martes, 15 de septiembre de 2009

LA CASA

1.


Hacia 1920, la ciudad era pequeña. Apenas algo más que una aldea. Cinco manzanas rodeaban el palacio de gobierno. Más allá, el sector norte era el camino de la Chimba y el barrio de la Palmilla que aún conservaban el halo pecaminoso heredado de la colonia. El sur, terminaba abruptamente en El Rosedal, inmensa pista de bailes y condumios; allí empezaba la ruta del sur, de las grandes haciendas, de los campos eternamente verdes, de los potreros habitados por caballares y vacas, con sus ubres llenas de leche blanca y milagrera. Hacia el Oeste el límite era la Pila del Ganso, inmenso abrevadero dispuesto para aguardar a los caballos y mulas que, en sus carretas, traían a la ciudad los choclos y los porotos y los tomates y las sandías y los melones, cargas mágicas de olores y sabores que inundaban las calles en los amaneceres suburbanos.

Más allá el viejo camino a la costa, se empinaba entre las primeras cuestas. En cada suburbio campeaban las poblaciones callampas, modeladas sobre el espacio con cartones y palos en desuso. En las callampas iniciaban su vida urbana las familias desalojadas del campo, los que creían que la ciudad les acogería y les brindaría futuros y también los niños que irían a la delincuencia y al lumpen. El Este se iniciaba en el canal San Carlos. De allí hacia la cordillera las familias adineradas empezaban a construir su mundo, alejado de los palacetes del centro.


Salir del centro no era inocencia; huían de los cordones de miseria de la periferia. Habían decidido evitar toda posibilidad de contaminación. El Este eran las casas quintas. Inmensas construcciones dotadas de piscina, jardines, huertos y un pequeño parque que hacía pensar en las casas patronales del mundo agrícola. Más arriba estaba el nacimiento de los ríos, la ruta de los arrieros y las estribaciones cordilleranas.

Este escenario, una ciudad naciente, no tenía importancia para Saint Jean. Sabía que el resto de su misión era la construcción de la casa y que en ella nada de lo que sucediera estaba asociado a la ciudad, ni a sus barrios, ni a sus habitantes. Debo apresurarme, pensaba, lo ignoto me aguarda.


2.


Don Carlos de Saint Jean, a la sazón beneficiado con diversas herencias de Europa, dueño de una compañía exportadora y repentinamente enriquecido después de su oscura participación en el incendio de un cerro en Valparaíso, compró un sitio en el sector más alejado de las viviendas establecidas. Y luego meditó para convocar al arquitecto. La casa era muy particular. Requería de un profesional excepcional.


Carlos era un anciano de gran fortaleza física y de mirada profunda. Cuando decidió la construcción de la casa, convocó al primer hijo varón de la familia, también llamado Carlos de Saint Jean y le dijo que debería tomar en sus manos la dirección de las empresas y de la familia. Su orden coincidió con la llegada del arquitecto.

- Mi nombre es Hirat - le dijo el anciano constructor - He venido a cumplir la tarea.

- Te ofrezco mi gratitud – respondió don Carlos – Te diré lo que haremos: La casa tendrá un subterráneo, una planta baja en donde se habiliten un salón, un saloncito de recibo, un comedor y dos salas de reuniones. En el primer piso, veinte dormitorios con sus respectivos baños. La planta del segundo piso tendrá una forma octogonal, casi una circunferencia. Cada radio del octágono será un pasillo. En cada pasillo deberá haber siete habitaciones, su medida es de nueve por seis metros cada una. Habrá un tercero y un cuarto piso. Todavía no tengo esas especificaciones.

- Se requerirá un espacio inmenso – dijo el anciano –

- No, Hirat. Ocuparás la menor superficie posible.

- Creo entender... Quieres la contracción del espacio para que el tiempo fluya sin barreras...


- ¡Exacto! ¡Sabía que lo comprenderías!

- Algo semejante estoy haciendo con el Templo.

- Los muros, Hirat.... deberán tener dos metros de ancho.

- Eso es fácil.

- Si hay algo más, oculto en mi inconsciente, lo veremos a medida que construyas.

Un año después la casa estaba terminada. Los prados, construidos sobre pequeñas colinas y los arbustos protegían la casa de miradas indiscretas. También creó los inicios de un parque de cinco hectáreas. En su entrada, tres canelos, tres laureles y tres acacias. Hirat, al pasar, observó: “Has seleccionado árboles sagrados”. Carlos sonrió. El resto eran árboles traídos desde todos los lugares del mundo.

Don Carlos recorrió la casa en todos sus sectores y rincones. Cada tanto hacía una exclamación de aprobación. La construcción respondía plenamente a sus instrucciones y a la función que debía cumplir.

- Solo falta un detalle – dijo Saint Jean. En el séptimo pasillo del segundo piso debes modelar, dentro del muro, un habitáculo en donde yo pueda desplazarme. Necesito pocos muebles. Un estante para libros. Un baño cómodo.
El arquitecto cumplió la orden. Dos meses después don Carlos le dio aprobación. Una glorieta dentro del muro. Traspuso el umbral. La altura era perfecta. También las otras dimensiones. Podía transitar por el todo el espacio. Dijo:

- Lo has hecho como debe ser. Ahora aguárdame unos minutos.

Regresó con la vestimenta de gala del Gran Maestro de la Orden de los Caballeros Templarios; sólo no llevaba la espada ceremonial, el anillo y los guantes blancos.

- Voy a entrar en este templete – dijo – Entonces, cegarás la entrada. Y la ocultarás de cualquier mirada.

- Si lo hago, morirás.

- ¿Y qué es la muerte, mi viejo y querido maestro?

- Tienes razón – exclamó el arquitecto -.

Don Carlos entró al muro. La puerta fue sellada personalmente por Hirat. Entonces, el arquitecto despidió a sus ayudantes. Cerró la casa y se encaminó al parque. A medida que se acercaba, su cuerpo se iba diluyendo en la nada, confundido con el verdor de los árboles. Era tiempo de regresar al oriente, donde le esperaba la conclusión del Templo ordenado por el Rey.


3.


Ese día, algo más de cuatro mil fantasmas y un número indeterminado de quebrantos, manifestaciones y horrores, fueron convocados y se instalaron dentro de los muros del segundo piso.

Carlos de Saint Jean, el tercero, a la sazón capitán del ejército, llegó a la casa dos semanas más tarde. En el dormitorio principal de la casa, sobre la mullida cama, encontró el anillo, los guantes y la espada del Maestro Templario. Quedó pensativo durante largos minutos. Analizando el mensaje encerrado en esos tres objetos. Finalmente los tomó, los hizo suyos. Había aceptado el legado de su viejo abuelo. Su hijo, también llamado Carlos entró a la carrera militar. Cuando era capitán comenzó la construcción de la casa frente al puente sobre el río Hualén.

Pero nada de esto pertenecía al mundo de mi ciudad. Una tarde escuché a mi padre y a mis tíos conversar sobre el tema. Lo hacían en voz baja. Con temor. El mismo temor que demostraban, años después, cuando empezó la guerra y comentaban, estremecidos, las muertes ocurridas durante el día. El Pedro cayó desde lo alto de uno de los ciruelos. Sus padres lo llevaron a la Asistencia Pública y regresó al barrio enyesado.

Pintura de:Isabel Gutiérrez

2 comentarios:

Manel Aljama dijo...

Un texto lleno de misterio que recrea, ¡quién sabe si la realidad supera a la ficción! a los Templarios en América. Creo que se ha hablado de restos templaraios en la Patagonia y circula una leyenda de que antes que Colón fueron ellos los primeros, porque tenían armas, dinero y barcos, y sobre todo, mucho que perder si se quedaban... Curiosamente niegan conexiones con los masones, sus sucesores. ¿No se llama Grande Oriente el masón de grado máximo?

En lo literaro el texto tiene momentos muy buenos:
"- Creo entender... Quieres la contracción del espacio para que el tiempo fluya sin barreras... "
"Una tarde escuché a mi padre y a mis tíos conversar sobre el tema. Lo hacían en voz baja. Con temor. "

Espero que vuelvas a escribir pronto...

isabel gutiérrez dijo...

Hola Mario, soy Isabel Gutiérrez la pintora del cuadro que ilustra el segundo bloque de La Casa. Este cuadro se titula La casa verde y está inspirado en un paisaje de alta montaña en la ladera sur de la Cordillera Cantábrica, en España, un espacio misterioso y bello.

Me encanta que lo hayas elegido para ilustrar tu narración, que me ha gustado mucho, como tus otros escritos.

Sólo quería decirte que es muy mala reproducción, no es que me importe, pero poniendo una mejor ganaría tu propio escrito. Es muy fácil, sólo tienes que arrastrar y pegar. Puedes cogerla del apartado Obra de mi página Web www.isabelpintura.com, en la serie Canseco. Bueno, a lo mejor te da pereza hacer este trámite. Si quieres te la puedo mandar en un correo.Mi correo es lili54@gmail.com, No tienes nada mas que escribirme y ya está.
Muchos saludos y no tengas muy en cuenta la clepsidra, Isabel