miércoles, 28 de enero de 2009

APRENDER A MIRAR...



A las dos de la madrugada, Adela sintió junto a ella los cuerpos desnudos de Josephine y Marie. Las dos jovencitas atacaron su piel con suave maestría, aprendida de Rebeca. Eran las seis de la mañana cuando, aún abrazadas, cayeron en un profundo sueño presidido por sonrisas de felicidad.

A esa misma hora, Miguel, balbuceando frases inconexas y repitiendo incansablemente "¡der Nibelungen!" obtenía, por fin, una certeza.- ¡Con mil demonios! - Dijo a Carlos - Todo ocurre linealmente, como si el tiempo avanzara, pero los relojes insisten en caminar hacia atrás. ¡Maldito Sombrerero!- Tienes razón. Es caótico. Pero real.- ¡Ese es el problema...! Ocurre, pero no es real, amigo mío. Lo real está esquilmado. Piénsalo como si fuera un poema...

"¿En dónde habita la belleza, padre?", preguntó el niño. Y el anciano respondió sonriendo: "Ella vive en tu corazón, pequeño niño. La encuentras solamente cuando aprendes a mirar.

"La laguna de plata refulgía al contacto con la luna llena. Decenas de ranas se habían confabulado para ofrecer el concierto más extenso de la temporada.

Las cuerdas terminaron de afinar en "la" y aguardaron la orden del maestro para iniciar La Primavera de Vivaldi.

Carlos y Miguel expulsaron del salón a los últimos escarabajos verdes y se sumergieron en la experiencia de la belleza. - Es que debe ser pensada en su estado más puro - musitó Miguel - No se trata de la belleza pegada a ningún objeto bello; esa es la trampa dialéctica. Hay que abrir el pensamiento a la pureza, a la unicidad, a la conciencia sumergida en la propia conciencia.

- Si - respondió Saint Jean - Te sigo y comparto tu idea. Pero los relojes continúan inexplicados. Si fuera uno o dos, sería más fácil comprender... Sería como el peto en la armadura. Pero afecta a todos los relojes reales y pensables. ¡Gotten! Es un lío.

Adela no quiso bañarse. Quiso mantener sobre si la remembranza de los dos cuerpos adolescentes y prolongar las sensaciones de su piel durante todo el tiempo que fuera posible. Llamó por teléfono a don Cefe y le dijo que a eso de las once, Platón vendría al Foro, a tomar un café. Ceferino le respondió que la acompañaría. "Este parece ser un buen día", le dijo.

El recuerdo del Camborio continuaba galopando. Los terribles corceles de la noche producían lenguas de fuego y de sangre sobre las piedras, en las calles del pueblo.

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