmueven las castañas tibias con su suavidad de siglos. Doce perros corren la calle. Ladran detrás de la perra en celo. Luchan entre ellos. Hacen de la tarde violencia y amenaza. Quieren su presa. Y la quieren ya, sin más tardanzas.

El Ejército Libertador marchó por Independencia. Los uniformes - azul y rojo - en perfecta formación. Más atrás el conglomerado de mujeres. Las "sargento Candelaria". Fontaneras de agua y alimentos para sus hombres. Apéndices de amplias faldas que luchan en primera línea cuando es necesario. Al regreso son menos. Pueden contarse los vacíos de los que duermen en las pampas del norte. Y tú no sabes nada de esto. Y me dices que no importa. Que da lo mismo. Que se quedó enhebrado en la historia como páginas amarillentas de un libro no leído. Pero los estoy viendo de regreso. De sus rostros curtidos caen lágrimas de silencio. Pero cantan. Y su canto oscurece al canto martirizante de los grillos.

Aún así te espero. Por ti, muero. Aunque jamás lo sepas. Ni jamás lo entiendas

PASIÓN ADENTRO

Me dijo: "Eres tibio y suave; es lo que amo de ti". Entonces volvimos a unirnos y tus gemidos alcanzaron diapasones que estremecieron mi carne. No se trataba de una hora robada al acontecer diario. Tampoco era el residuo de una historia construida para concluir sobre la cama de un hotel. Era el encuentro, con toda su gloria y todo su infierno. Con sus preguntas sin respuesta. Con sus puertas cerradas a cualquier intromisión que pusiera hermetismo entre tú y yo y el miedo.
¿Podremos contar esto que está ocurriendo?. Reí con ganas. Cualquier otro nos acusaría de contubernio. Somos treinta hombres y mujeres organizados con la sola intención de oponernos. Es que los días transcurren lentos y atrabiliarios. Cerrados como muros negros de una habitación pintada de negro en donde no hay lugar al escape. Tú que has preguntado, procura responder si es posible una narración semejante, respondí. Es que no hay responsabilidades. Ni tuyas ni mías. Sólo dejémonos estar. Permite que el agua de la fuente sea agua. Y el viento, viento. Que la angustia nos consuma en tanto allá afuera la gente corre y cree que está venciendo. Incluso cuando tú y yo estamos afuera y no dentro de estos muros que nos atenazan y encarcelan.

Un angelito locuaz se desprende de las nubes. Y nos mira. Pareciera que fuera un infante, un recién nacido. Pero su mirada tiene la tristeza de los siglos contados uno por uno. Sonríe. Nos invita a la sonrisa. ¡Ten cuidado!, te prevengo. Más allá está el miedo. ¿Qué ocurrirá mañana? , susurras. Y ya no tengo ganas de ocultarte la verdad. Ni tengo fuerzas para mentir. Cabizbajo te digo que mires al ángel. ¿No ves que tiene una espada flamígera en sus manos de querubín? ¿No entiendes que su tarea es expulsarnos del paraíso? ¡Otra vez!, murmuras.

Tu cuerpo desnudo es como una perla negra. Perfecta. Sinuosa. Provocadora del calor que me atormenta. Vuelvo a besar tus pies y tus piernas. Mis labios llegan a tu sexo húmedo y ardiente. Busco con mi lengua y te agitas. Y tomas mis cabellos y pides más. Y entro en ti una y otra vez. Y ya no queda tiempo. Ni pensamientos. Sólo tú y el miedo. Sólo tú y el miedo.
Obra.El miedo,Tinta sobre papel de Dav¡dRu¡z

miércoles, 9 de julio de 2008

ALMAS MUERTAS

Oh... Chichikov...!)
Mi tatarabuelo recorrió las estepas comprando lo que sería el patrimonio de la familia: doscientas mil almas muertas. Así obtuvo el reconocimiento deseado. El dueño de tantas almas sólo podía ser un caballero de máxima importancia. La gente, esbirros inconscientes, le hacía reverencias y las mejores familias le invitaban con la esperanza que se fijara en alguna de las niñas de la familia. Vivía del crédito que le proporcionaban sus almas muertas. ¡Y cómo se divertía!. Los salones, la ópera, los viajes a París, las inagotables fiestas inundadas de mujeres y vodka.

La revolución lo trastocó todo. Mi tatarabuelo huyó de la furia proletaria y dio con sus huesos en una fría pensión, en Monmartre. Allí murió, hundido en la oscuridad de sus quejumbrosos recuerdos del pasado.

Mis padres llegaron a la ciudad hacia los años cuarenta. Papá abrió una mercería que nos permitió vivir con cierta holgura. Estudié medicina. Empecé a vivir entre espéculos y olor a medicamentos. Todo se me dio fácil. Tenía clientela en toda la región. Mis honorarios aumentaron al punto que pude casarme con la mujer que amaba.

Entonces recibí la herencia de mi tatarabuelo. Soy propietario de doscientas mil almas muertas. Entre ellas hay campesinos y artesanos, Olvidados sirvientes de casas aristocráticas. Soldados caídos en batalla. Nombres. Interminables listas de nombres. Pienso en esos ojos que observaban los cielos de las estepas y se preguntaban por los sentidos de la vida y de la muerte. Vivieron. Alguna vez, amaron. Otros se emborrachaban hasta perder la noción de su yo atormentado por la miseria. Sus destinos de tormentoso desamparo, de absoluta inutilidad. Reflexiono en la brutal broma que me hace ser dueño de sus historias, de su absurda existencia tan gélida como el paisaje cubierto de nieve que pisaban sus pies dormidos.

No tengo reposo. No hago más que pensar en la herencia que me pesa en la conciencia. Ha llegado a mis manos una historia que me produce el dolor de llaga abierta. Quemé todos los papeles y certificados acumulados en más de cien años. Esta herencia maldita no caerá sobre mis hijos. En las noches, cuando viene el sueño, los veo: cadáveres mutilados, de colores de ónice y lapislázuli. Con los ojos inmensamente abiertos reclamándome que les atienda, que les de vida, que los nombre en las horas del día. Doscientas mil almas muertas que me arrastran a la locura.

MOLINOS DE VIENTO

El hombre, alto, delgado y anciano, transita lentamente, montado en un flaco jamelgo, apenas un suspiro de largas patas que parecen no tocar la tierra olorosa del valle del Maule, cerca de Talca. Viste chaquetilla de huaso, pantalones listados y perneras que alcanzan a cubrir los botines de taco alto. Lleva una manta bordada al hombro. En la mano, una herrumbrada adarga y una alabarda estirada como un álamo. Le rodean parcelas umbrosas, de sombra vegetal. Árboles, arbustos, flores multicolores.
Silenciosos aullidos telúricos que resuenan en su corazón. El anciano piensa: "Cómo te extraño, mi regordete amigo. Sé que ahora tu voz atufada me estaría diciendo... "Déjelos, mi señor, ¿no ve que caminamos?"... Caminamos... pero estas no son las serranías consteladas de Andalucía... Ni encuentro los pagos en donde nací, hace tanto tiempo. Son tierras nuevas. De huasos y chinas hermosas como el amanecer. Jamás oyeron hablar de Roncesvalle. Nunca se enfrentaron a un ogro hambriento. Ni escucharon, por las noches, el galope de los caballeros, capas al viento, viajando hacia la nada de las cruzadas, en tierra mora... ¿Dónde estarás brindando tu cerveza y tu aguardiente, con la bocaza llena de ajos untados en el pan?... Me dirías que no son gigantes... que sólo son molinos de viento... ¡Qué disparate antojadizo! ¡Cómo si no lo hubiese sabido siempre! ¡Cómo confundir los molinos de viento si los he visto en la campiña desde mi niñez! No importa que después digan que era locura del anciano decrépito... Igual galoparé hacia ellos y hundiré mi alabarda en el corazón de las aspas que quiebran la quietud del viento estremecido. Una vez más, defenderé al viento humillado por estos ingenios diabólicos creados para transformar la naturaleza en harinas y basuras. Es mi aporte y mi venganza. Hundo las espuelas en los ijares de mi viejo compañero y volamos. La adarga firme en la mano, cubriendo el corazón. La alabarda, recta, en dirección a las entrañas del molino. ¡Vamos! ¡A la historia!..."

Néferis, el gigante, vio asombrado al jinete que corría hacia él. Apenas tuvo tiempo de hacer vibrar el aire con sus brazos. Tocó suavemente al corcel y a su jinete que salieron despedidos. Se agachó para mirarlos. Constató que ambos vivían. Una sonrisa placentera se instaló en su rostro. Tenía una historia que contar a sus hijos y nietos, allá en casa, en las alturas del volcán Tupungato.

Pintura EMILIO MOGILNER-Contra los Molinos

LA MEICA



En la sureña provincia hay un lugarejo , apenas una hijuela entre la huella, que llaman "La Guerta". Es el punto en que las manadas del norte regresaban a sus campos después de meses de pastura fresca. Un gobernador, ajeno a la historia y decidido a mejorar el idioma, cambió el nombre a La Huerta.
Justo en medio vivía la Meica. No importaba su nombre, si lo tuvo alguna vez. Lo revelador era su oficio. Era la partera del lugar. A ella acudían los enfermos buscando alivio. También, cuando habían dejado caer un mal sobre su familia y su casa. La Meica encendía el brasero y enrollaba un par de hojas de tabaco. Llenaba de hediondeces el ambiente y murmuraba entre dientes oraciones que sólo ella conocía. Cuando la llamaban de urgencia por la inminencia de un nacimiento, montaba su corcel, el Rucio, y galopaba desalada, desafiando al viento hasta el lugar y demostraba sus artes de traer cristianos al mundo.
Una noche, a mediados de Julio, en medio de una tormenta cuyas ventoleras doblaban los cipreses hasta los techos de las casas, cayeron en el lugar dos rayos. Uno pulverizó al Rucio. El otro transformó a la Meica en un puño de cenizas. Pero los vecinos juraban haber visto al maloso montado sobre los rayos. Y decían que la Meica había galopado en medio del zipizape, junto al maloso, hasta perderse en las estrellas.
Hasta ahí la historia. Si no fuera por los extraños sucesos que, hasta el día de hoy, ocurren en el Paso de la Huerta. Es imposible viajar en vehículos motorizados. Inevitablemente, al pasar por las ruinas, se descomponen y no hay como volver a ponerlos en marcha. Si alguien pasa en bicicleta irremediablemente tropieza y cae en medio de volteretas aparatosas. Y si alguno cruza al tranco de su caballo, repentinamente el pingo empieza a galopar cortando el viento, como si la Meica tuviera prisa por llegar a una parturienta.
Se han hecho evocaciones y rezos del cura y de la huasería por el alma de la finada. Hay un pequeño santuario de animita, bullente de velas y rogativas. Pero nada. Su presencia continúa marcando el paso del tiempo. Cuando en las noches de Julio el viento arrecia se le escucha galopar. Y reír. Como si dijera al mundo que está allí. Que jamás dejará su casa y su ocupación.

martes, 8 de julio de 2008

UNA DIFÍCIL ALTERNATIVA

Sé que tus labios quieren caricias, así, con premiosidad, con la dramática exigencia del oxígeno de alguien que está sufriendo de asfixia. En el instante final, cuando respirar es la posibilidad de continuar viviendo. También sé que tus pechos, tersos, aún llenos de dureza y suave tibieza reclaman caricias que debieron ser. En el pasado cuando tu mirada era joven. Pero tú insistías en dilatar el tiempo. Desarraigarlo. Hacerlo elástico y deforme. Paralelo con tu necesidad de crecer y de comprender. Hasta ahora que tu cuerpo es fruta madura, llena de miel, a punto de reventar. Y siento la llama de tus ojos incendiados, que me buscan y me llaman. Miro la región a través de la ventanilla del auto. Nos desplazamos veloces. El desierto, espacio expósito de bienes, está penetrando el paisaje, pero todavía quedan vestigios de campos sembrados. Y manadas de cabras y ovejas que recorren los lomajes. Y cantan. Son cantos crepuscularios. Es un sol inmenso y rojo perdiéndose lentamente entre medio de las olas. Y es tu risa suave, en tonalidad baja, invitándome, diciéndome que todo debe ser esta noche, cuando lleguemos al pueblo de casas blancas.
Pero nada de esto es real. Mister Fleming, en la Facultad, nos lo ha aclarado, sin piedad, definitivamente, en su español acerbo. Ni tus labios, ni las caricias que necesitas, ni tu cuerpo maravilloso, ni el tiempo, ni el paisaje lleno de crepúsculos rosas, ni las olas, ni el pueblo de casas blancas. Nada es real. Sólo se trata de creencias, de percepciones con las que estoy construyendo una tarde de verano. "¡Pura construcción mental, señores! Lenguaje y discurso asertivo que se desplazan desde la percepción hasta los labios. No hay hechos en los que se pueda fundar esa pretendida realidad. Entenderlo es vivir"

Entonces, ¿Cómo te lo digo? Ni tú ni yo somos existencias reales. Solo estás aquí porque te percibo y, de alguna manera nuestras percepciones se han cruzado. Pero, digo mal, no estás. No puedes estar porque no eres. Tampoco yo. Entonces, para esta tarde quedan dos alternativas únicas. Termino definitivamente con estas amargas percepciones que me hacen construir constelaciones de irrealidades. O mando a don Fleming al tarro de la basura. Y nos vamos a conversar un trago en el bar, antes de dejarnos llevar por la desnudez de la piel, entre tus besos y mis manos afiebradas en la morbidez de tu lecho.



Pintura de Jesús Molina

LA ÚLTIMA PUERTA

El discurso del Ministro fue duro, acerbo. Los veinte supervisores bajaron los ojos. En sus corazones no había vergúenza, sino amargura. Una vez que el Ministro se retiró el silencio imperó en el salón. Hasta que el más antiguo de los supervisores, resumió la tarea.

- A la calle, señores - dijo - La avenida central de la ciudad se despliega ancha y dinámica, llena de vida. El problema lo tenemos en el nacimiento y en el término. Allí construyeron un sinfín de calles menores y una red de callejuelas sin destinos claros. Es la ingeniería del siglo pasado que nos envuelve en el desarraigo. Allí es donde debemos buscar la puerta.... si es que existe.

- Sigo sin comprender - reclamó uno de los más jóvenes - ¿Cuál es la naturaleza de la puerta? Sería más fácil si supiéramos lo que estamos buscando. Por definición una puerta, al ser abierta, conduce a algún espacio que puede ser definido y descrito. Pero de esta puerta nada sabemos. Sin contar los buses y los automóviles y la gente que transita de un lado a otro... A veces lo siento como una tarea sin sentido, como una constelación de naderías.

- No hay lugar a críticas, señores - dijo el más anciano - Es una tarea asignada. Que debe ser cumplida. Ya escucharon al Ministro.

El término de la gran alameda y las callejuelas que se empinan hacia las colinas. Cómo pensar que, de pronto, me voy a encontrar una calle cerrada por un muro en cuyo centro hay una puerta que debe ser abierta. Un muro inmenso, de gran altura. Seguramente hecho de adobones. La pienso como una puerta de maderas nobles, trabajada en alto relieves que muestran los últimos vestigios del antiguo arte. Tal vez rostros despavoridos, de ojos expósitos, gimientes. La imagino al atardecer, cuando la luz del sol ha dejado atrás su piedad de siglos. Y permite que las sombras traigan frío y miedo. No entiendo por qué la he encontrado. Por qué ninguno de mis compañeros la vio antes. Se que terminaré de acercarme y que mis manos se prenderán a sus grandes aldabas de metal amarillo. La abriré a empujones. En verdad, no tengo interés en averiguar qué hay más allá. Quizás la nada, magnífica en su inmensidad. Entonces, si así fuera, la ciudad no tiene existencia real. Es sólo la última imaginación de un dios agónico.




fotografía José Antonio Melendo

NOCTURNO DE LA SOLEDAD

Exploro la tristeza, la melancolía.

Ella me abrazaba. Su cuerpo palpitaba, pegado a mi pecho. Pero se deshizo como polvo de estrellas y he quedado solo, asténico de sensaciones, de sentimientos.

Hogaño siento la soledad como una enfermedad que me invade. No es sólo la ausencia de sus brazos entre mis brazos. Es la nostalgia que se introduce entre las venas y galopa junto con el caudal sanguíneo hacia destinos sin término. Y absurdos.

Paseábamos montados a horcajadas de la alborada. Y tú reías. Y me decías que todo esto es una locura. Dos dementes apenas cubiertos con medio melón en la cabeza. Te dije que no es una parodia de un tango subliminal. Te dije que descubríamos el altazor de las montañas. Te dije que larí, larí lará. Y tu carcajada resonó entre las nubes y las últimas estrellas. "Mi loco, loco mío", balbuceaste. Me abalancé sobre tu cuerpo desnudo y nos amamos mientras los zorzales cantaban, gruñían y se sonrojaban.

Así fue el ayer. Y el antes de ayer. Y los segundos que precedieron a la historia. Esa que se cuenta de mil maneras deformadas en las aulas. Yo te diré - musité - cómo ocurrieron los hechos. Adán trabajaba en la fábrica y llegaba todas las tardes ansioso del cuerpo de Eva. Pero ella había hecho amistad con Rebeca y quería explorar todas las formas del amor carnal. Adán era como un niño. Apenas descubriendo los cuerpos desnudos. Eva y Rebeca se amaron. Y esa es la causa de la disputa de Caín con su hermano. Adán quiso ocultar todo el cahuín, pero el ángel de la espada encendida nos esperaba en las puertas del jardín y nos condenaba a vagar hasta los últimos confines, en donde los volcanes aúllan su soledad y la carne de los continentes se ha disgregado para siempre en una multitud cósmica en medio del cosmos oceánico.

Estoy solo, buscándote. Estoy solo y no encuentro nada ni nadie a quien domesticar. A veces digo una palabra, o me brota una exclamación. Y la vibración de la voz estremece hasta las alas de las mariposas que han decidido no volver a volar para que nadie las acuse de provocar turbulencias mortales en el otro lado del planeta, a mil eones de distancia.

Y la primavera está aprendiendo a nacer.

EL NACIMIENTO PRODIGIOSO

La vieja machi, temblando de emoción, acunó al recién nacido abrigándolo con la manta de lana. La luz zozobrante, era inmovilidad y misterio.
En su sueño de la noche anterior el viejo Ngechén la tocó con su dedo índice en la sien y musitó, en lenguaje de agua y canelo, que ese niño llevaría la luz del mundo mapuche a la conciencia de los huincas. Le indicó su nombre: Se llamaría Leftarú. Le vio, ya mayor, montado en un corcel blanco arengando a cientos de peñis. "Hemos vencido diez veces", gritaba y el vozarrón de sus seguidores respondía haciendo estremecer la roca de la montaña infinita.

Don Pedro de Valdivia bebía, a pequeños sorbos, el café de la tarde mientras admiraba, otra vez, el cuerpo divino de doña Inés. No me queda más que perderte, pensaba. Te casarás con Quiroga, el mejor de mis capitanes. Sólo así el obispo me perdonará las burlas hechas a esta colonia del reino de Su Majestad. Suspiró hondamente.

Leftarú clavó hondo el cuchillo de pedernal y extrajo el corazón de don Pedro. Lo mostró a sus hombres que aullaron feroces. Mordió el órgano, aún tembloroso y comió para que todos los valores del huinca habitaran en su conciencia.

Ngechén tomó la mano de la hermosa Venus y le mostró la escena. La griega, horrorizada, exclamó: ¡Antropofagia no, por Zeus!. Ngechén la miró en silencio. Las muertes provocadas por tus compañeros olímpicos son peores - dijo - Ustedes trajeron destrucción, aniquilación, inmolación, ruina. Esto es pura redundancia, ideología majadera, dijo la diosa y agregó: Les hemos dado el futuro. Entonces, como si fueran amigos de toda la eternidad caminaron hasta el final de la avenida y entraron a un Bravísimo en donde pidieron sendos cafés cortados.

La machi le lavó en las aguas cristalinas del río Hualén. Y puso sobre sus sienes el cintillo que identifica a los loncos. La aurora dejaba que el sol incendiara el paisaje. Leftarú había amado durante la noche a su mujer. Los huincas me matarán, susurró quedamente. Ella, apegándose a su pecho le dijo que no, que viviría eternamente. Que en su voz vivía para siempre la palabra libertad.

Las gaviotas, con su parloteo, daban razón de ser a los horizontes.



Palabras en mapudungún , la lengua de la Gente de la Tierra:

Machi : Meica. Conoce el lenguaje de los bosques y las aguas. Se comunica con el mundo de arriba, donde habitan los dioses, hermanos de la Gente de la Tierra.

Ngechén (Chao Che Negechén) Es el dios que es hermano de los hombres y de los bosques.

Huinca: El hombre blanco.

Peñi: Hermano

Lonco: Jefe elegido por los peñis para comandar grupos en guerra con los huincas.
Imágen : Una Machi del pueblo mapuche.

lunes, 7 de julio de 2008

TREINTA AÑOS...

He vivido los últimos treinta años en el manicomio. Los médicos - les digo loqueros - decidieron que mi conciencia se había trizado. Un conjunto de tres bloques sin comunicación, unidos en el desencuentro. Es divertido saber que tienes tres yoes y que los tres discuten sobre las cosas importantes de la existencia y no se ponen de acuerdo jamás. El último conflicto muy grave se produjo hace tres años, cuando uno de ellos esperó la noche y dejó en un baño de sangre al más odioso de mis amigos. El Segundo aprobó el acto como una venganza indispensable; es que la hipocresía del finado era extrema. Dos de nosotros la amábamos y el canalla la sedujo. El Tercero objetó los hechos. Todos los hechos. Desde la conjugación del verbo amar. Y si hubo aceptación, agregó, no hay lugar a la venganza. Los otros dos lo hicimos a un lado. Lo amordazamos. Le prohibimos estar. Pero el muy sinvergúenza se coló igual y armó el alboroto. Entretanto el abogado (de los tres, pero más del que empuñó el puñal) hizo malabarismos argumentales, usó resquicios y convenció a los tres jueces que el verdadero culpable era el finado. Los jueces, serios como lechuzas en medio de la capilla, agregaron que la víctima, o sea uno de nosotros, merecía una indemnización con la que los tres podremos vivir el resto de nuestras vidas sin problemas.

Estamos preparando nuestra salida de la loquería. Nos vamos a ir a vivir a una cabaña en la montaña, en medio de un bosque de cipreses. En las mañanas el Puelche sopla tibio. Pero hace dos meses empezamos a sentir que no somos tres, ni uno, sino cuatro. El Cuatro dice que como ahora hay dinero él puede estar con nosotros sin preocupaciones. Y exige que compremos un piano, un saxofón y un bombo pampero, porque se va a dedicar a la música en varios idiomas. El Tercero dice abiertamente que no. El Segundo puso el grito en el cielo. ¡Qué será del silencio!, exclamó. El primero no ha dicho nada. Sólo sonríe. Esquivo, se burla de nosotros. Anoche, el Cuarto armó una zafacoca. Nos desafiaba a los puñetes y gritaba que él es hijo de los dioses. Entonces los loqueros nos pusieron camisa de fuerza. No nos miramos ni nos hablamos. Cada uno en dirección a uno de los cuatro vientos. En fin. Mañana será otro día.



Imágen: Los cuatro ángeles y los cuatro vientos (Apocalipsis 7:1-3)

domingo, 6 de julio de 2008

EL VALS

Parece que el salón había crecido y nos había inventado espacios sin término para los pies que insistían en volar. Mi mano derecha en tu cintura breve como suspiro de abeja; la izquierda entrelazada a tus dedos en busca de atmósferas sumergidas en tu perfume. Dos flautas traversas, no compatibles, inventaban escalas. Ascendían y descendían. Y trinaban. Enredado en el canto, un fagot, camuflado y ronco conducía las caracolas de los vientos que nos impulsaban a continuar el dibujo de redes y vuelo de libélulas en los bordes alados de tu vestido. Mi pie derecho firme en el piso para que tú exploraras el aire. En tu cintura, nido de colibríes, apenas cabía mi mano. En tus ojos garzos, los míos se adentraban codiciando oscuras profundidades. Tus labios, frescos y sonrientes me llamaban y se alejaban. En alguna parte del salón había trinos de canarios y lluvia de alelíes fundidos en tus cabellos. Tu pecho respiraba agitado. Tus senos, cántaros pletóricos, palpitaban, y me atrapaban en su cadencia, pero el ritmo los llevaba lejos de mis labios. Y mi mano derecha, aprisionaba tu cadera, en cada una de las vueltas y revueltas, mientras explorábamos los últimos rincones del salón, el último segundo y la última nadería transformada en risas brotadas como manantiales de tu garganta nívea. Otras parejas, menos convencidas, intentaban la misma aventura, trasteando los tres tiempos, pero los pasábamos, vertiginosos, dejándolos como estatuas de sal, inmóviles en el instante supremo de la consumación.

El vals terminó. Te dejé en el rincón donde estaban tus tías y tus primas asombradas en su conciliábulo trepidante. Te agradecí que danzaras conmigo. Hiciste una sonrisa que no decía nada. Me alejé al otro extremo del salón. Los vestidos blancos, de gasas y organzas perforadas en arabescos sutiles e imposibles. Los calzados nuevos. Los trajes oscuros de los varones. El ambiente, denso de transpiraciones que dejaban escapar el aroma de los desodorantes de última generación. ¡Y qué mierda estoy haciendo aquí! Si esto ocurrió, pero no ocurrió, hace cincuenta años o nunca. Y jamás he podido entender si esa noche te encontré o te perdí. Para siempre.
Obra: "El vals" de Camille Claudel.

sábado, 5 de julio de 2008

EL NUEVO DIOS

Leí por ahí que hay gente buscando, en las cansadas rutas del mundo, la presencia de los dioses nuevos. Entiendo, dioses de ahora, desligados de las viejas teologías que encadenan de una u otra manera a los hombres de hoy, sumidos en las otras cadenas, las tecnológicas. ¿La búsqueda es teología o simple filosofía?
Me pregunto para qué.

Las castas más ancianas se durmieron. Ya no conmueve el viaje de Isis, ni el despertar de Osiris. Mazda es un desconocido. Brahama y su coorte duermen en el fondo de los ríos sagrados. En el mundo occidental viven, todavía poderosos, el sueño humanista del Carpintero de Belén y sus Iglesias, aunque sabemos que estas últimas no nacen del misterio, sino que del hombre y su historia. En ambientes pequeños, como el mío, el Pillán ordena los ciclos de la naturaleza y Chao Che Ngechén protege a la Gente de la Tierra, en espera de que Kai Kai Vilú y Tren Tren Vilú despierten para continuar su lucha titánica y definitiva.

¿Cómo sería el dios nuevo? ¿Postmoderno y globalizado?. Sin duda un heredero. Cuya simiente fue establecida en los tiempos primeros, cuando gobernaba la Diosa, en cuyo regazo nacieron las vírgenes negras. Cuando Zeus venció a los Titanes. Simiente dormida, en espera de estos tiempos difíciles, cuando los seres humanos ya se han cansado de creer y sólo repiten los ritos... vacíos, apenas respuestas condicionadas, ordenadas al bochorno ceremonial, al "te veo en la misa del domingo (solamente porque es socialmente bueno estar ahí)". Tendría que ser capaz de unir todos los pensamientos y sentimientos salvíficos. Tendría que tener la capacidad de hacer verdaderos milagros; por ejemplo fractalizar el tiempo y hacerlo asequible. Todo el resto de los "milagros" ya están hechos y controlados por la ingeniería y la medicina. Tendría que ser solamente magnánimo. Tendría que revalorar las palabras, principalmente la idea de bondad y la idea de justicia y la idea vilipendiada de libertad.

Entonces, otra vez al Monte Calvario. ¿Cómo creer en un destructor de las instituciones? ¿En una especie de revolucionario tardío, por completo ajeno a las sagradas normas del Desarrollo Económico?No sé como llamarlo. Pero esta tarde, en un rincón de mi jardín, encenderé dos o tres blancas velas. Y preguntaré al Universo con qué oración se le puede convocar. Quizás me respondiera. Quizás fuera posible volver a creer.

viernes, 4 de julio de 2008

¿SOLO SEGUNDOS?

El tiempo es un invento bárbaro. Somete al hombre y lo encadena a un continuo sin salidas, sin esperanzas. Lo peor es el convencimiento que se puede medir y contar. ¡Dios! ¡Cómo medir y contar lo inexistente! ¡Lo que jamás podré tener entre mis manos!" pensaba mientras preparaba a mis estudiantes para el trabajo del día. Los niños clavaron su mirada en el reloj mural. Unas placas pequeñas, aladas, metálicas, brillantes, se desprendían del minutero. Volaron zumbando sobre las cabezas de los niños y desaparecieron por la ventana, hacia el jardín. La experiencia fue breve. Uno de los niños exclamó:
- ¡Son los segundos!
Estallaron las carcajadas. En ellas escondí mi asombro. ¿Es que el reloj estaba dando respuesta a mis inquietudes? Los acontecimientos cotidianos me atraparon y olvidé lo sucedido. Pero tres o cuatro días más tarde volvió a ocurrir. Esta vez las pequeñas placas aladas eran más numerosas y permanecieron, zumbando, durante casi toda la clase. El trabajo se suspendió mientras los chiquillos se trepaban a las mesas y procuraban atrapar a alguna entre risas y una especie de alegría nueva, distinta, casi diría simbólica.
Lo comenté con uno de mis colegas. En su clase estaba ocurriendo lo mismo. Lo llevamos al Consejo de Profesores. La experiencia se estaba produciendo en todas las clases, siempre el mismo día, siempre a la misma hora.
- ¡Es un disparate! - exclamó el director - El tiempo no se materializa. Es pura sugestión. Un asunto que deben olvidar. No lo comenten. No produzcan temor en los alumnos.
Las placas metálicas aladas, verdaderos insectos tornasolados, se hicieron habituales, a pesar del director. Algunos maestros pudimos observar que después de revolotear sobre las cabezas, en las clases, las placas se reunían en el centro del jardín y en un vuelo velocísimo desaparecían entre las nubes.
- Es un mensaje divino - dijo el profesor de Religión e invitó a los presentes a una oración comunitaria.- Es sólo una manifestación de física cuántica - dijo el de ciencias, con un rostro pétreo, sin emociones.- Un puro alboroto de los caballeros - concluyó la cocinera.
Un día, las placas invadieron la ciudad. Se desprendieron de todos los relojes, en todos los hogares, en los edificios, en las muñecas de los hombres y mujeres. La experiencia se hizo diaria. Luego, una vez en cada hora. Luego en todos y cada uno de los minutos.
Estamos viviendo en medio del miedo. La nube de placas cubre los cielos. El zumbido es cada vez mayor. El tiempo es como un monstruo que tiene miles de fauces abiertas. Y cada vez, se acerca más y más...
Pintura: Reloj Blando de Salvador Dalí