domingo, 26 de septiembre de 2010

ANGEL

Su madre lo bautizó como Angel, pero en el barrio le decían el Burro Alfeñique. El apodo lo inventó la Teli. El Angel tenía unos catorce años. Se le antojó enamorarlo justo cuando el cabro andaba que cortaba las huinchas. Un atardecer se juntaron en la pieza de la Teli; la mina era sabia. Los besos y las caricias cundieron mientras lo desnudaba lentamente. La Teli no se pudo contener: “La tenís como la del burro, dijo… Pero soi tan flaco…. Como un alfeñique”. Después lo comentó con sus amigas que empezaron a mirar al Angel con ojos golosos mientras lo llamaban el Burro Alfeñique.

Tenía tres oficios: Trovero, comerciante y chorrero. Los chorreros son ladrones callejeros. Meten la mano en bolsos ajenos y arrancan a todo dar perdiéndose en las encrucijadas de la ciudad.

Le gustaba ser trovero. Lo malo es que a veces estaba la mañana entera con su guitarra y su garganta entregadas a la voracidad sin identidad de la gente que camina sin mirar y sin sentir. Y no caían monedas en su sombrero. El hambre pica. Y la vieja abuela, tejedora de toda la vida, sumergida entre sus lanas, le esperaba para comer. Entonces, si tenía algún dinero compraba golosinas y las vendía en los buses. Algo ganaba. Si todo fallaba, no le quedaba más remedio que robar. Y empezar de nuevo. Eran tardes de tristeza. La abuela nunca preguntaba de donde salían las monedas. Comía su guiso y cerraba los ojos.

Quedaba solo en medio del desorden viejo y oscuro de su habitación. Herrumbre. Soledad. Angel tomaba su guitarra y regresaba a su última canción. Era un devaneo sin término. Probaba distintas tonalidades. Intentaba hacer calzar los versos de esa estrofa infernal que le perseguía sin compasión. Tiene que haber una forma, pensaba, pa que las palabras digan lo que siento… P’tas que cuesta… Tiene que haber una forma fácil p’hacerlo…

Por esos días llegó la Vivi a la casa de al lado. Angel se sorprendió pensando en ella. En sus ojos de mirada transparente. En su cuerpo pequeño e incitante.


Inevitablemente surgió la amistad. La Vivi le ayudó con los versos. Y la última canción empezó a decantar: agua pura, fresca, cristalina, que ambos bebieron preparándose para la noche del amor realizado.

La Vivi preguntó a todos los conocidos el por qué del apodo: burro y alfeñique. “Si te acuestas con él sabrás por que le dicen burro…” le dijeron. Aquella noche lo supo. ¡Benaiga la mansa sorpresa…! Pero a la mañana siguiente, en el rostro de la muchacha había sonrisas, rubores y un sabor a felicidad interminable.


El Angel se fue a Valparaíso por un par de semanas. Le dijeron que la cosa estaba buena… para sus tres oficios. Al regreso traería dinero suficiente para hacer hogar con la Vivi. Pasaron los días y no volvió. Alguien trajo a la casa el diario de la ciudad puerto. Una nota, muy breve, daba cuenta de una pelea en la noche, a las orillas del mar. Un joven, de nombre Angel, había sido asaltado por un grupo de tres patos malos. Había huellas de lucha. Manchas de sangre que no le pertenecían. Aguantó como macho, pero le vencieron. Su cuerpo, desmadejado, sin posibilidad de retorno. Sus ojos mirando hacia las estrellas, sin poder verlas. Nadie lo reclamó. Su cuerpo, su nombre, sus canciones fueron tragados por las sombras del océano.

*

- El Angel es el pior de los chuchetas, compadre. Vea usté: En la pobla hicimos una velatón la noche que cumplió un mes de finao. Nos pusimos con velas, hasta los cabros chicos. Incluso el Macario cerró el boliche y se sumó a la gallà. La abuela dejaba qu’er gruesos lagrimones. La Vivi apareció de luto. Endei llegaron las primeras palabrotas. “¿Por qué estái de luto?”, gruñó el José que es el taita de la Vivi. “¿Si no soi consanguínea?” La esposa intervino al tiro: “¿Y qué te importa…? ¿No veí que la niña tà sufriente…?” “¡Y qué se mete usté, vieja saco’e huevas!” Los separó el paco Yébenes, que tiene uniforme de cabo, porque el José quería sacar crestaimedia a la madre y a la hija. Entre dientes gruñía “Mirequè, ahora me salen las dos putangas… ” La velatón duró toitas las horas que dura la noche montá en oscuridá y en misterio. Las viejas se repitieron el plato con los rosarios. Las avemarías se posaban, pías, en las orejas y se quedaban allí temblando agonías… que les dicen… Hasta pare’e que hubiera sido una sola, pero recontra larga. El flaco Guzmán dijo que si hubieran andao juntos, los muertos serían ellos y no el Burro. “Por algo será… yo no me separo de mi regalona” Y mostró el fierro, luminoso, con el que habría defendío al amigo de toa la vida. Todos pensábamos lo mesmo, pero mordíamos los labios. La Vivi sacó una guitarra no se dionde y empezó a canturrear. De repente dijo que era la última canción del Burro. Sacó una voz más linda que el sol. No tocaba bien, pero el entrumento fue noble y la acompañó. ¡P’tas la bruta grande! ¡Nos hizo llorar a toos…! ¡Hasta el José se corrió de lloros!

La noche se fue, así como se van toas las cosas. De a poco. La mesa se vistió de tinto pa los viejos y de ron pa los más nuevos. Y tamién hubo pitos, de la colombiana. Y tamién un poco de pasta. Pero ná que lamentar. Cuando clariò la mañana nos fuyimos cada uno pa su casa. Menos mal que toos tábamos cerca.


*

Un día el Angel volvió. Dijo que anduvo por el sure. Que le había ido la cresta de bien. Que traía faltriquera de billete grande. Invitó al José al Hoyo. Y lo palabrió que si vivían juntos se ahorraban la catervá de plata. El José lo pensó too lo se demoró en beber los dos terremotos y cuatro réplicas que puso el Angel.


Al otro día la familia de la Vivi se cambió a la casa del Angel. End’entonces viven juntos, tal que se hubieran matrimoniao.

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