miércoles, 28 de enero de 2009

QUO VADIS DOMINE

¡Qué se yo! El latín es una hermosa joya que no me perteneció jamás. El cura lo hablaba, majestuosamente, en la misa... "... santificetum nomen tuus ..." Pero yo me escabullía. Jugaba a las bolitas misteriosas. Desde la cúpula central hacía caer un puñado de bolitas de colores transparentes. Al llegar al suelo... "adveniam regnum tuus..." reventaban. Se transformaban en suaves hilillos de aceite colorido que trepaban hasta la cúpula y volvían a caer, pero esta vez en mayor número. Envolvían al cura y estallaban sobre él. Apenas alcanzaba a balbucear, ¡En español!: "¡Hijos de la caída!" Pero ya lo tenía atrapado. Empezaba a empequeñecer. En cada segundo un poco más enanizado; en cada segundo más lejana su voz. Hasta que se hacía el silencio. Recién entonces empezaba a jugar. En vez de altar, todos los muros rotos, me encontraba con un riachuelo de aguas claras. Mojaba mis pies. Y cantaba; aprendía el canto de los zorzales y de las diucas.

(Tenue mutualidad de mate amargo, cimarrón, y ganas de reír a carcajadas, mientras las cucarachas de torso verde caminan encima del pulgar de Carlos.)

El Cefe comentó: "Qué sería de ti si la misa fuera en griego antiguo, en el que usaba Platón para inventar la magia de los diálogos". Y Adela agregó que la sintaxis de Platón fue siempre miserable, de estudiante de los primeros grados. "Lo único inteligente que hizo fue inventar el café cortado". Miguel, muy molesto, gruñó que estábamos diciendo tonterías. El problema es el de los relojes que caminan hacia atrás. Y ustedes lo eluden, sistemáticamente. ¡A quién podría importarle lo que siente Mario...! O lo que sintió en la infancia cuando se encadenaba a los latinazgos mal pergeñados del cura italiano. Con voz de tiple recitó: "Duérmase mi niño... Duérmase mi sol... Las patas de los corceles rompían la piedra... Chispas de metal fundido... Sangre nueva para noches viejas...

"Afuera, en el prado, Marie y Josephine fermentaban rondas... Escuchábamos sus voces casi niñas llenando el espacio: "Quién lo mató... El perro judío..."

Dentro de la casa, en el segundo piso, los fantasmas reían. Eran risas incontroladas; obscenas, llenas de ira y de venganza.

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