
miércoles, 30 de julio de 2008
EL UMBRAL

jueves, 24 de julio de 2008
LA ABUELA

UNA CLEPSIDRA ROTA

Emilia no está bien. No quiere comprender. Tenía que dar mi tiempo al informe. En él puse ilusiones. Pero todo explotó ayer. Nos comprometimos con los amigos a beber unos tragos en el bar de Ricardo, "Los Erizos". Era una ocasión especial... Ricardo y Alicia, su compañera, son antropólogos . Y publicaron una investigación que llamaron "El Trapecio" y ayer era un lanzamiento privado, para el grupo de amigos que hemos estado unidos desde el liceo. Pero faltaban unos malditos detalles sin los cuales mi informe perdía claridad y no tendría como argumentar y en dos de ellos no encontraba la manera de decirlo. Mi amor, no puedo ir, pero si quieres, vas sola. En alguna hora de la noche yo me incorporo. Si tú te quedas embobado en el computador te estás inmolando. Se va todo a la mierda. Quiere decir que no te importo. Por favor Emilia, compréndeme. Ya no me queda tiempo. A nosotros se nos acabó el tiempo. La verdad es que ya no puedo seguir soportándote. Emilia....cálmate....y déjame trabajar. Mañana... ¡Mañana, nunca! ¡Se acabó! Y se fue. Furiosa. No sé dónde. Y yo, turbado, con dolor en el vientre, continué trabajando hasta las cinco de la mañana. Nada de Erizos. Sólo quería dormir antes de ir a la ducha y vestirme para mi reunión en la oficina a las ocho de la mañana. Y el Ernesto es un maldito jodido que no acepta atrasos. ¡Mierda!...Luz amarilla, son las siete con cincuenta. Acelero. Con el rabillo del ojo los veo, pero acelero más... Queda un espacio donde puedo ganar unos segundos...o unos minutos. Los chirridos de neumáticos y fierros y gritos e insultos, pero no importa, puedo seguir. Mi atraso será mínimo. Y Emilia no está bien. No quiso comprender. Y la luz amarilla....Acelero... alcanzo a pasar... y el chirrido de los neumáticos... fierros destrozados... los gritos....Y la luz amarilla...alcanzo a pasar....
lunes, 21 de julio de 2008
VENTANAS Y ESPEJOS

Los espacios y el tiempo no son entes semejantes, ni paralelos. Los espacios son espesos, formales, pardos, continuos. Por más que todo cambie en el universo, en ellos el cambio se produce lentamente, tan lentamente que no es posible darse cuenta. El tiempo, en cambio, es juguetón. Lúdico. Navegador. No me doy cuenta cuando me está mostrando los hechos del pasado, o inventando futuros plenos de esplendor y de mentira.
Es el tiempo el que me trae a la memoria, sobre el puente, al hombre que grita. Los colores, en la tela, esconden descargas eléctricas, moviéndose vertiginosas sobre el tiempo para apoyar la desesperación de este hombre sin formas, a punto del infarto. No sé por qué te gustaba tanto, es lo único que pusiste en tu maleta cuando me dejaste. Pero, ¿En verdad me dejaste?... ¿O yo te abandoné?... Es pura insanía instalada en el centro del puente, mientras el río se decide a avanzar dos o tres metros. Extraño tus manos de sacerdotisa. Pero no comprendiste que debía venir, con mi soledad, a esta casa, en espera que la pesadilla termine y me deje vivir, otra vez...
Ventana... o espejo... ¡qué más da!... si de todas maneras me transforma en el hombre de detrás del espejo... Sé perfectamente que si doy dos pasos entraré allí al universo, sin suburbios, que hay entre la ventana y el espejo y el mundo de allá afuera. Es una idea que me subyuga. Si lo hiciera, no sé si podría regresar... ¡Temor!... Aunque hay días en que me pregunto si tiene sentido regresar para sentarme aquí detrás de los ventanales y observar las diapositivas inermes del mundo de allá afuera. ¿Habrá algún significado en cambiar una cárcel por otra?... Nada sobre el puente... nada en la atmósfera... nada dentro del río... nada dentro de mi...
DANIELA

- ¿Te fijas? ? dijo con su voz suave ? Mira la forma de las nubes. Es como si la mano de mi padre las estuviera ordenando.
- Daniela... ¿por qué tu padre?... Se fue hace dos años...
- No lo sé... Está allí, en el orden ófrico de los grises del cielo... El lo habría pintado así.
Daniela era una mujer excepcional. Bella e inteligente. Con su estudios de Estética había agregado a su sensualidad un estado de maestría en el hablar, en el susurrar, en el sonreir. Durante dos años había acallado el nombre de su padre. Ninguna mención a su historia. A su amor. Y ahora, como una resaca en el borde del río, rememoraba su mano, capaz de ordenar los pardos de las nubes. Lo demás se desencadenó rápidamente. Su ausencia a la oficina se hizo crónica. Las pocas veces que iba me susurraba su temor. Están en todas partes. Me acosan. Me gritan pidiendo que vaya con ellos... son reales, ófricos, maléficos. Le hice ver que había utilizado dos veces la palabra ófrico en menos de dos semanas. Me miró con ironía... Es una palabra que no se entendería en los suburbios, dijo.
Un lunes nos dieron la noticia. Daniela había sido internada. Los médicos fueron incapaces de concordar un diagnóstico. Daniela regresó a su departamento en el décimo piso del edificio nuevo, en la calle Calatrara. Una tarde me llamó por teléfono. Pone atención a las noticias, me dijo. Es posible que lo filmen. Mi padre viene por mi en una hora más. Corrí en mi automóvil. Supe que Daniela estaba mal. Pero no alcancé a llegar. Los testigos dijeron que se había mostrado en su ventana, de pie sobre el barandal y que, luego de unos minutos, se había lanzado al vacío. Con los brazos abiertos, como si danzara. Lo prodigioso es que se había sostenido en el aire. Decían que su danza era circular y bella, antes de despeñarse en las honduras de lo desconocido. Su cuerpo cayó con alta velocidad. A cinco metros del pavimento ralentizó casi hasta detenerse. Fue entonces que desapareció. Nadie la pudo encontrar.
UN VIAJE INTERESANTE

Al tercer día observó que no iba solo. La verdad es que una multitud de hombres y mujeres, un poco alucinados, caminaban en la misma dirección. A veces, uno se descalabraba al pisar un guijarro y abandonaba la ruta. Otras veces, varios tomaban un camino diferentes, ilusionados por las naranjas y manzanas y cerezos percibidos en la lejanía. Se apartaban y nunca más se volvían a ver.
El señor G pertenecía al pequeño grupo que persistió en la ruta más difícil. Entre dientes murmuraban "Ya falta poco"... "Tengo que llegar"... "La Redención me espera"... El señor G no entendía que todas las frases que llegaban a sus oídos se refirieran siempre a un yo disuelto entre las brumas del caminillo al borde de las aguas marinas. Era como un rito inexorable que no admitía variación. Un machacar la conciencia con el desafío que les obligaba a seguir, incansables, hasta el fin.
Una fría mañana, el señor G advirtió que ya no había compañeros. Quizás me he perdido, murmuró. Pero no había vuelta atrás. Cerro y precipicio le flanqueaban obligándolo a persistir en una única ruta posible. Siguió caminando.
El señor G era anciano y estaba muy enfermo cuando comprendió que la Redención era imposible. La bruma le permitía ver a no más de un metro de distancia. El cerro y el precipicio seguían siendo ruta o tentación de despeñarse. Abajo, el mar sollozaba espumas, invitándolo. Más adelante, las nubes, inmensa pared turbia destrozando espacios y horizontes, bajaban y lo envolvían, abriéndose para el único caminante.
Se perdió entre ellas.
viernes, 11 de julio de 2008
LUCAS TAGO

ARREANDO LA HORA DE SIENTA

MIENTRAS TE ESPERO

PASIÓN ADENTRO

miércoles, 9 de julio de 2008
ALMAS MUERTAS

MOLINOS DE VIENTO

Silenciosos aullidos telúricos que resuenan en su corazón. El anciano piensa: "Cómo te extraño, mi regordete amigo. Sé que ahora tu voz atufada me estaría diciendo... "Déjelos, mi señor, ¿no ve que caminamos?"... Caminamos... pero estas no son las serranías consteladas de Andalucía... Ni encuentro los pagos en donde nací, hace tanto tiempo. Son tierras nuevas. De huasos y chinas hermosas como el amanecer. Jamás oyeron hablar de Roncesvalle. Nunca se enfrentaron a un ogro hambriento. Ni escucharon, por las noches, el galope de los caballeros, capas al viento, viajando hacia la nada de las cruzadas, en tierra mora... ¿Dónde estarás brindando tu cerveza y tu aguardiente, con la bocaza llena de ajos untados en el pan?... Me dirías que no son gigantes... que sólo son molinos de viento... ¡Qué disparate antojadizo! ¡Cómo si no lo hubiese sabido siempre! ¡Cómo confundir los molinos de viento si los he visto en la campiña desde mi niñez! No importa que después digan que era locura del anciano decrépito... Igual galoparé hacia ellos y hundiré mi alabarda en el corazón de las aspas que quiebran la quietud del viento estremecido. Una vez más, defenderé al viento humillado por estos ingenios diabólicos creados para transformar la naturaleza en harinas y basuras. Es mi aporte y mi venganza. Hundo las espuelas en los ijares de mi viejo compañero y volamos. La adarga firme en la mano, cubriendo el corazón. La alabarda, recta, en dirección a las entrañas del molino. ¡Vamos! ¡A la historia!..."
Néferis, el gigante, vio asombrado al jinete que corría hacia él. Apenas tuvo tiempo de hacer vibrar el aire con sus brazos. Tocó suavemente al corcel y a su jinete que salieron despedidos. Se agachó para mirarlos. Constató que ambos vivían. Una sonrisa placentera se instaló en su rostro. Tenía una historia que contar a sus hijos y nietos, allá en casa, en las alturas del volcán Tupungato.
Pintura EMILIO MOGILNER-Contra los Molinos
LA MEICA

En la sureña provincia hay un lugarejo , apenas una hijuela entre la huella, que llaman "La Guerta". Es el punto en que las manadas del norte regresaban a sus campos después de meses de pastura fresca. Un gobernador, ajeno a la historia y decidido a mejorar el idioma, cambió el nombre a La Huerta.
Justo en medio vivía la Meica. No importaba su nombre, si lo tuvo alguna vez. Lo revelador era su oficio. Era la partera del lugar. A ella acudían los enfermos buscando alivio. También, cuando habían dejado caer un mal sobre su familia y su casa. La Meica encendía el brasero y enrollaba un par de hojas de tabaco. Llenaba de hediondeces el ambiente y murmuraba entre dientes oraciones que sólo ella conocía. Cuando la llamaban de urgencia por la inminencia de un nacimiento, montaba su corcel, el Rucio, y galopaba desalada, desafiando al viento hasta el lugar y demostraba sus artes de traer cristianos al mundo.
Una noche, a mediados de Julio, en medio de una tormenta cuyas ventoleras doblaban los cipreses hasta los techos de las casas, cayeron en el lugar dos rayos. Uno pulverizó al Rucio. El otro transformó a la Meica en un puño de cenizas. Pero los vecinos juraban haber visto al maloso montado sobre los rayos. Y decían que la Meica había galopado en medio del zipizape, junto al maloso, hasta perderse en las estrellas.
Hasta ahí la historia. Si no fuera por los extraños sucesos que, hasta el día de hoy, ocurren en el Paso de la Huerta. Es imposible viajar en vehículos motorizados. Inevitablemente, al pasar por las ruinas, se descomponen y no hay como volver a ponerlos en marcha. Si alguien pasa en bicicleta irremediablemente tropieza y cae en medio de volteretas aparatosas. Y si alguno cruza al tranco de su caballo, repentinamente el pingo empieza a galopar cortando el viento, como si la Meica tuviera prisa por llegar a una parturienta.
Se han hecho evocaciones y rezos del cura y de la huasería por el alma de la finada. Hay un pequeño santuario de animita, bullente de velas y rogativas. Pero nada. Su presencia continúa marcando el paso del tiempo. Cuando en las noches de Julio el viento arrecia se le escucha galopar. Y reír. Como si dijera al mundo que está allí. Que jamás dejará su casa y su ocupación.
martes, 8 de julio de 2008
UNA DIFÍCIL ALTERNATIVA

LA ÚLTIMA PUERTA

NOCTURNO DE LA SOLEDAD

EL NACIMIENTO PRODIGIOSO

lunes, 7 de julio de 2008
TREINTA AÑOS...

domingo, 6 de julio de 2008
EL VALS
Parece que el salón había crecido y nos había inventado espacios sin término para los pies que insistían en volar. Mi mano derecha en tu cintura breve como suspiro de abeja; la izquierda entrelazada a tus dedos en busca de atmósferas sumergidas en tu perfume. Dos flautas traversas, no compatibles, inventaban escalas. Ascendían y descendían. Y trinaban. Enredado en el canto, un fagot, camuflado y ronco conducía las caracolas de los vientos que nos impulsaban a continuar el dibujo de redes y vuelo de libélulas en los bordes alados de tu vestido. Mi pie derecho firme en el piso para que tú exploraras el aire. En tu cintura, nido de colibríes, apenas cabía mi mano. En tus ojos garzos, los míos se adentraban codiciando oscuras profundidades. Tus labios, frescos y sonrientes me llamaban y se alejaban. En alguna parte del salón había trinos de canarios y lluvia de alelíes fundidos en tus cabellos. Tu pecho respiraba agitado. Tus senos, cántaros pletóricos, palpitaban, y me atrapaban en su cadencia, pero el ritmo los llevaba lejos de mis labios. Y mi mano derecha, aprisionaba tu cadera, en cada una de las vueltas y revueltas, mientras explorábamos los últimos rincones del salón, el último segundo y la última nadería transformada en risas brotadas como manantiales de tu garganta nívea. Otras parejas, menos convencidas, intentaban la misma aventura, trasteando los tres tiempos, pero los pasábamos, vertiginosos, dejándolos como estatuas de sal, inmóviles en el instante supremo de la consumación.
sábado, 5 de julio de 2008
EL NUEVO DIOS

viernes, 4 de julio de 2008
¿SOLO SEGUNDOS?

- ¡Son los segundos!
Estallaron las carcajadas. En ellas escondí mi asombro. ¿Es que el reloj estaba dando respuesta a mis inquietudes? Los acontecimientos cotidianos me atraparon y olvidé lo sucedido. Pero tres o cuatro días más tarde volvió a ocurrir. Esta vez las pequeñas placas aladas eran más numerosas y permanecieron, zumbando, durante casi toda la clase. El trabajo se suspendió mientras los chiquillos se trepaban a las mesas y procuraban atrapar a alguna entre risas y una especie de alegría nueva, distinta, casi diría simbólica.
Lo comenté con uno de mis colegas. En su clase estaba ocurriendo lo mismo. Lo llevamos al Consejo de Profesores. La experiencia se estaba produciendo en todas las clases, siempre el mismo día, siempre a la misma hora.
- ¡Es un disparate! - exclamó el director - El tiempo no se materializa. Es pura sugestión. Un asunto que deben olvidar. No lo comenten. No produzcan temor en los alumnos.
Las placas metálicas aladas, verdaderos insectos tornasolados, se hicieron habituales, a pesar del director. Algunos maestros pudimos observar que después de revolotear sobre las cabezas, en las clases, las placas se reunían en el centro del jardín y en un vuelo velocísimo desaparecían entre las nubes.
- Es un mensaje divino - dijo el profesor de Religión e invitó a los presentes a una oración comunitaria.- Es sólo una manifestación de física cuántica - dijo el de ciencias, con un rostro pétreo, sin emociones.- Un puro alboroto de los caballeros - concluyó la cocinera.
Un día, las placas invadieron la ciudad. Se desprendieron de todos los relojes, en todos los hogares, en los edificios, en las muñecas de los hombres y mujeres. La experiencia se hizo diaria. Luego, una vez en cada hora. Luego en todos y cada uno de los minutos.
Estamos viviendo en medio del miedo. La nube de placas cubre los cielos. El zumbido es cada vez mayor. El tiempo es como un monstruo que tiene miles de fauces abiertas. Y cada vez, se acerca más y más...