martes, 14 de julio de 2009

COMO EN LA TELA DE LA ARAÑA





LIBRO PRIMERO

AMANECERES


1

Desde el horizonte, encuentro de mar y cielo, la bahía de Valparaíso se abre como un abanico sin término. El puerto es de escasa envergadura. El espigón corta las aguas y deja en el interior la poza y los muelles. La mirada no se aparta de los cerros y de sus casas encaramadas de cualquier manera sobre la roca. Son cerros de noches consteladas. Cientos de estrellas descendidas para crear una ciudad pequeña, encumbrada, titilante.


*
Tres días recorriendo sus calles convencieron a Antonio que no viviría en este lugar. “Más al sur”, le decían, puede estar lo que buscas. Y se encaminó más al sur. Le comentaron que encontraría un pueblo pequeño; algo más que una caleta en una bahía menor, pero llena de futuros. El Congreso había aprobado el proyecto para construir allí un puerto artificial, como complemento de Valparaíso y ya se estaban realizando las primeras faenas. Era necesario, pues el comercio aumentaba sin cesar y con él las necesidades portuarias.


El lugar se llamaba San Antonio y, efectivamente, era un poblado vestido de pocas y desordenadas calles de tierra o de arena negra como la noche. Desde las parcelas llegaban los productos estacionales y la caleta entregaba delicias marinas. Poco más que un mercado al que acudía gente de los pueblos aledaños y de las haciendas y fundos de la comarca.


Se alojó en el bar de Rosamelia, la holandesa. Le decían así por sus inmensos pechos. Todo iba bien durante el día, pero al anochecer el lugar se llenaba de vida. Cantos, bailes, parejas que se escondían en los rincones o habitaciones de la casa. Los parroquianos bebían como desatados al ritmo de las cuecas y los valses zapateados. De tarde en tarde, se producían insultos de grueso calibre a grito pelado seguidos de feroces peleas. Regularmente a combo limpio y si la agresión era muy grave, de las manos nacían cuchillas. Se hacía silencio de cuecas. Entonces la holandesa se imponía. A garabato limpio los ponía en la calle. Allí que se mataran, pero no en su local que tenía fama de respetuoso de la moral.


Entonces la jarana se reiniciaba.


En el bar le explicaron que estaban por salir las manadas de vacunos hacia el sur. Caminó hasta Leida en donde le contrataron como peón. Aprendió a montar en la mula que le fue asignada. El camino era monótono. La tarea, agotadora. Había que evitar que las reses corrieran y se deshidrataran y si encontraban pastizales se las dejaba comer hasta hastiarse. Las horas pasaban lentas y duras bajo el sol.


En la noche, al lado del fogón, comía sus porotos, compartía la conversación con los otros peones y aprendía. Después se tiraba a dormir, arrebozado en su poncho, hasta la madrugada siguiente. Veinte días más tarde, en el cruce del río Tinguiririca abandonó la manada.


2


Segundo daba de beber a sus acémilas cuando los leoneros le advirtieron de una presencia extraña. Hizo callar a los animales mientras observaba al caminante. Un hombre joven. De contextura fuerte. “Debe ser bueno pal trabajo”, pensó.

- ¿Pa dónde marcha el amigo? – preguntó –

- Tenga usted buen día, señor – respondió el caminante – En verdad no conozco los nombres de los pueblos… … quiero ir hacia el sur.

- Bueno – dijo Segundo – Voy pal sur… … Y después subo pa la cordillera. Si usté quiere… no me viene mal la compaña…

Los dos jóvenes, veinteañeros, iniciaron la caminata en silencio. Los leoneros avanzaban la ruta y se introducían en los matorrales laterales. En ocasiones un lejano alboroto de ladridos le daba a entender a su amo que habían encontrado la huella de una liebre o un zorro. Repentinamente se hacía el silencio.
Sólo quedaba el rumor del viento sobre las ramas de los árboles. Entonces, se detenía, encendía un pitillo y explicaba a su compañero de viaje cómo los perros perseguían su presa, la acosaban en un juego de vida y muerte. Luego regresaban, mansos, a la ruta y al amo.

- ¿Y cómo se llama, don este? ... … Yo soy Segundo Contreras.

- Y yo, Antonio.

- Y bueno, don Antonio. Usté no es ná de’stos pagos.

- No, pues. Vengo de Europa. Soy español. Vivía en la ciudad de Barcelona… la verdad es que no precisamente en Barcelona, sino que en una de sus comunas… En un pueblecito pequeño llamado Sabadell.

- Ah…. ¡Qué bien!... … ¿Y Antonio qué…?

El hombre dudó unos instantes. Dar su nombre completo, a pesar de la lejanía, le podía meter en problemas.

- Antonio de Sabadell – dijo –

- Ah… ¡Qué bien!… - Segundo asintió con su cabeza - ¿Y… a qué se vino? ... … si se puede saber…

- Penas y sinsabores, don Segundo… Cosas que ocurren cuando uno es joven y quiere vivir…

Segundo sonrió socarronamente. Ya sabría toda la historia en algunas de las noches que venían.


- Las noches son tibias en este tiempo… y muy largas – comentó sonriendo.

Un par de semanas más tarde, al llegar a las proximidades del río Tenué cuatro
jinetes, desgreñados y de apariencia feroz, les detuvieron, rodeándoles.

- Se hacen pa un lado – dijo uno de ellos – mientras miramos que traen en las mulitas…

Segundo movió su mano hacia el interior de su poncho, pero el bandido gritó:

- ¡No seai loco, hombre! … ¡Tenimos pistolas y escupetas!

Las armas volaron a las manos de los cuatro jinetes. En ese instante aparecieron los leoneros. Un silbido de Segundo indicó los objetivos. Los perros rodearon a los caballos y les mordieron las patas. Enloquecidos, corcovearon hasta desmontar a sus jinetes y se perdieron entre los matorrales, hacia el cerro.

Fue el instante en que Segundo entró en acción. El brazo izquierdo envuelto en el poncho, en la mano derecha, un corvo descomunal. Imprevistamente, Antonio se situó contra su espalda mientras desnudaba una navaja sevillana de ancha hoja reluciente. Segundo gritó:

- ¡Perros … A sentarse…. Quietos!

Los animales obedecieron. Uno de los bandidos exclamó:

- ¡Toy
- que me cago de miedo…!


- ¡Ya pues! … ¡Qué están esperando!, desafió Segundo a los cuatro bandidos, mientras corvo y navaja dibujaban círculos en el centro del espacio.

Los bandidos corrieron detrás de sus monturas. Segundo y Antonio esperaron unos minutos antes de lanzar la carcajada. El baqueano abrazó a su compañero de viaje y le pidió su arma.

- ¡La gran flauta! – exclamó – este cuchillo es pa matar a un buey.

- El suyo no lo hace nada de mal – replicó Antonio con el corvo en la mano.

En la noche, al lado del fogón, después de comer el charqui, la harina y los porotos, Segundo sacó del cuero hinchado un almud de aguardiente y vinieron las confidencias y las verdades. Segundo le narró como encontró el valle de Quimey y como lo fue transformando en su hogar. Por primera vez en su vida sacó afuera el sueño de una casa grande, con huerto de frutales y una gran parra en el patio trasero. Por ahora, sólo tenía la bodega en donde guardaba los productos de sus viajes. También servía de bar para los escasos parroquianos que llegaban de tarde en tarde. Un dormitorio para él y otro para las dos chinas que había ganado en un juego de brisca. Hasta ahí se había realizado el sueño.

- Pero ya llegará todo, amigo Antonio. A medida que Quimey se vaya poblando yo iré dejando los caminos pa ir agrandando la casa.

Antonio estuvo mudo todavía unos largos minutos. Luego le confesó que, en verdad, no salió a recorrer el mundo.


- Tuve que huir de Sabadell, perseguido de cerca por las dos jaurías. Una, la Guardia Civil. La otra, los parientes del tío ese… ¡Me cago en la leche! … lo dejé despaturrado en el mismo centro de la plaza, frente a la catedral, en la noche de San Valentín.

El lío había sido de faldas. El día de San Valentín todo el mundo sale a las calles a participar de los festejos.

En las esquinas se sitúan las folias que son grupos de guitarras, bandurrias, requintos, mandolinas y otros instrumentos de cuerdas. También llegan las tunas universitarias con su cante alegre y disparatado. Brotan las seguidillas, las malagueñas, las peteneras, las soleares... “¡Dios cómo es de lejano todo ese mundo de mi infancia!” Las parejas bailan y cantan... Es hermoso, Segundo, recién aprendíamos a vivir, todos éramos jóvenes y felices…

- ¿Y usté recuerda alguno de esos cantares?

Antonio se puso de pie y entonó con voz segura, llenando la noche con antiguos requiebros gitanos:

Cuando la perdiz canta
Nublado viene
Ole con Ole
Nublado viene

No hay mejor seña de agua
Que cuando llueve
Ole con Ole
Que cuando llueve…


En esta calle vivía
En esta calle vivía
Mi novia calabacera

La que me dio calabazas
Después de dormir con ella
Después de dormir con ella
En esta calle vivía…

El muchacho guardó silencio enredado en sus recuerdos. Segundo le dejó unos segundos y luego dijo:

- Si… una canción hermosa… como nuestras tonadas camperas… ¿Y qué pasó enton?

Había llegado la procesión de los gigantes: ángeles, magos, la Sagrada Familia, la imagen gallarda del Conde de Barcelona. Y todos se dirigen a la catedral. Allí se rinde homenaje al Santo y al Conde que dirige los destinos de la gente. Se respira amor en el aire. El hombre ofrece a su dama una flor; una rosa roja, un manojo de claveles.

- Es que el rojo es ardiente, Segundo. Dicen que ese es el único color que inventó el sol y no Dios. La dama retribuye con un libro. O con un beso.

Antonio le entregó el clavel a la Ana María y ella, mirándolo a los ojos, le había besado en los labios. Pero Antonio no era el dueño de esos ojos garzos, ni menos de esos labios gordezuelos y calientes.


Allí fue que empezaron los insultos, seguidos de empujones y golpes hasta que los cuchillos salieron al aire, hambrientos de sangre roja y caliente. El encuentro fue breve. Su adversario descuidó un esguince de la cintura y la navaja de Antonio entró suave y profunda quitando la respiración y la vida.

- No lo había hecho jamás, Segundo. Créame usted. No soy un tío violento. Pero esa noche maldita… No sé… … una nube roja sobre mis ojos y una fuerza de titán en mis brazos y en mi arma… Todo cambió.
Para siempre.

- Las cosas son como deben ser, amigo Antonio. ¡Y qué quiere usté!... Esta tarde probó que es un gallo de pelea. Igual que este servidor.

Una carcajada y otro trago de licor, la oscuridad cómplice, los perros echados a sus pies, buscando el calor del fogón y los dos hombres jóvenes enfrascados en revivir los recuerdos y en programar los futuros, en tanto la naturaleza, vestida de noche, descansa.

Unos días después, Segundo le comunicó que empezaban a subir para llegar a Quimey.

- La verdá es que ya estamos en la provincia. Unos pocos días más y descansaremos en mi casa. Si usté quiere… …

- ¿Hay policía?


- Si… … pero los azules vienen tarde mal y nunca. Hay un retén en el bajo, cerca de la playa, en la caleta de Navidad. Pero son muy pocos. Y contimás que brutos de alma. Cuando aparecen por Quimey se encierran en el bar y se toman cuatro o cinco jarras. Después duermen la mona hasta el otro día antes de mandarse cambiar… …

- ¿Y hay donde vivir?

- Bueno… los primeros días en mi casa… después, donde usté quiera construir su casa. La tierra es libre… Se puede ocupar y después, cuando haiga tiempo, ustè va pa la municipalidà pa registrar la ocupación y la tierrita es suya…

Antonio siguió el tranco lento del arriero y de sus bestias. Meditabundo. Pensaba que quizás en esta tierra olvidada de todo, tan dolorosamente lejana de su hogar, podía empezar de nuevo. “Si las cosas se me dieran… - pensó – podría hacer el pan para el pueblo”… … No respondió a la invitación de su nuevo amigo. Pero le siguió, en silencio. Sin mediar palabra alguna entendió que ya era parte de Quimey.

2 comentarios:

Sonia Antonella dijo...

Estupenda sinopsis de un gran libro costumbrista el cual tuve el agrado de leer enterito.

Es el tuyo un hermoso abanico de todos los colores, amigo y maestro, marito,ito,ito.

No tienes ni idea lo que me alegra de que te hayas decidido a publicar tus didácticas letras...hay párrafos que desprenden “chilenismo puro!! “ Hasta las caldúas aparecen.

Así mesmito es nuestra tierra.
¡Viva Chile mierda!

Sólo me queda Felicitarte y desearte muchos éxitos. Los mereces.

Besitos muy sinceros
Soni

Manel Aljama dijo...

!Felicidades!
No tuve la suerte de coincidir en la etapa GB. Ahora gracias a Andrés y Sonia me he dejado caer por aquí y la verdad es que tienen razón.
Cuando he leído "Cientos de estrellas descendidas para crear una ciudad pequeña, encumbrada, titilante." rápido he cerrado los ojos para proyectar esa imagen tan poética. El resto del texto está lleno de descripciones reales y naturales.