El Sombrerero loco miró su inmenso reloj pulsera, se detuvo a mitad del prado, movió sus orejas en un gesto de sorpresa e intempestivamente se dirigió al salón. Con su voz rugosa dijo:miércoles, 28 de enero de 2009
EL RELOJ DEL SOMBRERERO
El Sombrerero loco miró su inmenso reloj pulsera, se detuvo a mitad del prado, movió sus orejas en un gesto de sorpresa e intempestivamente se dirigió al salón. Con su voz rugosa dijo:QUO VADIS DOMINE
¡Qué se yo! El latín es una hermosa joya que no me perteneció jamás. El cura lo hablaba, majestuosamente, en la misa... "... santificetum nomen tuus ..." Pero yo me escabullía. Jugaba a las bolitas misteriosas. Desde la cúpula central hacía caer un puñado de bolitas de colores transparentes. Al llegar al suelo... "adveniam regnum tuus..." reventaban. Se transformaban en suaves hilillos de aceite colorido que trepaban hasta la cúpula y volvían a caer, pero esta vez en mayor número. Envolvían al cura y estallaban sobre él. Apenas alcanzaba a balbucear, ¡En español!: "¡Hijos de la caída!" Pero ya lo tenía atrapado. Empezaba a empequeñecer. En cada segundo un poco más enanizado; en cada segundo más lejana su voz. Hasta que se hacía el silencio. Recién entonces empezaba a jugar. En vez de altar, todos los muros rotos, me encontraba con un riachuelo de aguas claras. Mojaba mis pies. Y cantaba; aprendía el canto de los zorzales y de las diucas.
APRENDER A MIRAR...
ela sintió junto a ella los cuerpos desnudos de Josephine y Marie. Las dos jovencitas atacaron su piel con suave maestría, aprendida de Rebeca. Eran las seis de la mañana cuando, aún abrazadas, cayeron en un profundo sueño presidido por sonrisas de felicidad. 