miércoles, 24 de septiembre de 2008

UN REGALO INSOLITO

Anoche me visitó la Muerte. Estaba bebiendo. La osesa dama se sentó a mi lado, pidió un vaso y me acompañó.

No negaré la perturbación de los primeros minutos. Pensé: ("No estoy preparado para el viaje"). Tuve la tentación de implorar por unos años más. Decirle: ("No me lleves. Aún me faltaban muchas cosas por hacer") Pero la idea era grotesca y necia. No pude encontrar ningún argumento realmente significativo para fundamentar mi ruego. Luego me dije: ("Esto no es más que delirio... Alguna clase de insensatez. A fin de cuentas, cualquier instante es propicio para morir. Y, por tanto, adecuado. Y, en consecuencia, necesario"). Por otra parte, espero la visita de la muerte desde hace algún tiempo. Decidí controlar el miedo y me tranquilicé.

Fue curioso e infinitamente ameno el platicar con la inmortal. A sus palabras, unía imágenes. Y a las imágenes, sonidos. Y a los sonidos, ciertas formas en volumen, como hologramas que, a ratos, parecían nebulosas y, a ratos, realidad. Así, el diálogo se transformaba en una especie de teatro total en donde, simultáneamente, presenciaba la acción y era parte de ella.- Beber acompañado es mejor que sentir la soledad - dije -. Respondió:

- ¡Ah ... Hermanito ... ¿Qué sabes tú de soledad? ... ¿Has visto, alguna vez, cruzar las centurias, simultáneamente, frente a tus ojos, como vorágine inexorable y sin sentido?... Los lentos milenios desbaratando sueños... A veces sueños fascinantes. ¡Con cuánta complacencia los habría compartido! ... ... Progresivamente fui entendiendo el engaño que acepté: En los primeros días se trataba de un puñado de humanos: los iba a terminar con prontitud, ¡Uno o dos siglos no tenían ninguna importancia!... A cambio, habría gozado de todo el universo, ilimitado, pletórico, mío para siempre. Pero el mío es un trabajo sin consumación posible. Nada puedo hacer para volver atrás. Y cuando me pongo a pensar en el tiempo que todavía falta... ... Tengo la manía de contar, cada día, el número de humanos recolectados... Ellos terminan y descansan... Más tarde viene el silencio... Para el finado y para mí... ¡Jamás una palabra! ... En ninguna ocasión una compañía... Alguien que te diga lo que siente, o sueña... ¡Y me hablas de soledad! ... ... Pero - suspiró - ¡A un lado las tristezas!

Entonces empezó el jolgorio. Me contó de su nacimiento, al día siguiente del tonto y delicioso error de Eva (la de Adán). (Efectivamente lo de la manzana y la serpiente es símbolo. Las cosas fueron de otra manera, pero el significado es el mismo: Ellos inauguraron la historia: Esa altiva porfía por construir día con día una humanidad).

- Esa fue mi peor faena - dijo -. La más abyecta. Verás, no tenía práctica. No lo había hecho nunca antes. Y ellos eran tan... ... tan increíblemente puros. Y hermosos. Creo que los amé. Cuando los suprimí, de mis cuencas vacías cayeron un par de lagrimones de tristeza... Nunca más he vuelto a llorar.

Me relató casos de hombres y mujeres sorprendidos en situaciones extravagantes: Un general decimonónico, tremendamente cuidadoso de su imagen pública. Para agradar a su amante, aquella tarde se vistió con ropas de niño: un pantaloncito corto y una blusa de marinero. La dama puso en sus manos una sarta de globos multicolores. El general los levantaba mientras la mujer le abría la bragueta para que tomara oxígeno su verga anciana. Le manipuló, incansable: Chupó, mordisqueó, acarició, fregó suavemente y con fuerza, pero no conseguía encumbrar el volantín; entonces el corazón del hombre reventó, no sin antes eyacular una última gota de semen... Si hubieras visto, Hermanito, el rostro de las autoridades y familiares cuando lo encontraron, en la habitación de un prostíbulo, con su traje infantil, de marinerito... verga afuera... con los globos en sus manos ...

También me relató la muerte de una mujer cuya vida fue austera y casta. Ejemplo de virtud y de modestia a quien tocó con su descarnado dedo cuando acariciaba su sexo con un desmesurado pene de goma:

- ¡Cómo se masturbaba, la muy bestia! Después se necesitaron cuatro horas para volver las carnes a una "normalidad" tal que permitiera continuar afirmando la santidad de la difunta.

La Muerte reía con su voz cavernosa, como estremecido castañetear de huesos. También mis carcajadas hendían los aires de esa noche invernal y se escondían entre las nubes negras del vendaval. Ella dijo:

- Los hombres no son dioses, Hermanito. Nunca entenderán que son criaturas débiles, divertidas y pretenciosas. Ni más ni menos que una gota de agua... o un grano de arena, extraviados en la abrumadora inmensidad de los océanos celestes.

Terminada mi última botella de vino, continuamos con las cinco redomas de cognac envejecido que guardaba para alguna ocasión especial. Más tarde traje a la mesa mi garrafón con diez litros de aguardiente. Esa noche, entrambos inventamos la sed. Y un hambre salvaje por llevar la conciencia hasta los límites inacabados de la creación. En un instante tomó mi mano y la habitación se llenó con imágenes y alegorías de los últimos confines: Era como las geografías insondables del mar: Olas que se levantaban a distintas alturas: De su espuma nacían formas inenarrables, cuerpos diluidos en el burbujeo marino, seres que se arrastraban hasta las dunas y empezaban, una y otra vez, a inventar la existencia. También me llevó hasta el fondo de las aguas. A medida que nos hundíamos se hacía el silencio y la nada. Había quietud. Serenidad. Había la sensación de estar en el único espacio real del universo. Lugar en donde el pensamiento se desenvolvía imperturbable, sin interrupción, mirándose y sabiéndose categórico. Y eterno.

Llegó la primera llamada del alba. La Muerte se levantó y exclamó:


- ¡Padre Dios! ... Una noche completa sin trabajar... No me había ocurrido jamás.


- Entonces... -pregunté -, ¿Ya es la hora?

- ¿Cuál hora?- Pues... me llevarás contigo...

Lanzó su última carcajada.

- Hermanito - susurró -. Si te llevara conmigo lo lamentaría... No sabes cómo lo lamentaría... Hasta el último de mis días... que sucederá cuando no subsista hombre alguno sobre este planeta... No podría perdonármelo... (Padre Dios comprenderá... Jamás me había divertido tanto como en esta hermosa noche)

De pie, en el centro de la habitación, meditó por algunos instantes. Luego:- No, Hermanito... No te llevaré... Es más: ¡Jamás te llevaré! ... ? Tal vez en cien o en doscientos años más me dejaré llevar por la tentación de una buena charla regada con magníficos vinos... Hasta entonces no me volverás a ver... ... ¡Te dejo la vida eterna, Hermanito!

Desapareció como había venido: Un silencioso hálito que fácilmente podía confundirse con el lamento de la ventisca.

He dormido dos días seguidos. He descansado. Ya no estoy ebrio. Y no sé qué pensar. Ni qué hacer.

Ruego a todos los dioses que sólo se trate de una pesadilla de borracho. Si no lo fuera... Me espera la totalidad del tiempo... Vacío... Inconmensurable... Eterno. La vida, hasta que el último hombre sobre este planeta haya ido en pos de mi incuestionable amiga.

Empiezo a sentir, dentro de mí y en el entorno, el silencio ominoso de lo absoluto y tengo miedo. La soledad es pavorosa y ha empezado a invadir mi conciencia.Me pregunto si me será posible morir.

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