viernes, 15 de agosto de 2008

TONINO

Su padre, miembro de la "Capella Angelicae" educó a Tonino en la música. Cada quince días sus amigos llegaban a casa, y hacían cuatro o cinco horas de música de cámara. La casona llenaba sus esquinas con el espíritu de los maestros: Mozart, Bach, a veces un Haendel y mucho Vivaldi. A Tonino le habían tallado un pequeño violín, adaptado a su manita de cinco años. Y su padre le copiaba segundas o terceras partes. El niño seguía la pieza con su instrumento y jamás fallaba una nota. Una tarde dijo que podía cantar el concierto Bradenburgués sin mirar la partitura. Tonino cantó. Le escucharon asombrados. En algunos pasajes se acompañaba con su violín. La suya era una voz emocionante. Una voz de soprano natural, con algo de coloratura, como un milagro que se abría como las corolas de un jardín infinito. Esa tarde su futuro y esperanzas enclavaron en el canto. Variados maestros le enseñaron el arte: respiración y fuerza, modulación, pronunciación, largas tardes de escalas ascendentes hasta llevarlo a los últimos límites de la posibilidad humana. Cientos de lieder sirvieron como apoyo de las enseñanzas. Una tarde descubrió que podía cantar una pieza en primera lectura y sus maestros hablaron del milagro que los dioses hacían en esa garganta que ya frisaba la adolescencia. La voz estaba cambiando. El niño soprano se transformaba en un sólido tenor capaz de triplicar escalas. Había ocasiones en que participaba en algunos conciertos de la Capella. La aristocracia escuchaba arrobada; le decían signore y le adulaban llamándole príncipe. Un duque exclamó que su canto era como los mirlos del paraíso. La emoción llevaba a las lágrimas. Y pensaban que durante el canto de Tonino, el mundo era belleza y era libertad y paz.
El príncipe contrajo matrimonio. Pidió a Tonino un concierto incluyendo el Ave María. El concierto fue maravilloso. Los invitados reales quedaron abrumados. Luego, entonó el Ave María. Mientras lo hacía, sintió la necesidad de volver atrás. De repasar uno a uno todos los acontecimientos de su vida encadenada al canto, a la música y a los deseos de los príncipes. Entonces, de propósito, desentonó. La disonancia rompió la belleza y estimuló la ira del príncipe.
Tonino abandonó la Capella, dejó el hogar. Caminó hacia el horizonte. En los pueblos, a veces, hacía un poco de trova; otras, guardaba ganado, o cortaba mieses doradas. Y seguía caminando. Voy hacia la libertad, decía. Nunca más volvió a cantar.

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