miércoles, 10 de septiembre de 2008

ANTONIA

El espejo reflejó su cuerpo perfecto: pequeña diosa morena, hecha de cerro, bosque y río. Fea de tez, pero diosa. Sonrió. Sus manos ávidas, ardientes, recorrieron los pechos, el vientre, el sexo gordezuelo y terso.
Hubo unos minutos de descanso durante el ensayo. Andrés se aproximó y se dejó caer, a su lado, sobre las tablas pulidas. Otros bailarines, cubiertos con mallas de colores o vestidos de china y huaso, yacían tendidos en la posición de descanso que les enseñara, tiempo atrás, Mauricio, el director del grupo. Andrés hizo tintinear las espuelas.
- Suenan como mi corazón... si quisieras oírlo - dijo. Ella rió -. No te burles de mis tonterías - continuó -, a ti te agrada escucharlas.
- ¿Qué harás a la salida?- Te acompañaré, Toñita... si quieres conversar un rato.
- Hoy día no. Carlos me estará esperando.
- Toñita, eres una pequeña diosa, morena y puta -. Un instante de ofendida sorpresa, esfumada ante la sonrisa abierta del hombre -
- Eres un grosero - reclamó.
- Toñita, no pretendo ofenderte ... Carlos te espera, pero me dejas quererte ... ¿No entiendes como me matas de celos?. Entonces...
- Entonces ocurre que tienes mujer...- ¡Mi mujer! ... ¡Otra vez tu incomprensión! ... Cuando estamos juntos nada más importa: Sólo tú y yo ... y la felicidad prometida, Toñita ... ... ¿Sabías que la felicidad consiste en esperar? ... En saber que puedes esperar... Yo te aguardo ... No importa cuanto demores en llegar a mi ...
- Y ocurre que estoy por casarme ...- ¡Ya chiquillos! ... ... ¡Terminó el descanso! - Mauricio se mueve como sin tocar el suelo. Sus caderas estrechas y fuertes oscilan amaneradas. Sus manos largas y muy cuidadas les llaman con gestos de ave y nubecilla primaveral .
- ¡Vamos al cuadro tercero : La Mazamorra!Los bailarines se levantan. En un rincón, los músicos dejan oír los primeros acordes de afinación. Al ayudarla, Andrés la atrae hacia si. Por unos instantes ambos cuerpos se funden, se sienten. No es rechazado. Hay olor de axilas trabajadas, de muslos y sexos entrelazados. Las guitarras, por fin, abren armonía y movimiento. Los pies, las manos, los rostros se entremezclan en la danza primitiva: cuerpos, tierra oscura esperando semilla y fruto; antigua selva, no conocida, pero presente, latiendo en la sangre bullente, en el olor a hierba, a flor silvestre, a nogal, a canelo, litre, araucaria y laurel que impregnan el espacio y la piel, la mente y el movimiento. (…Cuerpo de diosa morena entregada a la fiebre de desear y no querer. De querer y no atreverse…)
El espejo es tan simple y transparente como Andrés. Nada calla. Ni las manchas oscuras de las mejillas, ni la rotunda belleza de los pechos erectos, ni la expresión de fastidio en sus rasgos de hembra del sur.
Nada de esto - piensa Antonia -, revestía importancia allá en la Provincia, en su casa aledaña al río Hualén, cerca de los cerros gemelos conocido por los lugareños como el “Tetas de la Monja” El cerro protegía la casucha de quinchas e impedía imaginar horizontes y lejanías. Había también el puente : un tronco inmenso, de araucaria, partido a golpes de hacha, tendido entre la callejuela nacida en la puerta del rancho y la otra ribera abierta a la ruta de los camiones que bajaban del aserradero, en Nacimiento. Entonces no había olores de cuerpos encerrados en un salón de ensayos. Tampoco, urgencia seminal en el vientre, dolorosamente excitado.
Ropa interior de fibra sintética, suave, casi sin peso, pegada a su piel como otra piel. Falda estrecha y corta. Blusa y chomba en perfecta armonía con la falda. Y ya en la calle, el camino diario a la tienda: ocho horas entre el mostrador y las cajas de calzado en tanto, más allá de las vitrinas, cruzan hombres y mujeres anónimos durante las mismas ocho lentas y agobiantes horas. Antonia se pregunta qué hacen esas personas. ¿Sólo caminan, como el apresurado ir a ninguna parte de las hormigas sobre la hierba? ¿Hay algo al final de sus afanes? ¿Saben, con mínima certeza, hacia dónde van...? Mirar a través de las vitrinas como transitan... ¿Esto es, en definitiva, la vida?
- Hola Carlos - Un beso leve, suspirado entre los labios de ambos. El muchacho pasa un brazo sobre sus hombros
- ¿Vamos al Indiana, verdad?
- Claro. Como todos los días.
Un café. Un emparedado con pasta de paltas o de huevos. Toña le cuenta del Grupo Folklórico. El Cuadro de la Mazamorra está casi listo. Y también están concluidas las conversaciones para la próxima presentación. Han cambiado el nombre de Grupo a Ballet. Existe la posibilidad de obtener financiamiento municipal. En tal caso, Mauricio piensa en una gira por todo el país.
- ¿Durante mucho tiempo? - pregunta, inquieto, Carlos.
- Sólo un par de meses... Talvez, uno solo... Posiblemente en Septiembre. De todos modos es bueno que estemos separados algunas semanas antes del matrimonio...
- Antonia ... ¿Hay otra persona? - pregunta Carlos al cabo de un largo silencio.
- ¡No...! ... ¡Cómo se te ocurre tamaña tontería! (…Hablar de Andrés ... Ni siquiera debiera pensar en él. El es ... sólo un juego ... un juego de las tardes de ensayo ... un juego ... de los sentidos ... Y del cuerpo ... Del sexo ansioso que está exigiendo el abrazo fuerte del hombre ... Pero no tiene caso ... Es mejor no pensar ... ni sentir ... )
- Carlos ... - musita -, ¿Me deseas, verdad?
- ¡Qué cosas...! Si no te deseara no me casaría contigo... Pero decidimos hacerlo sólo después del matrimonio ... No me agrada hablar de este tema ... tú lo sabes.
- Es que...- ¡Por favor, Antonia!- ... Nunca me demuestras nada...
- ¿Me estás pidiendo que te lleve a un motel?- No, cariño... No quise decir eso ... Perdona ...
En los Bajos del Hualén no había moteles. En las mañanas, cuando el sol alumbraba tempranero sobre el cerro, Toña remontaba el río de aguas oscuras, se desnudaba y, recostada en las arenas, dejaba que el agua lamiera, incansable, su cuerpo. Había olor a moras maduras y a mote de trigo macerado con lejía. El Manolo la pasaba a buscar después del desayuno. Montaba en las ancas y partían, al paso de la bestia, rumbo a la escuelita hecha de adobones. El regreso a las casas, con mucho sol o mucha lluvia, era un torbellino de risas y comentarios compartidos con los otros jinetes que también seguían rumbo de río y zarzamoras. A veces se detenían a mitad del camino a comer los restos de la galleta y la fruta caseras. Las niñas, sentadas en la orilla del río, con los pies anchos y terrosos hundidos en las aguas, esperaban a los muchachos desnudos mientras cruzaban las aguas turbulentas en una competencia de destreza y fuerza germinal.
Tarde de martes. Antonia colgada del brazo de Carlos, caminando apresurados las calles del centro urbano. Primero, a cancelar la letra del amoblado de dormitorio. Escalera de mármol artificial. Arriba, el funcionario de sonrisa artificial; luego, el artificio de un papel que representa varias semanas del trabajo de ambos.
- ¡Menos mal! ... Es la última letra.- Pero si me hubieras escuchado habríamos pagado menos. Entiéndelo, Antonia. Déjame las cuentas. Tú no sabes manejar el dinero.
( …¡Claro! ... Y antes fue lo mismo con el refrigerador. Y será lo mismo con el comedor, y con el televisor... Y el amor, Carlos ...., ¿para cuándo…? )
- Apurémonos; así alcanzaremos a ver el comedor. No es de gran calidad, pero sirve para empezar.
- Como tú quieras, Carlos.(“Este par de zapatos no me queda bien, mijita” . “Traeré otros, señora ... ¿En el mismo tono?” ... “¡No! ... le digo que no me gustan estos colores modernos... ¡Parecen zapatos de payaso! ... Tiene que ser algo apropiado a mi edad; pero nada de blanco, ni negro, ni café, ni menos azul... Y esta horma no me acomoda. Se me ve el pie como empanada”. “Vuelvo enseguida, señora”. “Señorita Antonia”. ¿Si, don Luis? “Permítame. Yo atenderé a la dama”. “Como usted quiera, don Luis ...”)
- Mañana iremos a tomar once con mamá. Antonia, esta vez...- Me portaré bien, querido ... No temas.
(Y yo, ¿Cómo elimino el miedo?... Las luces del escenario brillaban como fumarolas encendidas dentro y alrededor mío. No veía nada. Unicamente los rumores y las sombras de mis compañeros, tan asustados como yo. Sólo la voz chillona, en sordina, de Mauricio en sus últimas instrucciones. Voz de histeria y de autoridad. De fuerza y temblor. “Mercedes, recuerda los esguinces de cintura ... Margarita no vayas a tropezar en el zapateo de la cueca chilota ... Atiendan a las pausas ... Recuerden: ¡Manda el Arpa! ... ¡Son un solo cuerpo! ... Y sonrían... ¡Por la cresta, sonrían...! aunque se estén muriendo de terror...” ¿Dónde estabas Andrés? ... ¿Dónde estabas?...) Y, por fin, los aplausos y las felicitaciones. Los camarines transformados en orgía de abrazos y comentarios. Mauricio ya no camina. Vuela. Se ha hecho dueño del espacio que recorre de un extremo a otro. En éxtasis. Andrés sonríe tranquilo. Y la espera.
Antonia rehuye recordar la fiesta del matrimonio de su hermana mayor. Hermanos y parientes fueron y volvieron, durante el día, llevando hasta la casa los fiambres, la vajilla y los chuicos de vino cruzados sobre el arzón de las monturas. Mientras iban a la Iglesia del pueblo, a recibir las bendiciones del cura, ellas permanecieron en casa terminando de preparar los asados, las cazuelas y las mistelas. La abuela, arrugada parra anciana, pulsaba la guitarra y recordaba parabienes y cogollos. El sol traspasaba la delgada blusa de Toña y hería la superficie de sus pechos erguidos. La noche se hizo pronto. Algunas velas colgadas del parronal hicieron más negro el negror del cerro y más denso el rumor del río. La abuela y otras cantoras de la región se turnaban en el desgrane de las cuecas. Los invitados las bailaban. Casi no había voces humanas. Solo la voz cascada de las cantoras, los rasgueos de las guitarras y la respiración entrecortada de los bailarines. El Manolo dormitaba, borracho, en un rincón con su último vaso de mistela aún en las manos. Entonces Antonia se sintió arrastrada en dirección al río. No luchó ni gritó. Se dejó llevar para caer entre la hierba húmeda y olorosa. Permitió que sus vestidos fueran arrancados con brutalidad innecesaria. Aceptó la boca anónima mordiendo su cuello y atenazando sus pezones adoloridos e hinchados como guindas morenas. Un gemido breve y amordazado, temeroso de ser oído, se unió al lamento del río que bajaba hacia el mar océano.
Caminar la ciudad con Andrés, después del día, cuando las sombras invitan a macerar fantasías. No está segura de si es hábito o necesidad. Sólo se deja llevar, como la savia que recorre los troncos, las ramas y las hojas; continua y blanca, sin saber que conduce asombro y belleza. Los segundos se eternizan en el juego de las sombras y de las palabras escasas y sordas. A veces pretenden seguir el rumbo de una estrella pálida y lejana. A veces piruetean, casi bailando, los perfiles distorsionados de árboles y paredes en la sombra pavimental. Casi no conversan. Como si hubieran descubierto la mágica inutilidad de las palabras. Caminan. Se miran. Se piensan. En ocasiones Toña se cuelga de la mirada de Andrés y encuentra el espejo elemental de sí misma. Nada que preguntar. Nada que afirmar o negar. Nada de que decir si bueno o si malo. Simplemente dejarse llevar como la savia, como las aguas del río, como el viento cuando baja desde las cumbres de Nacimiento, cruza por su rancho y continúa, vagabundo, hacia la nada. Caminar. Mirar. De vez en cuando, reír.
Andrés ha tomado una de sus manos. Toña siente cómo los dedos de Andrés penetran sus dedos. El roce es suave, quedo y sensual. Entrecierra los ojos y se estremece. Está desnuda y pequeña, dentro de las manos de Andrés que la cubre y acaricia.
- ¿Sabes, Toñita...?, quiero besarte.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué debe haber un por qué? ... Necesito besarte.
- ¡No!- De nuevo mi mujer y Carlos, ¿Verdad?.
- Sería deslealtad... y ... frescura.
- No, Toñita. Sería frescura si te robara un beso... Pero tú lo deseas tanto como yo.
Han llegado a la esquina. El bus se acerca a desgana. Andrés musita un “hasta mañana”. Antonia le atrae. Pega su cuerpo al del hombre y le ofrece sus labios. El bus les alcanza y les deja atrás. Atrás quedan también los recuerdos. Y la mujer de Andrés. Y Carlos. Y un cerro oscuro en donde rebota y eca el canto sordo del río. Y las hierbas húmedas y estremecidas.
Cuerpo de diosa morena. Fea, pero diosa. Su habitación es pequeña. Casi no hay muebles. Sólo el estante de su ropa, el espejo y la cama en donde noche a noche sueña la aventura gestal. Siente sus músculos laxos. Su respiración es profunda y tranquila. Los párpados cerrados hacen de su rostro imagen de bosque, río y montaña. Semidormida, sonríe y recuerda. Y piensa en el próximo día: mañana la vida será distinta.
Habrá algo para esperar.

1 comentario:

Sonia Antonella dijo...

Ups!

Cuantos recuerdos me trae este relato,pues fue el primero que te leí...o el segundo? uhmmmmmm creo que fue el tercero....jejejeje

La cuestión es que siempre me ha gustado,por la descripción del paisaje,el lenguaje y eso tan rico que tenemos los chilenos para expresarnos a través del baile...y que mejor con una cueca!
fui,fui,fui!

Me gustó mucho releerlo.


besitos
Sonia