domingo, 6 de julio de 2008

EL VALS

Parece que el salón había crecido y nos había inventado espacios sin término para los pies que insistían en volar. Mi mano derecha en tu cintura breve como suspiro de abeja; la izquierda entrelazada a tus dedos en busca de atmósferas sumergidas en tu perfume. Dos flautas traversas, no compatibles, inventaban escalas. Ascendían y descendían. Y trinaban. Enredado en el canto, un fagot, camuflado y ronco conducía las caracolas de los vientos que nos impulsaban a continuar el dibujo de redes y vuelo de libélulas en los bordes alados de tu vestido. Mi pie derecho firme en el piso para que tú exploraras el aire. En tu cintura, nido de colibríes, apenas cabía mi mano. En tus ojos garzos, los míos se adentraban codiciando oscuras profundidades. Tus labios, frescos y sonrientes me llamaban y se alejaban. En alguna parte del salón había trinos de canarios y lluvia de alelíes fundidos en tus cabellos. Tu pecho respiraba agitado. Tus senos, cántaros pletóricos, palpitaban, y me atrapaban en su cadencia, pero el ritmo los llevaba lejos de mis labios. Y mi mano derecha, aprisionaba tu cadera, en cada una de las vueltas y revueltas, mientras explorábamos los últimos rincones del salón, el último segundo y la última nadería transformada en risas brotadas como manantiales de tu garganta nívea. Otras parejas, menos convencidas, intentaban la misma aventura, trasteando los tres tiempos, pero los pasábamos, vertiginosos, dejándolos como estatuas de sal, inmóviles en el instante supremo de la consumación.

El vals terminó. Te dejé en el rincón donde estaban tus tías y tus primas asombradas en su conciliábulo trepidante. Te agradecí que danzaras conmigo. Hiciste una sonrisa que no decía nada. Me alejé al otro extremo del salón. Los vestidos blancos, de gasas y organzas perforadas en arabescos sutiles e imposibles. Los calzados nuevos. Los trajes oscuros de los varones. El ambiente, denso de transpiraciones que dejaban escapar el aroma de los desodorantes de última generación. ¡Y qué mierda estoy haciendo aquí! Si esto ocurrió, pero no ocurrió, hace cincuenta años o nunca. Y jamás he podido entender si esa noche te encontré o te perdí. Para siempre.
Obra: "El vals" de Camille Claudel.

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