martes, 9 de septiembre de 2008

EN UNA TARDE DE LLUVIA

-No, niña mía. Es que las leyendas de la infancia siempre usan un lenguaje oculto, enmascarado... talvez para que los niños retarden la comprensión de cuanto les espera. Te narraré la historia verdadera.

-Es cierto. El sapo aceptó llevar a la alacrana sobre su espalda para cruzar la laguna. La vio herida, pequeña, hermosa, inalcanzable. Su corazón latió como nunca antes, inflamado, lleno de incertidumbre.

Cualquiera afirmaría que basta un pequeño esfuerzo para llegar a la ribera opuesta, pues tú sabes cómo es de pequeño el espejo de agua, en el límite entre el jardín y el bosque. Pero no, el viaje demoró seis meses extensos, inagotables. Ambos sentían, mientras las horas desgranaban lentas la vida, que el azul de las aguas era más profundo, que el brillo de las estrellas, en las noches de posesión y entrega, era más cálido y más puro, que el aire traía perfumes de todas las hierbas y flores de una primavera eterna, florecida sólo para ellos. Se amaban. Con un amor sin término, sin extenuación de los sentidos, pues cada vez surgían más misterios para resolver, más preguntas para responder, más urgencias de ternura, más necesidad de la piel del otro, de la mirada del otro, de las manos del otro recorriendo las geografías infinitas de los cuerpos.

-Eres hermoso, ella le repetía.-No, mi amor - decía el sapo - mi raza es fea. Mis ojos no tienen el brillo constelado de los tuyos. Mi voz carece de la suavidad de la tuya. Lo único que tengo es mi canto... pero ahora, te pertenece.

Una tarde, por fin, se acercaron a la orilla: límite de tierras y aguas. Horizonte perdido en el insensato impulso por recomenzar. Porque allí la laguna tiene su término y, más allá, el bosque exige la incomprensible independencia de la soledad.

-Se trata de mi naturaleza de alacrán ...intentó explicar -. Ha sido siempre así, desde el comienzo de los tiempos. ¿Cómo eludir este impulso?. ¿Cómo no hacer lo que debo?. ¿Podrás entenderlo, cariño mío?

-Casi estoy tocando la tierra con mis pies - dijo el sapo -. Podría dar la vuelta e inventar otra ruta para tenerte más tiempo conmigo. Pero también está mi propia naturaleza... ¿Crees que hay posibilidad de olvido?... ¡Ah, el rumor persistente de las aguas. Y de la noche que viene! ... ¡Ah, el lejano canto de los zorzales, en nuestra primera aurora!

-Ya no es posible la poesía, cariño mío. Entiéndelo. Por favor, entiende. En unos cuantos minutos más mi aguijón lleno de ponzoña mortal entrará en tu cuerpo. Morirás. Y yo tendré de nuevo la libertad. ¿Qué soy sino una libertad para realizarse?. Volveré a la soledad. No es mi primera soledad, tú lo sabes. ¡Cuánta absurda condena! Pero, ¿Puedo hacer otra cosa?

-No lo sé. Siento que te amo. Más que nunca antes. Pero haz lo que debes hacer.

-¿No te preocupa la muerte?-¿Por qué? ... A cada instante muere la vida para que la vida renazca. Mira en tu rededor: Esas bellas hojas amarillas, esas gotas azulencas que bajan acariciando el cuerpo de los árboles, esa mariposa que dibuja sobre las rosas su vuelo de consumación... todo está muriendo.

-Es que nunca lo entendiste. Yo lo quería todo. Absolutamente todo. ¿Para qué continuar diciendo palabras o recitando poemas?. No puedo conformarme con migajas. Los restos del banquete son para los siervos. Yo te quiero intensamente mío. Quiero que hasta el último de tus pensamientos me pertenezca. No puedo aceptar que pierdas tus fuerzas nadando para cruzar la laguna. No puedo aceptar que todas las noches eleves tu canto de amor a la Luna. Odio todo cuanto me separa de ti. Odio tu nadar. Odio la luna. Odio tus pensamientos lejanos. Odio tu canto... Además, desafinas... ¡No me mires con esos ojos!... No soporto tu tristeza... ¿No ves como se refleja hasta en el último rincón del cielo y de la tierra?

El sapo cubrió las últimas aguas y se acomodó sobre tierra firme. Abruptamente su rostro terso se llenó de grietas, mientras su cuerpo se estremecía de dolor. Fue absolutamente inédito. Por primera vez en toda la historia de la laguna, la lluvia brotó a mares de los ojos de un sapo y no de la matriz lejana de las nubes. El universo se quebró en un silencio repentino, profundo, respetuoso.

-¡Es el colmo! -Dijo la Rata -. Es inaceptable que pretendan modificar nuestras costumbres en esta forma. ¿Qué se les ocurrirá mañana?

-Vaya, vaya... - Reflexionó el Búho - Es un signo de los cambios que se están experimentando. Habrá que acomodarse con los tiempos nuevos.

-No lo había visto jamás - cloqueó el Gallo - y corrió desalado a proteger el gallinero.

-¡Qué par de tontos! - Dijo la Lloica - Podrían seguir amándose y el mundo ni se enteraría.

-¡No entiendes nada! ? Replicó el zorzal - ¿No te das cuenta que se aman hasta el mismo límite de la imaginación?

El aguijón de la alacrana, completamente curvado, repleto de veneno, vibraba enloquecido buscando el cuerpo de su amante. Pero en el último instante se desvió y se enterró profundamente en su propio cuello. Sólo alcanzó a estirar su mano para tocar por última vez el rostro de su amado. Le dijo:

-Cariño mío...El sapo, atónito, la acarició, mientras sentía como sus órganos, uno a uno, se rompían. Un último beso sobre los labios helados. Una última mirada a la inalcanzable Luna, ya imposible en pensamiento y deseo. Un último sollozo, lleno de sangre y fuego, desparramándose como lava hirviente sobre su piel.

-¿Te das cuenta? - Dijo la Lloica -Inutilidad. Y tontería.

-Talvez continúan juntos - aventuró el zorzal-.

-¡Qué importancia podría tener!. El mundo sigue igual que antes. Una absurda y entremezclada confusión de mito, realidad y sueño.

Eso fue todo, niña mía. La noche volvió a plagarse de rumores y cantos. Laguna y bosque descansaron hasta el nuevo amanecer.

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