viernes, 29 de agosto de 2008

LA VERDADERA HISTORIA

Una vez terminado el segundo milenio Osiris sintió que estaba llegando al límite. El rito diario de renacer bajo las caricias desesperadas de Isis. Gozar con ella unas pocas horas trepidantes para crear la vida en todos sus matices. Y esperar el horror crepusculario para que Seth lo envolviera en su manta, vínculo de todas las sombras, en espera de cuchillo infame que quitaba arteramente su vida. Y eso reiterado un día y otro, era el hastío y la ausencia de sentido. "Somos dioses - suplicó a Isis - Insistes en el antropomorfismo, pero ellos no entendieron tu mensaje. Jamás lo entenderán."
Isis sonreía.
Adela se mesaba los cabellos. Si pudiera alcanzar tu esencia, pensaba. Si pudiera llegar a ser tu sacerdotisa. Lectora de tu mensaje. Portadora de tu presencia en el mundo. ¡Cómo hacerles entender que en ti y sólo en ti están las respuestas!
Los fantasmas, dueños primeros de la casa, volaban gritando adverbios. La casa gruñía, se estremecía, gemía, como si todos los dolores del universo impregnaran las paredes.
Adela encendía un porro y aspiraba hasta sentir que su espíritu empezaba a vagar entre los parronales nostálgicos y breves.
Una tarde entre las tardes - pensaba Osiris - Todo va a cambiar. El rencor. El horror. El tiempo maldecido...
El tiempo está fractalizado - pensaba Carlos - Nada es como lo presenta la historia. No hay peor chiste que afirmar que los hombres somos constructores de la historia. Y vestía sus hábitos blancos, con la roja cruz cruzada en el pecho, como una llaga. Abierta en el recuerdo del rey traidor.
Amame, le susurraba Isis. Y deja que cumpla mi destino. Que es el tuyo, dulce amado mío. Me hundo en tus brazos milenarios. Y brillas por sobre todo el firmamento. Y gracias a ti mi semilla se hace árbol y trigo maduro y se hace gardenia y se hace alelí. Tú y yo, amor... y la eternidad.
Una tarde entre las tardes Osiris guardó entre los pliegues de su amplia túnica dorada, un puñal cristalino, estelar. Esperó pacientemente la hora del crepúsculo. Sintió el instante en que Seth se acercó, por detrás, a su cuello. Entonces se volvió y su puño hundió el arma en el pecho del traidor. Esa tarde no llegó la noche. El sol campeaba, incrédulo, en el centro del horizonte.
Isis enloqueció.

No hay comentarios: