lunes, 3 de noviembre de 2008

ARÍSTIDES SE CONFIESA

El padre Arístides solicitó una dispensa no por molicie. Hizo veinte horas en avión para ir por su confesor, el Obispo de Lepe.

No fue la pelea con don Panta, monseñor. Habría sido una retahíla de puñetas y asunto borroneao. Fue esa tarde tormentosa de diciembre, en el mes de María. La Florita pidió confesión de frente y se instaló parsimoniosa entre mis rodillas. ¡Dió... Por qué me haces esto...! Llevaba una mini que mostraba todo y una blusa transparentando sus pechos desnudos. Ayúdeme, padre, que he pecado. Ave María, Ja mía (Con tu estampa es imposible no pecar) Fue el Tomás, padre, un afuerino. Había fiesta en la plaza y el Tomás me miraba y me pidió que bailáramos una guaracha y de repente era un bolero y me apretó y me hizo chictuchic. Y sus manos eran inmensas y fuertes. Y de repente, un beso en el cuello y la blusa se abrió y los labios calientes llegaron hasta mis hombros. Y no había quien me dijera "Flora qué tontería vas a hacer". Fuimos a la oscura esquina de la iglesia. Y me atrapó los pechos y mordió y chupó y pasó su lengua parriba y pabajo. (¡Y mocosa del diablo, deja de menear tus pechos en mis rodillas!) Y yo estaba montada en sus extremidades, encima de su cosa dura y me entraba hasta que quedé desfallecida. Y al otro día el Tomás se perdió en los caminos. ¿Qué puedo hacer, monseñor? Que no soy monseñor, Ja mía. Y mis manos se fueron entre los cabellos de la impura. Y de un de repente, la hija del demonio hurgueteaba entre las sotanas y sacaba a respirar al pequeño que había crecido de una pa la otra y la boca de la pecadora lo había atrapado y lo zamarreaba entre los labios y la lengua y tomó mis manos, monseñor, y las llevó a los pechos que tenían los pezones duros y ardiendo y te juro Dió mío que no quería, pero la impura se miabía montao y hacía que el pequeño entrara y... Pa qué sigo... la cosa fue gloriosa. Y como el pequeño quería más, tiré a la Flor sobre las baldosas y cabalgué como huaso sobre garañón sin rienda. Y qué hiciste, bestia, preguntó el obispo. Arístides lo pensó un instante y dijo en un susurro que ordenó penitencia de tres Avemarías y un Padrenuestro.

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