martes, 5 de agosto de 2008

UNA MAÑANA EN EL AEROPUERTO

E l viernes bajó una multitud de turistas del lujoso Air - France. Uno por uno pasó por Policía Internacional que timbraba los pasaportes haciendo, apenas, algún comentario de cortesía. El funcionario miró el pasaporte, luego a su portador y pidió:
- Su nombre completo, por favor.
- Arthur of Pendragón on the Lake - musitó el viajero.
Se rascó la cabeza y le pidió esperar. En la oficina, un hombre gordezuelo de grandes patillas rojas le miró interrogativo mientras rompía flores de amapola.
- Es curioso, Bernardo - dijo - pero allá afuera un tipo dice ser el Rey Arturo.
- No me digas, José. ¡Esta si que es buena!
En ese instante un secretario interrumpió diciendo:
- Un llamado de Buenos Aires para don José de San Martín.
José se alejó. Bernardo se aproximó al inglés y preguntó:
- ¿Qué viene a hacer en Chile, mister Pendragón?- Un amigo mío, Sir Lancelot, compró unas tierras en Palena. Está de hortelano. Vengo por él. Es que me escribió narrando que había visto a la Dama del Lago en las cercanías del río Baker. Talvez pueda recuperar a Excalibur.
- ¡Ah... Ya!... ¿Y no viaja con usted madame Geneviev?
- No, señor... Ella hizo carrera en las monjas. Es Abadesa en Loudún. Por estos días tiene problemas. Hay algunas monjas en posesiones diabólicas con tintes lésbicos. Imposible que aceptara mi invitación.
José regresó y dijo:
- O'Higgins, teléfono de la Moneda.-
¡Qué joder! ¡Cuándo aprenderá el Presidente a resolver problemas sin molestarme!
- Lo mismo me ocurría en Londres - agregó don Arthur.
- Es como para juntarnos, hoy atardecido, en un Happy Hour antes que viajes a Palena - invitó Bernardo.
- No es mala idea - agregó José - pero sin los hermanos Carrera. A la segunda copa inician el hueveo.
- Acepto - susurró Pendragón - Supongo que no andará por aquí la Fatah Morgana...
- Olvídalo - dijo Bernardo - La detuvieron por prácticas pedofílicas en Internet.
- Entonces, amigos míos, acepto. La primera ronda va por mi cuenta.
El aeropuerto se vació de gente. Don Bernardo sonreía beatíficamente. Tomó del brazo a don José y le dijo:
- No lo hicimos tan mal, después de todo, ¿Verdad?

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