viernes, 29 de mayo de 2009

UNA EXTRAÑA SOCIEDAD



El coronel Camilo Saint Jean – abuelo de Carlos, el defensor del puente sobre el río Hualén – conoció a Segundo López en una recepción de la colonia inglesa. López era comandante de la Policía urbana de Valparaíso. Hicieron rápida amistad. Entre una y otra copa de chartreuse López comentó que los residentes de una colonia extranjera necesitaban colinas para edificar sus palacetes.

- Pero Valparaíso no tiene espacios para crecer – dijo –

- ¿Y qué lugar elegirían… si ello fuera posible? – preguntó Saint Jean –

- Me han hablado del Almendral… – susurró el policía – Aprecian el paisaje… la generosa vista de la bahía… Pero es imposible… Allí se ha radicado mucha población indigente… Tengo registrado un conventillo habitado por más de dos mil personas… trabajadores portuarios… mendigos… malhechores… los llaman choros del puerto… ¡En fin…! Miserables sin Dios ni ley…

- Y usted, amigo López, ¿No dispone de alguna normativa nacional o municipal que permita el desalojo?

- Nada, mi comandante. Por el contrario. Debo proteger las vidas y las escasas haciendas de esos pobladores… Es imposible – repitió –

Saint Jean guardó unos instantes de silencio. Escanciaron otra copa de chartreuse y bebieron lentamente.

- Este licor es engañoso, es suave y dulce como una mujer falsamente enamorada… ¡Como una perra! – comentó Camilo. Y luego, en voz casi inaudible, preguntó - ¿Y… le han señalado, comandante, qué pasaría con la o las personas que hagan posible la ocupación del Almendral?

Esta vez el silencio fue del policía. Casi en un susurro dijo:

- La colonia asegura que esa persona… o personas… Creo que no debieran ser más de dos… no tendrían para qué seguir trabajando… en el resto de sus días… Esa persona podría radicarse en la capital… y vivir como un señor… como dueño del mundo… Es que ellos tienen muchísimo dinero… Pero es imposible, coronel – repitió por tercera vez -

- ¿Por qué me ha planteado el tema, Segundo?

- No sé… usted me ha impactado como un hombre… con quien se podría trabajar… eventualmente… algún proyecto… Es que Valparaíso es una ciudad mágica… Abre posibilidades al que quiera hacer fortuna…


- Pienso lo mismo, Segundo. Ambos tenemos cómo hacer que lo imposible se transforme en realidad. Diga a sus amigos que estudiaremos esa necesidad de espacio. Encontraremos alguna solución. Por ahora esperemos y mantengámonos en contacto.

La oportunidad se presentó dos semanas más tarde. Casi al borde de la noche, la ciudad de Valparaíso fue estremecida por uno de los terremotos más intensos de la historia del país. Los cerros se estremecieron durante cuatro largos minutos. El viento aullaba, como si no viniera desde el océano sino que desde el fondo de la tierra herida. La destrucción fue casi total. La población, aterrorizada buscaba protección y clamaba por ayuda para los heridos y contusos.

El coronel Saint Jean montó en su corcel y buscó a Segundo López. Al encontrarse, Saint Jean le abrazó y susurró al oído: “¡Es la hora, querido amigo!” López, comprendiendo dijo:

- Ordene, mi coronel. ¿Qué debo hacer?

Saint Jean explicó el plan en un par de minutos. López sólo dudó un instante. Luego dijo:

- Todos ellos son miserables… ¡Carne de horca! ¡Adelante mi coronel!

López ubicó rápidamente a diez hombres. Se dirigieron al Cerro el Almendral y se distribuyeron por todos sus accesos de entrada. Las antorchas, en manos de los hombres prendieron fuego a todos los rincones. El viento hizo lo demás. En unos minutos el Almendral ardía en brasas y llamas. Uno a uno los ranchos fueron transformándose en hogueras que crepitaban e iluminaban el macabro espectáculo de la ciudad vencida.

A la mañana siguiente en el Almendral no quedaban viviendas. Sólo leños humeantes. Basuras diseminadas. Olores de muerte y destrucción. Cadáveres sorprendidos en el acto desesperado de la huída. La prensa informó que en el Almendral, entre los efectos del terremoto y del incendio, habían perdido la vida más de cuatro mil pobladores. No hubo recursos para apagar los fuegos. Llamaba, con indignación, a las autoridades para que de una vez por todas crearan el Cuerpo de Bomberos.




En las semanas siguientes todos los terrenos del Almendral fueron adquiridos por respetables comerciantes pertenecientes a la cadena de distribución que se iniciaba en los muelles y continuaba en los mercados. Hermosos palacetes reemplazaron a las tolderías. Dejaron espacios para construir miradores y plazoletas. Un aire de juventud alegre empezó a invadir los espacios en torno a las golosinas y mistelas de los atardeceres costeños.

Segundo López compró una parcela en Quilpué, a pocos kilómetros del Puerto. Bebía compulsivamente, sin descanso. Una tarde su hígado reventó. Las ceremonias fúnebres tuvieron que hacerse rápidamente pues de la urna mortuoria escapaba un hedor insoportable.

En cuanto al coronel Saint Jean, que solía vestir la blanca túnica de los Templarios, hizo construir en las afueras de Santiago una inmensa casa rodeada por un parque de impresionante belleza. No se le volvió a ver. Decían que el coronel, voluntariamente, se emparedó en la casa. También, que la casa, heredada por su hijo el coronel Carlos Saint Jean, está llena de fantasmas que en la noche aúllan y claman venganza.

Fotografías : Cerro El Almendral de Valaparaíso

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