sábado, 4 de octubre de 2008

EN LA HORA DE LOS SUEÑOS

Mis manos y mis ojos tiemblan como burbujas en el centro de una copa rebosante de champagne, como pétalos de grandes hortensias azules azotadas por el viento puelche que corre montaña abajo desalado, insensato. Siento frío. Tengo miedo. Mi cuerpo se ha transformado en un carcaj volátil y vacío. Y dos pasos más allá, el feroz guerrero semi desnudo, antiguo, a horcajadas sobre la historia, mira atónito la orfandad de su arco y la inutilidad de su mirada y de la fuerza de su brazo. Y no sé si los enemigos están en la niebla que me rodea o en la infinitud de las estrellas que giran en torno mío y me gritan: ¡El tiempo es un engaño! ¡Cuándo lo entenderás…! Hay un ruiseñor entonando madrigales repetidos insistentemente ¡Maldición! ¡Qué tiene que hacer un ruiseñor en mi mundo de mudas torcazas y sangrantes lloicas... en mi mundo de zorzales y mínimas diucas…! ¿Por qué siento que me roban mi mundo para insertarme en otro que no es mío, que jamás lo será, porque la noche tiene sus reglas y tiene sus mapas estelares configurados para que los entienda desde aquí y desde ahora. Y vuelvo a escuchar los aullidos en contra del tiempo derrotado y perdido en la nada del absurdo.
También llega la vieja tristeza, como un alud en donde cada recuerdo aumenta el volumen de cada congoja, de cada desconsuelo, sumados como una pirámide monstruosa construida sobre mis lágrimas que se niegan a brotar porque, cómo no entender a mi madre que me repite una y mil veces que los hombres no lloran... Pero, madre... ¿Y qué hago con lo que siento?Y entonces, Deidamia... ... ¿Qué jugada del destino la puso a mi lado? ¿Para qué...? Hay una habitación inmensa. En un costado un gran sofá. Sobre él, Deidamia hace el amor con un hombre estrafalario, de gran barba negra. El hombre gruñe y suspira y emite gritos ahogados. Deidamia gime, mientras me mira y sus ojos azules me envían angustiados mensajes que no entiendo, mientras sus piernas se elevan a los hombros de su amante y dejan que el vestido rojo se desparrame sobre el sofá.
Entonces estoy en el centro de una espiral monstruosa que gira y me aprieta y destruye.
Viterbo despertó sollozando. Su cuerpo, bañado en transpiración. Deidamia le daba pequeños besos en su frente y le decía “Mi amor”.

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