miércoles, 9 de julio de 2008

LA MEICA



En la sureña provincia hay un lugarejo , apenas una hijuela entre la huella, que llaman "La Guerta". Es el punto en que las manadas del norte regresaban a sus campos después de meses de pastura fresca. Un gobernador, ajeno a la historia y decidido a mejorar el idioma, cambió el nombre a La Huerta.
Justo en medio vivía la Meica. No importaba su nombre, si lo tuvo alguna vez. Lo revelador era su oficio. Era la partera del lugar. A ella acudían los enfermos buscando alivio. También, cuando habían dejado caer un mal sobre su familia y su casa. La Meica encendía el brasero y enrollaba un par de hojas de tabaco. Llenaba de hediondeces el ambiente y murmuraba entre dientes oraciones que sólo ella conocía. Cuando la llamaban de urgencia por la inminencia de un nacimiento, montaba su corcel, el Rucio, y galopaba desalada, desafiando al viento hasta el lugar y demostraba sus artes de traer cristianos al mundo.
Una noche, a mediados de Julio, en medio de una tormenta cuyas ventoleras doblaban los cipreses hasta los techos de las casas, cayeron en el lugar dos rayos. Uno pulverizó al Rucio. El otro transformó a la Meica en un puño de cenizas. Pero los vecinos juraban haber visto al maloso montado sobre los rayos. Y decían que la Meica había galopado en medio del zipizape, junto al maloso, hasta perderse en las estrellas.
Hasta ahí la historia. Si no fuera por los extraños sucesos que, hasta el día de hoy, ocurren en el Paso de la Huerta. Es imposible viajar en vehículos motorizados. Inevitablemente, al pasar por las ruinas, se descomponen y no hay como volver a ponerlos en marcha. Si alguien pasa en bicicleta irremediablemente tropieza y cae en medio de volteretas aparatosas. Y si alguno cruza al tranco de su caballo, repentinamente el pingo empieza a galopar cortando el viento, como si la Meica tuviera prisa por llegar a una parturienta.
Se han hecho evocaciones y rezos del cura y de la huasería por el alma de la finada. Hay un pequeño santuario de animita, bullente de velas y rogativas. Pero nada. Su presencia continúa marcando el paso del tiempo. Cuando en las noches de Julio el viento arrecia se le escucha galopar. Y reír. Como si dijera al mundo que está allí. Que jamás dejará su casa y su ocupación.

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