sábado, 20 de diciembre de 2008

LA ARAÑA

“Piensas que no sé donde estás, bestia estúpida. No puedes entender que mi ceguera ha activado mi sensibilidad. Te escucho. Siento como mueves tus patas asquerosas entre los rincones del entretecho, en la oscuridad, mientras buscas una presa, o, como ahora, mientras reparas tu red.

Sé que tu tamaño es algo más grande que lo normal. Tu cuerpo apenas cabría en mi mano completamente extendida. Pero tus patas son extremadamente largas; con ellas puedes llegar a todos los rincones que quieras. Tu tamaño no es una ventaja. Tienes que alimentarlo. Y para ello, no te bastan los insectos minúsculos de esta habitación. Sé que has tendido redes en otros lugares de la casa. Y sé, también, que te las has arreglado para construir una línea maestra que conecta todas tus trampas a uno de tus palpos, de modo que sabes perfectamente que está ocurriendo en las diez o doce redes tejidas en los rincones más inverosímiles del entretecho. Cada vez que sientes que ha caído una víctima, corres a la red respectiva y te alimentas. Eso es lo que hace de ti una bestia distinta. Has realizado un acto de creación y, aunque todavía lo ignores, en ese acto de creación has hecho nacer inteligencia.

Siento tu odio. Lo percibo claramente en las noches, cuando piensas que estoy dormido y te dejas caer en unos de tus hilos, casi invisibles, hasta detenerte muy cerca de mi cara. Ahí te quedas, observándome, enviándome el fluido de tu rencor, de tu perversidad. Es entonces cuando un frío distinto recorre mi piel. Pero no te temo. Sé que si me tocas, mi mano será más rápida que tus patas y te aplastaré, destruyendo para siempre tu cuerpo. Entonces, el placer será mío: lo haré lentamente, espaciando el instante final, pues quiero que sufras, quiero que te atenace el miedo a la nada, que es donde te enviaré. Te tomaré entre mis dedos y te pondré sobre la palma de mi mano izquierda. Tal vez arranque una o dos de tus patas para restarte movilidad; aunque ya no tiene sentido, pues estaré uniendo las dos palmas de mis manos en un movimiento lento y circular, apretando en cada segundo un poco más, hasta sentir tu cuerpo estremecido en la proximidad de la muerte que ya viene, pues en el próximo apretón, todo tu ser explotará y te transformarás en sucia basura.

También siento como estás creciendo. Cada noche un poco más. Cada vez, necesitas más alimento; víctimas cada vez más grandes. He seguido paso a paso como lo haces. La víctima queda enredada en tu red. Al tratar de huir se enreda más, hasta quedar inmovilizada. Es entonces cuando te aproximas. Lentamente. Hasta pienso que lo haces deliberadamente. Que quieres generar terror en tu víctima. Que quieres que el miedo impregne por completo el cuerpo que vas a comer. Como si el miedo fuera, finalmente, un aderezo de tu placer. Eliges el lugar en donde vas a clavar tus palpos, perforas la piel e inyectas tu saliva. Entonces te retiras a un rincón de la red, y esperas. Sé que otros miembros de tu familia se alejan durante todo el tiempo que sea necesario. Pero tú no. Permaneces allí, cerca de la víctima y la observas. Miras los últimos estertores del cuerpo muerto. Siento tu risa silenciosa cuando percibes cómo el cuerpo, al contacto con tu saliva, se descompone y se hincha, como un globo lleno de muerte para entregarte la vida. Escucho el ruido jubiloso de tus palpos cuando te enteras que el cuerpo ya está disponible. Entonces, vuelves al cadáver, con esa maliciosa lentitud que pones en todos tus actos, dilatando siempre la ocurrencia del hecho, gozando por anticipado lo que sabes que va a ocurrir. Introduces uno de tus palpos y succionas. Dentro de ese cuerpo ya no hay músculos ni huesos. Todo se ha transformado en esa papilla asquerosa que devoras con ansiosa gula, hasta quedar saciado.

Tus ojos, tan ciegos como los míos, miran en rededor. Sé que cada vez es menor la satisfacción que sientes. Se que has despreciado a los insectos menores. Sé que estás en la búsqueda de presas de mayor tamaño. Hace unos días te sentí trabajando en una tela de gran tamaño. Sentí tu malestar, tu rabia, cuando advertiste que en la medida en que lo haces más grande la textura de tu red pierde potencia y fuerza. Pero también se que vas a encontrar la solución, porque ya está en ti la semilla de la inteligencia. Encontrarás el diseño que te permita atrapar a criaturas de mayor tamaño… ¿Un ratón?... ¿Un zorzal?... ¿Algo de mayor envergadura todavía?... El diseño de tu red es ingeniería pura. Hasta ahora has trabajado el modelo ancestral: una tela radial, con un centro de cinco o seis lados que crece hacia fuera hasta tener el tamaño adecuado a las presas que vas a coger. Pero ya estableciste un cambio que no está inscrito en tus genes, cuando dispusiste de una línea maestra que une las diez o doce redes que ahora tienes. Y si no encuentras esa ingeniería, se que descubrirás la caza: el salto sobre la víctima elegida para insuflar el veneno que paraliza y mata.

Sé que sueñas con presas de gran tamaño. Y también sé que siempre estás pensando en una clase de víctima inmensa, para ti, que te permita vivir muchos años sin tener que volver a matar para vivir.

El problema es que estás empezando a pensar. Y, por consiguiente, si llegas al pensamiento, necesariamente te encontrarás conmigo. Y nos enfrentaremos. Será tu vida o la mía. Pero hay algo que debes entender: mi cerebro no te servirá de nada. Aún cuando me incorporaras a tu cuerpo, jamás podrás pensar como yo pienso ni saber cuanto yo se. Y si esto, por alguna clase de estúpido milagro, fuera posible, lo único que vas a encontrar en mi es odio y desprecio, en una magnitud tan insondable que terminaría destruyéndote.

¿Lo entiendes bestia demoníaca?... Aún derrotado seré yo quien termine venciendo. Tú jamás podrías sobreponerte a mi fuerza, ni a mi inteligencia. Te dejaré que crezcas un poco más. Solo un poco más. Y entonces te perseguiré hasta encontrarte. Y te aplastaré. Sólo entonces podré volver a dormir. En paz.”

viernes, 12 de diciembre de 2008

MONÓLOGO

Sobre La Crisis Económica
y el Primer Trabajo



(El protagonista viste jeans y una chomba. Está sentado en un rincón del escenario, meditando. Gestualiza como si estuviera participando de una discusión. Se levanta y camina lentamente hacia el foco central. En el lateral derecho hay un podio. El conferencista sube, deja aparatosamente su discurso. Luego baja y se sitúa al centro del escenario, en la boca. Mientras el público se sienta se escucha una suave música de fondo que disminuirá su intensidad hasta desaparecer.)

¡Hola…! Así es como se saluda la gente por estos días. Si mi abuela me escuchara se vuelve a morir, esta vez de vergüenza. Pero no vengo a reflexionar sobre los buenos o malos modales; ese es un tema que domina a la perfección mi colega, el doctor Murillo. Es que su padre fue diplomático y Murillo le copió todas esas costumbres de guantes blancos y voces bajas y bien moduladas que se usan en los salones cortesanos. Todas esas conductas pasadas de moda y que hoy provocan sonrisas. Siempre viste de gala, como si fuera a participar de un festejo elegante. El pantalón planchado, de línea como trazada con regla. La corbata en juego con la camisa, calcetines y el pañuelo, impecablemente doblado, en el bolsillo superior del vestón. En fin… El Director del Departamento me pide que les hable sobre la crisis económica y cómo les afecta a ustedes que están a poco tiempo de empezar a trabajar. En realidad son dos temas que, en alguna parte, se entrecruzan aunque no me parece que el problema pueda estar en el ámbito de sus inquietudes. Al menos, si yo tuviera la edad de ustedes me preocuparía de otras urgencias. Por ejemplo sobre como empieza a huir la juventud, sin que nos demos cuenta… Es que cuando la juventud se va no tiene regreso. Y el resto de la vida no es más que un recuerdo pálido de lo que pudimos haber hecho. Y no hicimos. Porque creemos que siempre hay tiempo para todo y el proyecto de vida, si es que alguna vez se nos ocurrió pensarlo, queda por su cuenta y no advertimos que esa programación de los futuros posibles se nos escapa de las manos como si fuera agua entre los dedos. Es más fácil vivir cada día como si fuera el último y enfrentarlo entre muchos amigos, con una chela en la mano. Es que el tiempo se desgrana tiránico y no nos espera. Hace de corre – vuela, a veces nos mira hacia atrás, porque siempre vamos retrasados. Y ríe, burlándose, porque es claro que jamás lo alcanzaremos. Alguna vez lo pensé cuando tuve vuestra edad, pero entonces levantaba los hombros y me decía “ya habrá tiempo para todo”… ¡Patrañas! ¡Nunca el tiempo es suficiente! Cuando se va no hay como recuperarlo… El mundo y la vida eran más llevaderos y mucho más intensos cuando no se tenía la noción del tiempo… ¡Mil años de sombras sobre los físicos que lo inventaron…! Le dije al Director que es un tema muy escabroso, y que lo haría mejor el doctor Villa que sabe de Economía. Entonces el doctor Montero recurrió a su acento catalán y dijo seria y académicamente: “¡Me cago en la leche!” Venga… que tú lo haces y nada… Y aquí estoy… Bueno… Vamos a ello. En todos los ensayos de los economistas liberales ustedes encontrarán la afirmación que en las economías de mercado, sustento del capitalismo, se producen ciclos. Hay épocas de alto desarrollo seguidas, inevitablemente, de períodos de crisis. Y cuando la crisis termina, volvemos a empezar; sòlo que los consumidores somos más pobres que antes de empezar el ciclo y los empresarios más ricos porque quién podría creer que ellos trabajen sin obtener ganancias… Recuerdo que una vez le dije, muy amostazado, a una funcionaria de la AFP: “Que usted señora trabaja para los peores vampiros. Chupan la sangre de los trabajadores durante toda la vida y en la hora de jubilar nos entregan mendrugos…” ¡Cómo son de bárbaros! Hasta han aprobado una norma que afirma que los chilenos tenemos ochenta años de promedio de vida, que no lo tienen ni los países más desarrollados de Europa; así la pensión que se nos entrega es mucho más baja de lo que debiera ser… Y la dama me dijo, en un suspiro, que las empresas tienen el amparo de la ley… ¡Cómo lamento mi improperio! Pero ya estaba dicho… O sea que… la idea central es el ciclo… Hay que entender los ciclos para comprender lo que está ocurriendo con los mercados… Una imagen paralela es el ciclo que sufren las damas… La Juanita, que es mi señora, tiene sus ciclos todos los meses… ¡Qué no daría porque la Juanita tuviera ciclos más espaciados como los de la economía…! Cada cuatro o cinco años… Eso la haría más soportable… Es que es como si de repente cayera en el abismo de la tontería… La vida en el hogar transcurre tranquila y yo me encierro en mi escritorio y leo, o estudio, o escribo, o preparo las transparencias para mi próxima clase… Cuando sin que lo pueda prever escucho un aullido que viene del dormitorio en el segundo piso: ¡Hasta cuando sigues fumando! ¡Que la casa se llena de humo y de olor a tabaco! ¡Y me obligas a respirar el excremento que sale de tu boca!... Y dale… es la Juanita que empezó con su ciclo… Y, entonces, lo mejor que puedo hacer es guardar silencio y, en el mejor de los casos, escurrirme y dar un largo paseo por el parque que tenemos a unas diez cuadras de la casa. Una vez, hace años, le respondí y nos enzarzamos en una discusión muy bizarra en que gritábamos pero navegando ríos completamente distintos. No había posibilidad alguna de que pudiéramos llegar a alguna clase de punto de vista compartido. Y ella me echó en cara que yo me niego a dictar conferencias en las Regiones, como lo hacen mis amigos Villa y Murillo. Y que a ellos les pagan doscientos cincuenta mil pesos por cada día de trabajo en las provincias y tienen recursos para mejorar la calidad de vida de sus familias y que las mujeres de ambos, la Carmen y la Lita, tienen cuenta corriente y se pueden comprar joyas y ropas adecuadas a su dignidad… y que en cambio a mi me tienes como si lloviera… Y qué saco con decir a las amistades que trabajas en la Academia si es lo mismo que vendieras papas en la feria… Y que no, porque el vendedor de papas gana mejor que tú… porque, en el fondo, los trabajadores sòlo podemos optar al beneficio de mejorar la calidad de vida ya que no está previsto en el modelo económico que podamos hacer fortuna a menos que nos ganemos el Kino y que entonces yo soy flojo de nacimiento. Y yo le respondí que no se trata de más o menos dinero sino que de sostener una jerarquía de valores y que yo no puedo venderme como si fuera un objeto del supermercado. Y entonces la Juanita se largó a llorar. Fue a la cocina y sentí un desparramo de platos y vajilla. ¡Diablos! Pensé, me costará una tarde entera en el mall para reponer todo lo que mi dulce Juanita está destrozando… Luego, subió al dormitorio y al rato bajó con una maleta en la mano. Me la pasó y me dijo que me fuera de la casa. ¡Hijuna mi suerte negra! Quince días en una residencial de mala muerte. ¡Medio mes!, hasta que se le pasó el ciclo a mi Juanita. Regresé a casa, pero me encontré con que se había instalado mi suegra, que dormía en mi dormitorio, junto con la Juanita. Y me miró con sus ojos desorbitados de animal prehistórico y me dijo que ella no permitiría que yo siguiera maltratando a su pobre hija que jamás debió poner sus ojos en un animal desastrado como yo… Mi compadre Villa me aconsejó que abandonara a mi mujer y a mi suegra. Divórciate, me dijo. Pero eso es algo que, talvez, resolvería el problema de los ciclos de la Juanita, pero a un costo enorme. Dejar mi casa, que todavía la estoy pagando…. Es que los dividendos están a mi nombre y todavía me faltan catorce años para terminar de cancelarla. Y abandonar a la Valeria que es nuestra única hija y que ya está terminando la Media y dentro de poco estará como ustedes en la Universidad y ustedes saben lo que esto cuesta y ¡Qué diablos! La vieja tiene algo de razón porque mi sueldo no me alcanzaría para cubrir todos los gastos y no quiero que el doctor Montero me mire con severidad porque estoy pensando en mis problemas personales cuando debiera estar reflexionando en las muchas tareas que tiene asignadas el Departamento. Y esto se está pareciendo cada día más a un callejón sin salida, porque los años pasan y nos ponemos viejos y el mundo de hoy odia a los viejos; sòlo asegura el éxito a los jóvenes, a los que tienen su sangre intacta y que, por tanto, pueden entregarse a la voracidad de la oferta y la demanda que es uno de los nudos ciegos de los momentos de la crisis económica. Se lo comenté hace unos días a mi hija, la Vale. Un titulo profesional, mi niña, algo que te de independencia, que te haga libre, que te permita hacer de tu vida algo parecido a un sueño que se realiza. Para ello hay que dar más tiempo al estudio y menos tiempo al carrete. El pololo de la Vale, enfundado en pantalones de unos cinco números más grande, con una inmensa bola de aire en el trasero, se balanceaba sobre sus dos pies y me miraba con cara de idiota hipnotizado haciendo algo así como un ruido ritual: chok trump paratrum… chok terum…..trum. Recién advertí que el tipo se peina con unas mechas tiesas en forma de pelo de loro centroamericano y seguía con su chok trump trump. Y la Juanita que pregunta desde la cocina “¿El papá te está molestando? Y la Vale que “No te preocupes, mami… ¡Pasa nà!” ¡Carajo…! ¡Carajo! ¿Cuándo fue que me equivoqué? ¿En qué momento? Es que la vida simplemente se da. No pide permiso. Es un destino ciego y avasallador. Te envuelve en una especie de parábola, de remolino, y caes en ella casi sin advertirlo. Y no te queda más remedio que vivirla sin atender a más reglas que aquellas que la misma vida te va poniendo a cada tranco. En ocasiones me viene a la mente la idea de un terrible demiurgo borracho que me está soñando y que, en su sueño, me mueve de un lado para otro, sin piedad, como si fuera una marioneta que pende de sus dedos. Claro que hay razones sobradas para pensar en dejar a la Juanita y empezar de nuevo. Solo o con una compañera distinta. Pero pienso en cuando éramos jóvenes y teníamos la cabeza llena de ilusiones que volaban como las golondrinas cuando empieza a nacer la primavera. Y yo la esperaba en la plaza a la salida del liceo… Y cuando la veía venir llegaba a temblar con su imagen alada. ¡Dios! ¡Eramos jóvenes! ¡Y éramos hermosos! Y un beso de sus labios… una mirada de sus ojos… un roce suave de sus manos sobre mi rostro… me mostraba toda la poesía que era capaz de resistir y comprender… Y se me antojaba que ambos éramos como las golondrinas: Volábamos danzando y dibujando caligramas sobre el espacio y nada nos importaba. Nada que no fuera ese amor que florecía tenue en todas las horas vesperales de ese comienzo de primavera cuando estábamos llamados a transformarnos en hombre y en mujer maduros… Y nos prometíamos que sería para siempre… Y nos jurábamos que nada habría de separarnos… Tal vez ese fue el error… Estábamos tan centrados en nosotros mismos, en lo que sentíamos, en el amor joven que nos dábamos que no quisimos ver cómo lo humano se destruía en Viet Nam… ¡Era tan espantosamente lejano…! Y teníamos tanto amor para amar… Y luego fuimos conscientemente ciegos para todo cuanto ocurría en la lejanía de los otros mundos, que jamás conoceríamos, en donde la guerra, la muerte y el dominio económico nos hacía cada vez más pequeños, más insignificantes, más arena de la clepsidra que se escurre entre los dedos hasta que queda la nada. La nada más absoluta, inmensa como el universo… inerte, como la muerte… despiadada, como las leyes del mercado que tanta preocupación les demanda… La vida, amigos míos, no pertenece a las leyes del mercado, pero está en ellas. El mercado, me decía mi amigo, el doctor Villa no tiene existencia real. Existe en la medida en que hay seres humanos que lo piensan y lo construyen y, por lo tanto, no es cuerdo asignar culpas al mercado de lo que está ocurriendo. No importa que el problema lo haya creado un mister Bush y lo esté heredando un mister Obama. No es el mercado el que rebota inclemente y destruye las economías más pequeñas haciendo funcionar el efecto de la mariposa. ¿Lo recuerdan, verdad? Una mariposa, feliz de nacer, aletea, juguetona, jubilosa, sobre las flores de un jardín de Beijing. Y su aletear provoca, seis meses más tarde, un tornado de altísima potencia destructiva sobre las costas de América Central… No… No es el mercado… Somos nosotros… Cada uno de nosotros… Soy yo mismo, cuando me miro al espejo y me pregunto si vale la pena vivir este día. Una tarde le escuché decir al doctor Murillo que los problemas humanos solamente tienen resolución entre seres humanos. Que todo lo demás es artificio… Que solo la humanidad es necesaria... Ahora me iré caminando hasta mi hogar. Iré buscando piedras que patear, igual que cuando tenía quince años. Al salir del campus, encenderé un cigarrillo. Me iré fumando. Se que la Juanita me reclamará que vengo con olor a tabaco. Pero no importa. Igual le diré que está bonita. Y que la amo. Me acostaré y trataré de dormir…Mañana… Ya veremos qué hacer mañana…




sábado, 6 de diciembre de 2008

JUEGOS DE SOMBRAS

Mil años sin desatar el nudo que me mantiene atado a la vida. Fantasmagorías milenarias. Inclemencia en el sentir. Sin motivación ni promesas. Arrastrándome sobre la tierra como un reptil.

No recuerdo cual fue mi crimen. Sólo hay un vacío negro y silente e instantes fugaces. Mañanas tórridas. Anocheceres helados que me hacen temblar. Ojos desorbitados que caen de los techos y hacen danzas macabras en la amplitud del salón. Gritos como escarabajos verdes que corren sobre las paredes y estallan destrozando los oídos. Yo, habitante del espanto, en la celda inhóspita, helada, plagada de ratas e insectos asquerosos. Cadenas en mis brazos. Grilletes en mis pies. Y la condena. Cinco jueces de rostros severos. Cubiertos con amplios ropones rojos. Todos llevan cabellos blancos.

- Mil años de sombras. Habrá un último día solamente si logras el amor. No podrás morir. Para ti el suicidio será un imposible. Saldrás indemne de cualquier accidente. Vivirás en la impotencia y en el estupor.

Así fue. Olvidé la alegría. La sonrisa se me quedó enredada en alguna esquina y no la volví a recuperar. Hace una semana se cumplieron los plazos. Lo sé porque amanecí con una sensación extraña. Como si la gracia de la esperanza quisiera anidar en mí. Pero hace siglos que vivo en soledad. Jamás una compañera. O un amigo. O alguien con quien compartir.

Caminaba por el parque cuando la encontré. Se llama Olga. El mes de julio azotaba las calles y plazas de la ciudad con aliento gélido. Viene del campo. La ciudad la asusta. La invité a un café. En el estómago había calor, caracolas, olla de grillos jugando entre las venas, intranquilidad en las manos. Nos seguimos viendo. Una tarde me abrazó. Su boca buscó la mía. Creí que enloquecía. Todo era nuevo. Cada uno de sus gestos gatillaba recuerdos. Ansiedades. Angustias enlazadas a su figura pequeña y delgada. Me pidió conocer mi casa. Allí, en la sala, las caricias encendieron llamas que me iban a invadir. Entonces recordé a mis jueces. Y comprendí que Olga era la llave para mi descanso. Pero, entonces, no había amor. Ni en ella ni en mí. Ella no era libre. Amarla era condenarla. Entonces puse mis manos en su cuello y apreté. Mi cerebro escudriñaba y repetía la palabra matar. Ahora es otra la celda. Y espero. Como lo he hecho toda mi vida.