martes, 2 de septiembre de 2008

UN PROBLEMA APODÍCTICO

Salí hace veintitrés años.
No podía continuar sin resolver el problema. Me impedía mirarte a los ojos. Sentía vergúenza de mirar a los niños. Me detuve en la puerta de la casa. ¡Qué diablos hacían las gaviotas en la plaza de enfrente, rumiando la última pesca!.

El problema no me ha abandonado desde entonces. Había que ubicar sus variables. Para establecer sus campos de acción. Y establecer sus legendarias relaciones. Imposible encontrar la solución sin ese trabajo previo. Empecé a buscar conocimientos vinculados. Revisé las apariencias. Una y otra biblioteca me llevaron a especializaciones cada vez más finas. Tuve que salir de la ciudad. Y seguir buscando. En las ruinas. En el corazón de las libélulas. En la danza acrónica de las golondrinas cuando la primavera nace y en las esquinas las parejas bailan tango y se emborrachan.

Fui a los monasterios. En Monserrat estuve dos horas mirando a la virgen negra. Permaneció muda. Sin un solo gesto para mi desesperación. También los monjes fueron herméticos. Uno de ellos, sin levantar la vista del suelo, en el monte de Athos, cepillando el pelaje de una vicuña, susurró que la solución era simple, como el agua de la vertiente cuando se desprende del monte. Luego el silencio. El mismo que me dieron los altares budistas en todos los rincones de las selvas colmadas de historia. Y el bullicio siniestro de extrañas idiosincrasias, en el corazón de Centroamérica, mientras el chamán rompe el cuello de un gallo y la sangre se esparce y pinta de rojo el rostro de los asistentes.

El texto del problema se ha ido simplificando. A veces creo tenerlo entre los dedos o en el ápice de la lengua. Entonces, me lleno de esperanzas. Algunas leves indicaciones me llevan al borde del puente y lo cruzo obsesionado. Siento que viene el futuro. La gente me deja pasar. Es como si supieran. Esperan que de mis manos surjan manantiales. O palomas blancas. O fuegos sagrados.

Me dan ganas de volver a casa. Pero no sé si estás. Tampoco imagino qué harán los niños cuando me vean. El tiempo se ha detenido. Estás joven y hermosa, igual que cuando empecé la búsqueda. Pero no me dejan. Me inyectan y duermo tres o cuatro días. Luego me internan en mi cuarto sin permitirme caminar por el jardín. Allí donde sé que la solución al problema puede ser encontrada.

No hay comentarios: