lunes, 7 de julio de 2008

TREINTA AÑOS...

He vivido los últimos treinta años en el manicomio. Los médicos - les digo loqueros - decidieron que mi conciencia se había trizado. Un conjunto de tres bloques sin comunicación, unidos en el desencuentro. Es divertido saber que tienes tres yoes y que los tres discuten sobre las cosas importantes de la existencia y no se ponen de acuerdo jamás. El último conflicto muy grave se produjo hace tres años, cuando uno de ellos esperó la noche y dejó en un baño de sangre al más odioso de mis amigos. El Segundo aprobó el acto como una venganza indispensable; es que la hipocresía del finado era extrema. Dos de nosotros la amábamos y el canalla la sedujo. El Tercero objetó los hechos. Todos los hechos. Desde la conjugación del verbo amar. Y si hubo aceptación, agregó, no hay lugar a la venganza. Los otros dos lo hicimos a un lado. Lo amordazamos. Le prohibimos estar. Pero el muy sinvergúenza se coló igual y armó el alboroto. Entretanto el abogado (de los tres, pero más del que empuñó el puñal) hizo malabarismos argumentales, usó resquicios y convenció a los tres jueces que el verdadero culpable era el finado. Los jueces, serios como lechuzas en medio de la capilla, agregaron que la víctima, o sea uno de nosotros, merecía una indemnización con la que los tres podremos vivir el resto de nuestras vidas sin problemas.

Estamos preparando nuestra salida de la loquería. Nos vamos a ir a vivir a una cabaña en la montaña, en medio de un bosque de cipreses. En las mañanas el Puelche sopla tibio. Pero hace dos meses empezamos a sentir que no somos tres, ni uno, sino cuatro. El Cuatro dice que como ahora hay dinero él puede estar con nosotros sin preocupaciones. Y exige que compremos un piano, un saxofón y un bombo pampero, porque se va a dedicar a la música en varios idiomas. El Tercero dice abiertamente que no. El Segundo puso el grito en el cielo. ¡Qué será del silencio!, exclamó. El primero no ha dicho nada. Sólo sonríe. Esquivo, se burla de nosotros. Anoche, el Cuarto armó una zafacoca. Nos desafiaba a los puñetes y gritaba que él es hijo de los dioses. Entonces los loqueros nos pusieron camisa de fuerza. No nos miramos ni nos hablamos. Cada uno en dirección a uno de los cuatro vientos. En fin. Mañana será otro día.



Imágen: Los cuatro ángeles y los cuatro vientos (Apocalipsis 7:1-3)

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