martes, 9 de septiembre de 2008

EL ULTIMO MAIL

Para Sonia, único manantial de mi sed.
Mía signora, donna Antonella dell anima mia:
¿Sabías que esa expresión no me pertenece? La usaba el Cid, cuando hablaba a su mujer: "Mi señora, doña Jimena, del alma mía", le decía. La he rescatado de su sueño medieval para hacerte saber qué estoy sintiendo, desde que te conocí, en esta página Web.
¡Qué forma más miserable de iniciar y mantener una relación! (...Esta odiosa lejanía me niega la mirada de tus ojos y el olor tus cabellos... Me impide transitar, con mis ojos, con mis manos, por la senda sin término de tu piel...)
Pero hoy, he llegado al final del camino. No veo encrucijadas, que pudieran ayudarme a mentir posibilidades para extender el tiempo. No dispongo de sendas alternativas. No tengo posibilidad de regreso... Y si las tuviera, ¿Regresar adónde...... Y a qué?
¿Recuerdas cuando mi ciudad fue asolada por la Gran Bestia? (La nuestra era una bestia pequeña. Solía disfrazarse de duque renacentista: Grandes capas de raso, hermosas y relucientes botas, al estilo Goldwing Mayer, pero todos sabíamos que obedecía a pies juntillas a la otra, a la grande, a esa que vive más al norte). Una mañana, al despertar, la ciudad estaba llena de carros grises, poderosamente artillados. En las calles, los uniformes, erizados de metralletas y cuchillos corvos, se movían con una sincronía de espanto. Mis noches se transformaron en pesadilla constante. No había descanso, sólo el temblor incontrolable del miedo. En medio de la noche, cada ruido me hacía pensar: "Ahora vienen por mi".
Quemé mis libros, antes que los mandaran a la vergúenza de la hoguera pública.
Ya no estaban mis amigos. Algunos fueron destrozados: Rotas las manos que ponían romanzas en las guitarras; despedazados los labios que cantaban a la vida y a la esperanza. Otros desaparecieron. Unos pocos lograron huir: Fueron lanzados a los cuatro vientos, para caer en tierras de cualquier lugar del mundo.
En uno de tus mensajes me regalaste tu fotografía. Me he embelesado mirando tu imagen: El largo de tus cabellos que adivino suaves como la piel de las vicuñas; la forma de tus labios gordezuelos y llenos, el rictus de tristeza adornando tu boca; tu mirada, llena de certezas, dirigiéndose a mis ojos en las mil y una preguntas que ya nunca nos haremos.
Hace unos días escribiste, por fin, que me amas. Así, como tú dices las cosas: A través de un poema en donde el objeto de tu amor se pierde entre el viento y las nubes, entre una palabra gritada con pasión y una voz que muerde, perversa, el silencio; entre una palabra mágica, como llave que abre el paraíso, y otra voz maligna que me hunde en la incertidumbre.
Pero, todo lo había aceptado. Todo, viniendo de ti. Te lo dije en una ocasión: Pensar en ti, amarte más allá de las distancias, era el encuentro con mi última ilusión.
Una tarde, la Bestia llegó hasta mí y me aplastó.
Esparcidos por los suelos quedaron el futuro y los sueños. Traté de huir, pero fui pisoteado. Los huesos de una de mis piernas se astillaron. Quedé inválido. Desde entonces estoy condenado a las muletas. Me muevo como un ridículo monigote. Era joven, hermoso, fuerte. Los futuros posibles desplegaban ante mí las posibilidades, las bellezas, de la existencia. Esa tarde, todo terminó...
(Sé que nunca serás mía, que nunca te veré. Por eso te confieso mi secreto. ¿Entiendes, ahora, cómo te he amado, esperando por mi última ilusión?).
En aquellos interminables días de convalecencia, de interrogatorios bestiales, de humillación extrema, empezó a nacer la venganza (Es que ellos no querían información. No. Tenían toda la información. Buscaban destruir la carne, quebrar la voluntad, mostrar su poder oprobioso. Demostrar el imperio del mal.) Una noche, ya sin fuerzas, recogí mi último aliento. Si logro permanecer con vida, pensé, dedicaré el resto de mi vida a poner de rodillas a la Bestia...
La esperanza de tenerte me ataba al mundo... y a la vida... Ahora, definitivamente sin ti, pondré en marcha mi venganza. La rabia, el rencor, el dolor que he guardado durante los últimos treinta años - (¿O son sólo diez... o quizás, veinte?) - se van a transformar en pesadilla. Una atrocidad que he dudado en provocar. Pero ya no hay razón, ni argumento, que pueda impedirlo.
Demoré diez años en escribir todos los programas (¿O han sido quince...?... Es que el tiempo se confunde en mi cerebro... Es como si todo hubiese ocurrido ayer... O mejor aún, como si la totalidad de mi vida, incluida tu presencia anhelada, estuviera dispuesta en un solo y mismo plano, ocurriendo simultáneamente. Mis estudios de la adolescencia, mi título de ingeniero, mi primer día de trabajo en la naciente empresa de informática, el día del espanto, cuando la Bestia irrumpió en la ciudad y demolió hasta los cimientos de nuestra historia... Cuán largos, inextinguibles, permanentes, los días, los meses, los años, condenado a vivir en medio del silencio de la nada. Todo ocurriendo una y otra vez, sin diferenciación de tiempos. Como un sueño envuelto en un loop sin término, sin variación, sin esperanza. Hasta que llegaste.)
Antes de ayer, me hiciste una confesión: "Amo todo cuanto escribes. Amo tus palabras" y agregaste, "Te he entregado mi espíritu". Mis palabras, amore; tu espíritu, amore... ...
El proyecto es de una simpleza abrumadora. Te lo explicaré eliminando los detalles técnicos, que no comprenderías. Me da lo mismo si lo cuentas o no, pues su aplicación y sus resultados son tan inevitables como irreversibles.
Trabajé largo tiempo en perfeccionar un lenguaje computacional exadecimal. Verás: se trata de los nueve dígitos, más el cero, más seis letras. Después de conocerte decidí que la palabra sería "poesía". Es un homenaje a tu persona, pero también una ironía. ¡Cómo poner poemas en los mercados! Ellos los desprecian. Pues bien, ese objeto despreciable de la sensibilidad humana, les derrotará.
Dieciséis cifras para obtener un campo aritmético de combinatoria infinita. Mucho más poderoso que el sistema binario utilizado hasta hoy. A partir de él inventé un virus informático.
Es un programa simple, pequeño, casi infantil. Lo he llamado "La Aldea", quiero aludir al invento de Mac Luhan: A esa inmensa aldea en que ha convertido a todas las ciudades el poder de la Bestia. Lo presento de tal manera que ellos, con sólo mirarlo, sabrán que lo pueden destruir en un par de minutos. Los imagino burlándose de la ingenuidad del Hacker. Escucho sus carcajadas y el mensaje, rápidamente enviado a sus amos: "No se preocupen. Está todo bajo control"
"¡Mis palabras!... ¡Tu espíritu"... ...Pero, ¿Has pensado en qué iba a hacer yo con tu espíritu?... Yo no lo quiero, amada. Quiero tu boca hambrienta de besos interminables. Quiero tu cuerpo, ansioso, enardecido, estrechándose contra el mío. Quiero el temblor desenfrenado de tu piel. Quiero tus pechos abriendo el canal de tus ríos para que mi boca pueda beberte hasta la desesperación. Quiero tus labios, todos tus labios, enfebrecidos, habitantes de la locura, abiertos a mis labios y a mi sed volcánica. Quiero tu sexo gimiendo por el mío. Quiero entrar en ti y llegar hasta el último abismo del deseo. Y quedarme allí, fundido tu deseo con el mío, a esperar una aurora que jamás llegara... ¡Que jamás llegara...!
Pero ayer me confesaste que estabas arrepentida. No quieres continuar este amor absurdo. Dijiste, "Nunca más"...
Lo que no saben es que La Aldea es una trampa caza bobos. Es un detonante. Al entrar en ella, dejarán en libertad una corriente de electrones que en sucesivos movimientos de loop abrirán la segunda etapa: El Caos. Este es un programa múltiple, construido sobre la base de un factorial 4... (Mira la belleza de su signo: 4! ... El signo de exclamación es similar a la letra aleph, fuente mágica de todos los lenguajes humanos escritos. En ella se esconde la explicación de la naturaleza de lo humano, su fuente y su destino).
Entrar en la Aldea para destruirla significa activar veinticuatro formas virales diferentes, cada una de ellas montada sobre variaciones del tema central. ¿Has escuchado con atención a Bach?: Siempre parte de una frase, un leit motiv breve e identificable, destinado a ser el soporte del mensaje. Desde él construye las infinitas variaciones que identifican su música: El tema adopta diferentes modalidades tonales, se transforma en una danza campesina, en la descripción de un paisaje, en rápidos raccontos, en un minueto escondido entre las fugas, en variaciones sobre las variaciones, etc., un torbellino destinado a regresar, una y otra vez a la idea primera, presente en cada instante, en cada detención de los violines y de los vientos, en cada escorzo del órgano cuando impregna la totalidad del espacio con sus cantos graves y solemnes. El Caos abrirá veinticuatro variaciones. Cuando ellos penetren la Aldea, descubrirán veinticuatro programas distintos. En vez de resolver el problema, lo habrán multiplicado.
No fue difícil encontrar la forma de establecer estas veinticuatro variaciones primeras. Pero me llevó varios años el construir la tercera etapa, porque ellos, ahora furiosos, intentarán entrar en los veinticuatro programas virales para destruirlos. A la tercera etapa la he llamado "Gogol Plex". Consiste, básicamente, en otorgar autonomía a los veinticuatro programas para que cada uno genere, por sí mismo, veinticuatro nuevas variaciones en una progresión sin término, ad infinitum. En la tercera generación, ya habrá 13.824 variaciones. A esa altura todos los sistemas posibles estarán infectados. La totalidad de estos gusanos habrá cambiado de calidad; ahora la única imagen que se me ocurre es la de un hoyo negro, en el espacio, devorando todo cuanto se aproxime a su fuerza gravitacional.
He pensado mucho en los efectos de esta programación. Sé que estoy iniciando una catástrofe. Quizás terminal. Sé que la Bestia, herida en el corazón de su maldad, azotará al mundo con sus últimos estertores. Habrá desesperanza y miedo. Habrá guerras, para sostener el poder, un poder no sólo indefendible, también inútil. Habrá pestes y hambre. Pero es la única y la última esperanza. Al destruir el universo de la informática estaré destruyendo el universo de la tecnología. Esa es mi venganza.
Tal vez entonces, vuelva a florecer lo humano. Tal vez entonces, pueda volver a encontrarte, porque te seguiré amando, hasta el último de mis alientos. Pues este es el último mail que te escribo. El último que recibirás. Haré lo que me pides. No volverás a saber de mí.
Ahora, mi amada señora del alma mía, te dejo. Debo entrar en varios sistemas de uso universal para depositar en ellos los huevecillos de la destrucción, para que renazca la vida.

Addio, amore.

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