martes, 9 de septiembre de 2008

APORIA

Entonces, otra vez el mito.
Hace veinte años fue distinto.

También lo fue, hace diez.Pero se trata de una ecuación insostenible. Me explico:

Sentía el imperioso impulso de regresar a las vetustas vivencias generadoras de mis leyendas. Como último residuo del adolescente tenazmente sostenido en ellas: La experiencia minuciosa, el camino recorrido; la intuición restaurada, una y otra vez, escalando el espacio, sin posibilidad de tregua, para gritar a las montañas y a los amaneceres que todo cuanto abarca la mirada es mío: Propiedad magnífica, incorporada, a tal punto en alguna clase de ser que, necesariamente, termina siendo, también, mi ser. Es decir, no sólo identidad, también legitimación y autenticidad.( "Por ejemplo, una tarde densamente caliginosa, en la orilla de un riachuelo, entre los pedregales y sauces que buscan el gran océano. Cuando la piel duele de tan frenéticamente descansada. Y te has esforzado en aprender a mirar entre aguas, como lo saben hacer los campesinos del lugar. Repentinamente consigues atisbar el cardumen de carpas. Y súbitamente llegas al convencimiento categórico que en ese ciclo da exactamente lo mismo si pescas uno, varios o ningún pez. Mientras, entre tu reflexión y el canto de las aguas, sientes como propalan su elemental grito de posesión los gansos que excitados, renuevan su juego ritual, sobre el río, a dos cuadras de distancia. Justo en el punto donde un solitario maitén marca difuso límite de tierras. Y tú, como consecuencia de todo ello, recoges el sedal, sacas la carnada e inicias, de una vez para el resto de la tarde, la pesca...").

Entonces ahora, como hace diez años. Igual que hace veinte: La remota desazón pesando en el corazón. Es temblor. Y es miedo. Mas, esta vez, insospechadamente, es también, convencimiento: Pues las múltiples y centelleantes dimensiones de lo vivo cesaron de entrecruzarse, si bien continúan siendo difusas.

Sensación de estar atónito ante lo nuevo. Te preguntas si es, en efecto, nuevo. O si siempre fue así y no lo habías advertido. El dilema, sin solución inmediata, lo complica todo. Pues hace diez y hace veinte años lo habías aceptado. Pero ahora es imposible. Te obliga a reiniciar la rutina de replantear, de una vez para siempre, los problemas. Y el tiempo, otra vez, es insuficiente. (Y en ningún lugar del espacio logro encontrar tus ojos intensamente negros, amada. Tampoco tus cabellos jugueteando entre mis dedos. Ni tus pechos rotundos, como soles crepusculares. Ni ninguna de las pequeñas y grandes mentiras que adornaban hace veinte años mi boca con las ausentes sonrisas de hace diez años).

Entonces, ¿puede haber mañanas?

Ahora, igual que hace diez años e idénticamente igual que hace veinte, el callejón continúa comprimiendo el espacio y las vísceras. Hasta transformarse en sinuosa línea de angustia que trepa por las arterias y te plenifica en un único signo de vida.

Y tú, a pesar del tiempo, eres todavía semilla. Ciertamente, potencia. Es decir, vida irremediablemente condenada a vivir.

Entonces, claro, te fragmentas una y mil veces procurando alcanzar la salida del callejón. O, cuando menos, a su principio: Allí, donde bien situado, intentarás no entrar. Tal vez lo habrías logrado. Pero no te mueves. Persistes en una inmovilidad inalterable (Diríase estúpidamente hierático), en un punto indivisible de la ominosa oscuridad que no te cubre, porque allí, en ese plano, todo es oscuridad, sin posibilidad alguna de recíproca. Dado que hasta las aristas que perfilan el callejón (Y los signos que siempre te dijeron - hace diez y hace veinte años - que, sin duda, es un callejón. Y no, de ninguna manera, otra elucubración de mi-tu cerebro inteligente-enfermo), se difuminan y desaparecen.

Entonces, de nuevo, reiteradamente, ya no estoy ahí. Tampoco aquí. Sólo la sensación de un punto axial que no admite el movimiento. No se desplaza. No rota sobre su eje; entre otras cosas porque en ese punto no existe la noción de eje. Y no soy, en buenas cuentas, más que ese punto axial, sin masa, sin volumen, sin voluntad. Sin posibilidad alguna de rotar sobre mi eje, puesto que eje y rotación son inconcebibles.Es decir, nada.

Nada que escribe estas notas pensadas, por primera vez, hace diez y hace veinte años, para poder estructurar (en una función analítica de verificación exhaustiva), mi última voluntad. Para cuando dentro de diez años, y también dentro de veinte, llegue a experimentar la sensación límite de estar encerrado en un callejón sin salida que no existe para mí... ...... Porque nunca tuve existencia...






No hay comentarios: