viernes, 24 de septiembre de 2010

EL SUEÑO DE JUANJÓ

Juanjó tuvo que guardar cama. El psiquiatra habló de depresión que desemboca en intensos estados de angustia. Prescribió siete antidepresores y una cura de sueño de tres días. Le hice ver mi desacuerdo; está mal pensado, dije. Me preguntó si soy psiquiatra.


En la clínica hubo estupor mezclado con miedo. El colega psiquiatra nos alertó: “Tengan cuidado con el efecto de espejo. El miedo puede llevar a todo el grupo a la misma situación que experimenta el doctor Ribero”


Sonreí y callé. La copia en espejo no es posible. Hay factores que mis colegas desconocen. El problema no es el agotamiento por exceso de trabajo. Son sus pesadillas, en las que aparecen los solenodontes. Es lo que mis colegas deben ignorar.
Hace dos semanas que el Juanjó me lo comentó. A medida que narraba, palidecía. Hubo un momento en que observé los temblores, como una sinfonía imposible de contener. Entonces, en mala hora, aconsejé una terapia psiquiátrica.

Las pequeñas bestias aparecen, intempestivamente, desde un rincón de cualquiera de los sueños. Juanjó procura huir; corre desalado, cruza el campo de trigo, entra en la cerrazón, pero es inútil. La horda le espera a la salida del callejón. Y están ahí, cuando, desesperado mira ventana abajo, con el ánimo de lanzarse al vacío. Asqueroso cuerpo de rata, en su piel, restos de la alcantarilla, una estrecha y torcida trompa y los dientes, afilados, de cobra. Los ojos rojos le miran esperando su último movimiento. Se lanzan sobre su cuerpo y muerden. Entonces, Juanjó despierta enloquecido de dolor, de desesperación, de angustia. Ahí están las huellas de las mordidas. En todo su cuerpo, pero durante unos minutos. Luego, todo regresa a la normalidad.

Se duerme.

Pero se inicia otro sueño y Juanjó sabe que en algunos de los rincones le esperan. ¡Cómo los extermino…! Dime… como acabo con ellos…

Desconozco la respuesta. Ninguno de nuestros colegas en la clínica la conoce. Sólo podríamos inventar armas pragmáticas para aplicar fuera de sus sueños. Pero no dentro. Le digo a Juanjó que no duerma tres días. Lo solenodontes lo estarían esperando y no tendría escapatoria. Estaré contigo y te protegeré cuando el sueño te venza.

No le dije que hace unas horas, cuando llegué a su casa y dormía, un solenodonte caminó sobre su rostro y me miró, con sus ojos rojos, demoníacos. Parecía decirme que soy el próximo. No sé cuántas horas podré estar sin dormir.



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