domingo, 21 de septiembre de 2008

Blues en tonalidad menor (5)

Cosas de niños.

En las tardes, a las cinco campanadas de la Iglesia de más al norte, salías de tu casa. Cruzabas a la plaza de enfrente y nos juntábamos. Yo dejaba el juego con mis amigos y me sentaba a tu lado, o a tus pies. Me gustaba el vestido azul porque entonces, tus ojos celestes irradiaban luz y me consumías.

Caminábamos hasta el otro extremo de la plaza y comprabas una luna con sabor de vainilla. Volvíamos, serios, a nuestro asiento, el mismo cada día, y sólo entonces mordías suavemente la luna de vainilla y me la pasabas. Yo buscaba el lugar en que se habían posado tus labios y apretaba los míos. A las seis de la tarde, tu madre nos sacaba de la burbuja y tú regresabas al hogar. Me quedaba con la sensación de un día trunco, un día que había perdido lo mejor de sí, un día eliminado del gotear inagotable de los tiempos.

¡Siete años!... Una tarde me preguntaste que sería cuando grande. ¡Escritor! Exclamé sin pensarlo. Y entonces dijiste: “Dice mi tía Rosario que la cigüeña es sagrá… Y el colorín. Y la fuente. Y el ruiseñor. Y las flores. Y el rocío. Y aquel torito valiente que está bebiendo en el río… Y el bronce de esta campana. Y el romero de los montes. Y aquella raya lejana que la llaman horizonte… ¡Too es sagrao… porque too lo hizo Dios! (“Profecía” de R. de León)... Nos quedamos en silencio e igual que en el poema, acercaste tu rostro al mío y tus labios de niña besaron los míos. Sin saber que los cautivabas para siempre. “También este beso es sagrado”, murmuraste.
Más tarde, tu familia se mudó para el sur y tu padre administró una hacienda. Yo gané un concurso en una revista grande y de premio fui durante dos meses a Barcelona. Estando allá vendí unos relatos y gané un concurso de editorial. Los dos meses se transformaron en diez años. Pero ayer he vuelto.Supe que el único hijo del dueño de la hacienda se enamoró de ti. Que hace un mes están casados. Que nuestra luna se ha quedado quieta, muerta, volatilizada en medio del charco

Por eso mi luna perdida es irrecuperable. Nunca más sabor a vainilla entre mis labios. El resto que me queda es recordarte y crear cantos insensatos a la ilusión del rapaz que jamás pudo decir las palabras que esperabas.


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