martes, 2 de septiembre de 2008

UN VIRAJE HACIA LA NADA

Tus ojos me atraparon. Eran como una laguna de esmeraldas. Me mirabas y parecías envolverme, entonces no me importaba el silencio, ni tu lejanía. Ni mi libertad perdida. Te amé. Lo confesé, tembloroso, una tarde. Reíste mientras me ofrecías tus labios y permitías que mi piel sintiera la belleza de tu cuerpo. ¡Cómo presumí, desde entonces! ¡Lo habría gritado en el paraninfo de la universidad!
Seis años de dicha total. El mundo era hermoso y la vida, bella. Transformé mi trabajo en una eterna expectativa: terminar pronto y correr a tu lado, y quitarte las enaguas y acariciarte, y tenerte; o estar ahí y sólo mirarte. Me hundía en la transparencia de tus ojos.
Seis años terminados cuando nació la sospecha y el miedo. ¿Qué cambió? ¿Por qué ese sentimiento de separación, de abulia y vaciedad? Entonces, el quiebre interior cuando la sospecha y el miedo se transformaron en certeza y en sensación de término, de final de camino, en un horizonte infinito sin más rutas para descubrir.
Te seguía. Se reunían en el supermercado, en el cine, en una estación del metro. Caminaba detrás de ambos, oculto entre las damajuanas, solo para adentrarme en la tortura de escuchar tus risas. Risas cantarinas, que fueron mías. Entonces, el odio se revolvía tenebroso dentro de mí y quería reventar en un caos de dolor. Pero me contenía.
Aquella tarde fue la peor. Entraste a su auto, lo abrazaste y le besaste con una intensidad que jamás me diste. Mientras el auto avanzaba, le abrazabas. Dos horas dentro del motel. Cuando salieron, aún te pegabas a él, como si el fuego de tus entrañas, metabolizado, no tuviera posibilidad alguna de enfriarse. Les dejé avanzar unas cuadras. En un cruce de calles les bloqueé. Bajé de mi carro. También tú. "Deja que te explique", dijiste. Pero no. Una bala entró por tus ojos destrozando para siempre la laguna de esmeraldas. Mientras caías, tu cerebro se desparramaba por el espacio. Tu amante intentó echarse sobre mi, pero retrocedió; quiso huir, pero volvió al mismo punto. Entonces puse una bala en su sexo y otra en su cuello.
Entonces el instante más difícil. El arma en el medio de mi corazón. La bala atravesaría entre costillas e iría a destrozar las válvulas auriculoventiculares. Mientras caía al piso, muriendo, sentí como el odio se mantenía vivo, ardiendo, como las olas de un océano sin término.

Pintura: La Nada de Mike_Leal

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