domingo, 24 de agosto de 2008

EN LA NOCHE DE SAN JUAN

Por fin llegó el día de San Juan. Negro, lluvioso, frío. Es el día en que demostraría lo tonto de las tradiciones. Dejé las tres papas debajo de la almohada. El papel con la pregunta, debajo de la cama y en el jardín, debajo de la higuera, el tiesto con agua pura, tranquila y lisa, como un espejo.
Lentas las horas. Completo el silencio de mi soledad, roto sólo por la bulla del tictac del viejo reloj adueñándose del tiempo y del espacio. De rato en rato, la pregunta: ¿Y si fuera cierto? Y la respuesta esbozada en la sonrisa del científico que está acostumbrado a encontrar verdades solo en el laboratorio. Tuve la preocupación de medir los tiempos. Sacar una papa, tomar el mensaje y llegar a la higuera era cosa de un manojo de segundos. Llegaría al espejo de agua todavía dentro de las campanadas de las doce, en la noche que se aproximaba.

El desafío lo formuló mi querida Toña. Es tan difícil comprender cómo abre su conciencia a creencias tan pueriles. Es tan difícil comprender que no puedo abandonar la ambrosía de sus labios. Sonreí al pensar que estas absurdas ceremonias debieran ser filmadas por la televisión

A las once cincuenta minutos me puse en alerta. La lluvia era torrencial. El frío inmenso como la negra noche. En algún lugar, las ranas croaban como trovadores desafiantes. Los minutos fueron más lentos que nunca antes. A mi pesar, empecé a sentir escalofríos que se iniciaban en mi espalda y me cubrían todo el cuerpo. ¿Era posible? Los escalofríos, la ansiedad, la sensación de vacío en el vientre, la boca reseca, los temblores ineludibles de mis manos sólo representaban un fenómeno: Estaba sintiendo miedo.

Con la primera campanada de las doce tomé una papa. Era la papa pelada. Buen augurio. Alcancé el mensaje y lo guardé en mi bolsillo. Ya lo vería más tarde, mientras corría desalado hasta la higuera, en el jardín; iluminé el espejo de agua. Nada? Un segundo más tarde algo borroso que venía desde el interior de la jofaina. Se dibujó algo parecido a una carroza negra, de muerte. Rápidamente la figura se transformó. Eran los hocicos de una bestia babeante. La bestia empezó a corporizarse. Salió del agua. Dirigió sus colmillos hambrientos a mi garganta...

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