jueves, 4 de septiembre de 2008

LA MILONGA

Lo invité al bar más cercano y pedí dos emparedados de arrollado huaso y una botella de vino. Evaristo engulló el suyo en unos instantes respondiendo mis preguntas con gruñidos. Miró hacia arriba, con tristeza. Pedí otro emparedado. Mi amigo sonrió y empezó a comer más despacio, bebiendo su vino, agradeciéndome en silencio. Entonces, empezó a hablar:

- Vengo arruinado – dijo - ¿Te acordás cuando salté la cordillera? Buena la guita. Bueno el contrato. Tres o cuatro años y regresaría como un chiche… Perdoná el acento… es que se pega … Se pega… ¿Viste…?

- No entiendo como perdiste un trabajo tan bueno.

- La historia es larga … Me agarró el tango… ¡Y…!

- ¿El tango?

- Es que las tardes son interminables vericuetos sin salidas. Entonces me contaron de las milongas que hay en los barrios… Y una tarde entré en una de ellas de puro aburrido. Pero, nada… el veneno se metió en la sangre y luego añoraba dejar la oficina, corría a mi departamento, me calzaba los zapatos tangueros de gran tacón, acharolados, y me metía en la milonga que tenía más a mano; en Rosario, en Palermo, en La Boca, en Pompeya – Allí encontré la esquina mitológica del “Ya ves que estoy piantao…” ¿Recordás? “No ves que está la luna saliendo por Callao….”, en la plaza, donde las golondrinas andan con un medio melón en la cabeza y vuelan en bicicletas mágicas de luz - en Núñez, en Belgrano… ¡Qué se yo! En todas partes una milonga, ché… una milonga… Entraba, miraba y aprendía… Es todo un ritual… increíble… Un día me atreví a bailar… Y ya no paré… - Bebió un largo trago y me sugirió poner otra botella. La pedí - Esa tarde la encontré. Era hermosa, como una diosa morena. Miré a la mina, le envié un entrecerrar de ojos y ella mandó de vueltas una sonrisa. Nos encontramos a mitad de camino. ¿Sabías que las palmas de las manos son hijas de nigromantes? Nunca había sentido su magia. Con mi izquierda su mano, cálida, dúctil, entrelazada; mi derecha en su cintura de bambú, entregada por completo a las indicaciones imperceptibles de mis dedos. Era como si hubiéramos nacido envueltos en el compás del dos por cuatro… ¡Viste! Abría mis piernas en un ángulo cerrado y ella, fileteaba y zigzagueaba entre mis piernas. Me pisaba suavemente el zapato y yo lo limpiaba, como si nada, en el pantalón, manteniendo el ritmo de la danza, mientras hacíamos la vuelta lenta. Entonces hice la parada. Quietos como esculturas de mármol; mi pierna izquierda se fue en un ángulo perfecto. Su pierna derecha se recostó entre las mías; la apreté suavemente y su izquierda continuó mi ángulo, rompiendo, casi, la rajadura de la falda, mostrando el borde de sus calzones de gala. La apretujé contra mi pecho y ¡Canejo! ¡Qué querés! Respondió acunando su barbilla en mi cuello…

Hizo un silencio prolongado. Entre sus labios una sonrisa triste. Otro vaso de vino. Pedí al mozo que pusiera la siguiente toda vez que nos quedáramos secos.

- Continúa - dije –

- La mina tenía su bacán – dijo – Y yo había quebrado un rito sagrado. En la milonga toda mina abacanada se respeta, ché… se respeta… Podés bailar con ella, pero se respeta… El weón se acabronó. Me gritoneó: “¡Que los tangos del maestro Pugliese se escuchan, zonso! ¡No son pal baile!” Y yo grité que bailaba lo que se me da la gana. Entonces se dejó caer como un bagual enloquecido. Nos fuimos para afuera. Nos amagamos, me tiró una mano. Le erró. Yo le puse un puño en las narices. Había que asegurarlo y le mandé el segundo. El malevo se inclinó y me dejó abierto el camino a una patada que lo tumbó. Lo monté y le puse unos cuantos puños a todo dar. La mina, me sacó de encima y me tomó del brazo. “Vamos pa la catrera, guapo”, musitó. Y fuimos. Esa noche hicimos crujir la catrera y todos sus vericuetos no sé cuantas veces. Y también al día siguiente. Y los que siguieron. Me miró con sus ojazos negros. ¿Compartimos el cotorro?, preguntó. Yo ya estaba loco. Le dije que si. Trajo sus cosas y se instaló en mi departamento… Lo demás, mi viejo perro, es la esencia del tango. No es pura música y puro verso ¡Viste! En cada tango hay pueblo que vive, que sangra por todos los poros, que se expresa sin tapujos. La pareja, en medio de la pista, es el otro instrumento de la orquesta… Pone… lo que la música no puede dar… porque el tango es el hombre y la mujer, sudando juntos, sin hablar, con los ojos cerrados, con los rostros juntos, apretados, viviendo de nuevo, en la pista, lo mismo que está ocurriendo en el día a día del barrio. Ensimismados en el ritmo, en la melodía, en el relato sin fin del cantor que te está diciendo lo que vos y tu mina son. Es, mi viejo, un canto de amor, de entrega apasionada, sin regreso. Los bandoneones hacen estallar el fuego sagrado. Van marcando el camino y vos, con la mina encaramada sobre tus piernas, frágil como una criatura, te ponés a crear, porque en el tango nada está escrito. Sabés tres pasos y lo demás lo inventás, en el momento, ahí, cuando el genio de Tormo o de D’Angelis o de Canaro hacen torbellinos de tu sentir, de tu tristeza, de tu alegría… tu alegría…. ¡Qué sé yo…! Un inmenso y atroz quilombo montado en arcoiris de luces que nunca pude desenredar ni comprender, porque no hay nada que comprender. Sólo la emoción tormentosa, terrible… a la que te entregás sin pensar…

Pedí otra ronda. En el rostro de mi amigo se endurecían los músculos. Entendí que me narraba la mitad de los hechos. Había mucho más metido adentro. Había dolores, arremetiendo furiosos, que no querían olvido.

- Empecé a dejarlo todo. Estar al lado de Estelita era obsesivo. Cuando no la tenía cerca el mundo se derrumbaba, se hacía porquería. Perdí el empleo. La guita empezó a ralear y empecé a vender los enseres. Pero ella necesitaba otros zapatos de baile y medias de distintos colores y calzones de vuelos en encajes de bolillo, ché, y el manye de todos los días, ché… Nos fuimos a una pieza de pensión. Y ya me empezaba a sentir aporreado, como una bordona solitaria… en medio de una trasnochada. El mate sabía a cimarrón. Y nunca había vino suficiente para terminar mamao. Dejó de hablarme… Entonces le rogué en tango: “¡Habláme…! Rompé el silencio – suplicaba – No ves que me estoy muriendo…” Pero sólo vino el último beso. Fuego en los labios… su beso de despedida. Todavía me atenaza. Todavía lo siento… ardiendo, llagando mis labios enfermos de ausencia. Si; también fueron tres años, como si hubiera estado perdido en la cerrazón. Después… a torrantear, de un lado pa otro. Caminé hasta quedar sin suelas. Llegué hasta la Pampa austral trabajando por el plato de comida y el rincón donde dormir. Y aquí estoy. Quizás todavía pueda rehacerme. Soy joven y tengo amigos, como vos, que me prestás socorro en esta tarde gris…

Quedamos de volver a encontrarnos. En mi empresa podría haber algún trabajo decente para empezar de nuevo. A la salida del bar nos dimos un abrazo. Dos días después le busqué. En el despacho se necesitaba un ayudante. En la dirección que me dio no lo conocían. No lo he vuelto a ver.

1 comentario:

Sonia Antonella dijo...

Como se siente ese tango.Muy bonita recreación de ese baile tan popular en todo el mundo.

Y como dice el tango...

"La vida es una milonga y hay que saberla bailar, por que es triste estar sentado mientras bailan los demás"


besitos
Sonia